Opinión

El último día de la Monarquía

Josep FontanaHistoriador

13 de abril de 2018

La derrota electoral del 12 de abril de 1931 sumió en el desconcierto al gobierno de la monarquía. El embajador estadounidense en Madrid comunicaba lo sucedido a Washington, pero añadía que esto no implicaba que se fuese a pasar de la monarquía a la república, sino, a lo sumo, que habría muy pronto un cambio de ministerio.

Al día siguiente, 13 de abril, aumentaba la agitación en las calles, mientras el jefe del gobierno,  almirante Aznar, contestaba a los periodistas, que le preguntaban si habría crisis de gobierno: “¿Qué más crisis quieren ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y amanece republicano?”.

Mientras tanto, el rey intentaba negociar, a espaldas de sus ministros, con el comité revolucionario, proponiéndole que el 10 de mayo se hicieran, organizadas por el gobierno actual, unas elecciones a cortes constituyentes en las que el país determinase “el régimen que quería darse”. Pero la propia dinámica de la agitación popular hacía inviable esta propuesta, como se le respondió al rey hacia medianoche. Unas horas antes Aznar había presentado ya la dimisión de su gobierno.

Con estos antecedentes se iniciaba el 14 de abril, el último día de la monarquía. Hacia las siete de la mañana Alfonso XIII llamó al subsecretario de Gobernación, Mariano Marfil, que estaba en la Puerta del Sol, y le preguntó si había manifestaciones y qué gritaban, a la vez que ordenaba al capitán de guardia que saliera a la plaza y acabase con las protestas: “No quiero escándalos en la calle”. El capitán que recibió la orden le dijo a Marfil: “Dígale a su majestad que, por obedecer sus órdenes, estoy dispuesto a salir yo solo a la Puerta del Sol para que las turbas me despedacen, si quieren. Pero no puedo ordenar a la fuerza que salga, porque no me obedecerían los soldados”. Marfil lo explicó al rey, que dijo: “Es lo que faltaba por saber. Gracias, Mariano”. Para Miguel Maura “éste fue el instante en que el rey adoptó la decisión suprema de abandonar España”.

Por la mañana Mola fue a ver a su ministro José María de Hoyos, quien se sorprendió al saber que se había proclamado la República en Éibar y observó que los ministros pensaban que lo que sucedía no era grave y que todo se arreglaría cuando el rey nombrase un nuevo gobierno aquel mismo día.

Alfonso pedía entretanto que se averiguase por qué camino podía salir de España con seguridad, y se le dijo que por Cartagena “a condición de que se haga rápidamente”. A las once encargó a Romanones que se entrevistase con los miembros del comité revolucionario para negociar la transferencia de poderes. Habló con Alcalá Zamora, quien le dijo: “Es preciso que esta misma tarde, antes de ponerse el sol, emprenda [la familia real] el viaje”. Alcalá explicaría después que la capitulación de la corona “fue ofrecida por aquella, sin darnos tiempo a exigirla, cual ya habíamos decidido”.

Por la tarde el rey emprendió el camino para embarcar en Cartagena, dejando en Madrid a la reina y los infantes, que marcharían por su cuenta en tren. Unos y otros se dejaron olvidada en la capital a la vieja y enferma infanta Isabel, 'la Chata'. Mientras tanto, el pueblo de Madrid gritaba en las calles: “No se ha marchao, que le hemos echao”.