Opinión

Turrones ‘El Almendro’ y Camboya

Montse ArmengouDirectora del programa de documentales ‘Sense Ficció’ (TV3)

13 de abril de 2018

Un aula abarrotada en cualquier universidad norteamericana. En la pantalla se proyecta uno de los primeros anuncios de turrones El Almendro. A los alumnos les explico qué es el turrón y que, casi más típico que ese postre dulce, es ese anuncio que desde los años 70 nos anuncia que llega la Navidad al ritmo de “Vuelve, a casa vuelve, por Navidad”. Inmediatamente les enseño el de las últimas navidades. La misma canción, el mismo mensaje, la alegría por la aparición inesperada de ese familiar al que no esperábamos. Y, por último, un tercer anuncio con la misma sintonía, la familia ilusionada preparando la mesa, el clímax de abrir la puerta para el reencuentro…  De repente un final inesperado: en la puerta no hay nadie. El típico “Turrones el Almendro vuelve a casa por Navidad” queda sustituido por un contundente “Miles de personas desaparecieron durante la guerra civil y la dictadura franquista. Nunca volvieron a casa por Navidad. Sus familias continúan pidiendo justicia”. Estupefacción en la sala al término de esta campaña promovida por Amnistía Internacional. Los asistentes estaban preparados para hablar de las crueldades de la dictadura franquista, no de la injusticia de la democracia. La imagen comercial de la Transición (casi tan comercial y que ha vendido tanto como los turrones) queda fulminada. Ya no vamos a hablar del régimen franquista, sino del régimen del 78.

En los meses que como profesora visitante de la Universidad de Nueva York he compartido esta experiencia, he podido comprobar la estupefacción del público cuando les hablas de niños robados como arma de represión política (contra mujeres presas republicanas), moral (contra madres solteras y desamparadas) o como mero negocio (pero siempre protagonizado por los mismos perfiles de un establishment franquista que gozaba y goza de impunidad e inmunidad). O cuando les explicas que a sólo 60 km de Madrid hay un monumento fascista, el Valle de los Caídos, una de las mayores fosas comunes de Europa. O cuando te refieres a los miles de muertos y afectados por poliomielitis en España porque el franquismo tardó casi diez años en aplicar una vacuna libre de patente y que reservó exclusivamente para sus allegados. O cuando relatas las terribles historias de niños abusados sexualmente, maltratados o utilizados como mano de obra esclava en los internados franquistas. O en el momento que cuantificas que España es el segundo país del mundo después de Camboya en número de fosas comunes. O cuando…

Nadie ha pedido perdón. Nadie ha sido juzgado. Nadie ha recibido justicia ni reparación, al menos como se entiende en los estándares internacionales. Lógicamente, eso no pasó durante la dictadura. Pero lo que es más increíble es que no haya pasado en los 40 largos años de democracia, esa democracia que era una especie de milagro nacida según el relato oficial de una transición modélica, de un ejemplo que podíamos exportar a otros países. Lo que no se explicó es que estaba basada en el olvido y que hoy se está cobrando su peaje. En un momento en que levantar la barrera de un peaje puede comportar la acusación de terrorismo, las barreras de los peajes del régimen del 78 están saltando por los aires ellas solitas.

La violación de los derechos humanos de la represión franquista (perpetuada por la indiferencia de la democracia) y la dejación de la responsabilidad del Estado para proporcionar mecanismos de justicia y reparación (como han denunciado organismos internacionales como Naciones Unidas) ha forzado a reacciones extraordinarias por parte de la sociedad civil. Y una de esas expresiones han sido los documentales de investigación histórica, que se han acabado convirtiendo en instrumentos de reparación en ausencia de políticas de estado. Si uno de los deberes del periodismo es dar voz a quien no la tiene, en España nos encontramos con personas silenciadas por acción durante la dictadura y por omisión durante la democracia. Si el periodismo busca exclusivas, nos vemos obligados a buscarlas no en el presente sino en el pasado, revelando algunos de los aspectos más crueles de una dictadura que para nada fue ese régimen quizás cruel en un principio pero que luego sencillamente pasó a ser autoritario, según el relato interesado que los Estados Unidos impusieron al mundo.

Algunos de los documentales que he tenido el lujo de realizar con Ricard Belis, como Los niños perdidos del franquismo, Las fosas del silencio, Te sacaré de aquí abuelo o Los internados del miedo, han demostrado que no hablamos de temas del pasado. Los hechos, los crímenes, sucedieron hace muchos años pero nuestros trabajos son de rabiosa actualidad porque a día de hoy miles de personas siguen sufriendo porque el Estado no ha hecho nada por mitigar su dolor,  por ayudarles a encontrar a su hijo robado, por abrir una fosa y poder enterrar a su padre o madre con dignidad, por reconocer los abusos sexuales en los internados católicos….

Como periodista de investigación, es un honor que nuestros documentales hayan ayudado en algo a las víctimas. Pero como ciudadana esta situación de desamparo y de no reparación a las víctimas me produce dolor y vergüenza. Un gran director de documentales, comprometido con su tiempo, su historia y sus víctimas como Patricio Guzmán (La batalla de Chile, Nostalgia de la luz, etc.) dijo: “Un país que no tiene cine documental es como una familia sin álbum de fotos”. Qué pena que en España tengamos que hacer documentales para recomponer álbumes de fotos.