Yanar Dag, Azerbaiyán

Buscando oro negro

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El Prospector de N. C. Wyeth
El Prospector (1906), pintura de N. C. Wyeth (1882-1945). (Clic para ampliar)

Bien, pues ya sabemos cómo llegó el petróleo a la Tierra. Pero el problema, terminé contándote, es que acabó muy mal repartido: únicamente se encuentra en los lugares donde el simple azar dio lugar a las condiciones geológicas que permitieron no sólo su formación, sino también su almacenamiento natural. Y además, salvo por los pocos sitios en que asoma por sí mismo a la superficie, está bien enterrado bajo el suelo, lejos de nuestra vista. ¿Cómo dijimos que lo vamos a encontrar?

Aunque, antes de esto, deberíamos hacernos otra pregunta: ¿por qué habríamos de encontrarlo? Quiero decir, las civilizaciones del pasado no le vieron gran utilidad. La minería es muy antigua, y los antiguos crearon grandes minas para arrancarle toda clase de materiales valiosos a la Tierra: hierro, oro, plata, cobre, estaño, mil cosas. Sin embargo, no parece que al petróleo crudo le dieran mucho uso, ni se tomaran muchas molestias para extraerlo. A sustancias como la brea, el asfalto o el betún sí, para calafatear barcos, impermeabilizar paredes y tejados –o botas de vino– e incluso como adhesivo o cemento de torres y murallas (en Babilonia, desde hace unos seis milenios.) Y hasta para las momias; la palabra momia viene del árabe antiguo mūmiyā’, que era el betún con el que las embalsamaban al menos a partir del 1.000 aC (antes usaban resinas). Sin embargo, el petróleo crudo no les parecía muy importante; de hecho, le daban muy poca importancia. ¿Cómo fue que aprendimos a quererlo, o al menos a desearlo tanto? ¿Por qué el aceite de roca se convirtió en el oro negro?

De aceite de roca a oro negro.

Bañistas de barro en el Mar Muerto
Unas chicas toman un baño de barro en el Mar Muerto, que se considera bueno para la piel. Sí, es tan negro porque contiene gran cantidad de betún. La población local estuvo recogiéndolo y exportándolo (sobre todo, a los egipcios) desde los principios de la Historia. (Clic para ampliar)

El problema es que, como te dije en la entrada anterior, el petróleo se evapora, y además deprisita. Cuando está expuesto al aire, como por ejemplo en los yacimientos superficiales, aún más. Y lo que deja detrás es, precisamente, este betún del que ya te hablé también en la última entrada. Si los antiguos no utilizaban masivamente el petróleo crudo es porque en estado natural permanece poco tiempo líquido antes de evaporarse. Pero estos residuos bituminosos que deja detrás les gustaban tanto como a nosotros un buen barril de Brent. Los griegos clásicos llamaban al Mar Muerto el Mar del Asfalto (ἡ Θάλαττα ἀσφαλτῖτης, hē Thálatta asphaltĩtēs) porque constantemente emergen bloques de betún, y de ahí se exportaba a medio mundo antiguo bajo el nombre comercial betún de Judea. También eran muy famosas las fuentes de brea de Persia (ahora, Irán) y de los valles del Tigris y el Éufrates (hoy en día, Iraq), como por ejemplo en Ardericca. Los romanos lo sacaban de la Dacia, que hoy es Rumania –conocida por sus yacimientos petrolíferos–, bajo el nombre picula. También se encontraba en la costa Sur de la actual Turquía, en Zacinto (Islas Jónicas) o en Sicilia. Y muchos sitios más.

Aún así, incluso encontraron usos para el poco petróleo líquido que hallaban. Eso sí, no muchos. Según la Enciclopedia Británica, los egipcios lo consumían como medicina, en forma de linimento y laxante (!). En algunos lugares donde abundaba pudo quemarse como aceite para lámparas, aunque deja bastante mal olor. Pero poco más, por su rareza y porque es muy inflamable –y, por tanto, peligroso–. No es la clase de sustancia que quieres dejar encendida junto a la cama de tus hijos, por mucho que fueras un antiguo. Se ha sugerido que, por ello, quizá se utilizó también en flechas incendiarias y armas por el estilo. Conjeturan que pudo ser un ingrediente del legendario fuego griego. Y poco más.

Muhammad ibn Zakariya al-Razi
El polímata, alquimista y proto-científico persa Muhammad ibn Zakariya al-Razi (aprox. 854-925CE) describió en su «Libro de los secretos» dos técnicas de destilación mediante alambiques para transformar el petróleo en queroseno. Con ello, sentó las bases para que el aceite de roca se convirtiera en oro negro. Imagen: Wikimedia Commons.

El petróleo crudo no encontró la arteria para inyectarse hacia el corazón de nuestro mundo hasta que los alquimistas persas, como Al-Razi, no se metieron a trabajar en serio con la destilación e inventaron el alambique hace unos mil cien o mil doscientos años. Al-Razi (aprox. 854 – 925 dC) describió en su Libro de los Secretos dos técnicas distintas para transformar ese aceite de roca en una cierta nafta blanca (naft abyad), a la que ahora llamamos queroseno. Sí, parecido al de los aviones o los cohetes Soyuz y Falcon, sólo que en una versión primitiva.  Mediante sucesivas destilaciones en sus alambiques, Al-Razi consiguió separar las fracciones más volátiles del petróleo crudo hasta quedarse con este queroseno, un combustible de lo más aceptable y seguro.

Y entonces sí que sí. El queroseno se convirtió en un éxito instantáneo, al menos en el mundo islámico. Se utilizaba sobre todo como aceite para lámparas o antorchas, en la producción de la seda, como medicina y en distintos tipos de hornos. En torno al cambio de milenio, ya se estaba explotando todo el bitumen y crudo líquido superficial que podían encontrar desde Bakú hasta el Golfo Pérsico. Pronto, los sultanes de Egipto promulgaban las primeras leyes para regular este nuevo recurso. Lógicamente, cuando se acababa el que había en la superficie, no hacía falta ser ningún genio para comprender que cavando un agujero igual sacabas más. Así aparecieron los pozos de petróleo en el Oriente Medio.

Curiosamente, no fueron los primeros. Al parecer, en China habían comenzado a excavarlos sobre el año 347 dC y para finales del milenio tenían incluso una especie de red de oleoductos de bambú. Los japoneses lo llamaban el agua ardiente. El polímata chino Shen Kuo (1031 – 1095) nos habla de todo esto en sus libros, y particularmente en uno donde acuña la expresión aceite de roca (石油, shíyóu), que como ya vimos en la entrada anterior no llegaría a Europa hasta la Edad Media. Pero mientras en esas regiones del Pacífico seguían utilizando el bitumen y el petróleo crudo a pelo, el alambique y esa extraña nafta blanca de los persas entraban en Europa por Al-Ándalus en torno al siglo XII, y para el XIII ambos inventos ya habían llegado hasta Rumania.

Alambique
A menudo olvidado, el alambique fue una tecnología revolucionaria para los alquimistas que mucho tiempo después se transmutarían a sí mismos en químicos. Con su aparente sencillez, el alambique permite la destilación de numerosas sustancias, desde los licores o los perfumes hasta el petróleo y sus derivados más primitivos. Imagen: © HammacherSchlemmer & Co.

No obstante, por esas fechas y durante toda la Edad Media el petróleo y sus destilados siguieron siendo un producto de segundo orden. Nada que ver con la importancia que tienen hoy en día. Las fuentes de energía primarias seguían siendo la leña y el trabajo muscular (o sea, animales con dos o cuatro patas de andar currando como bestias), con el carbón utilizado esporádicamente. Así desaparecieron no pocos bosques de Europa. A modo de lubricantes se utilizaban distintas grasas animales y vegetales, e incluso babosas. Sí, babosas. Para fertilizar los campos, pues estiércol, qué iba a ser, a menudo transportando distintas enfermedades. Por pesticidas usaban humos, cenizas y alquitrán, lo que sin duda era mucho más natural que estas cosas que le echan ahora; las constantes hambrunas ocasionadas por la pérdida de las cosechas debida a toda clase de plagas también hacían que te murieses muy naturalmente. Para los cosméticos echaban mano de ceras, aceites, tintes y polvos a cual más peligroso, como el plomo o el antimonio. Y así todo.

De semejante manera siguió girando el mundo hasta que entramos en la decadente Edad Moderna y la mefistofélica Revolución Industrial. Imagínate, gente intentando librarse de todas esas maravillas tradicionales para vivir un poco mejor; qué vulgaridad y qué poco espiritual, todo artificial, contra natura y demás. El caso es que llegó una nueva generación de máquinas como nunca antes se habían visto y los venerables alquimistas se hicieron químicos, físicos y esas ordinarieces materialistas. Entre estas máquinas que comenzaron a extenderse por los países más avanzados se encontraba una totalmente revolucionaria: la máquina de vapor.

Animación de una máquina de vapor
Otro invento radical: la máquina de vapor, que hizo posible la Revolución Industrial y el mundo que conocemos. Sólo tiene un problema: necesita vapor, mucho vapor. Y para producir vapor, hace falta hervir agua, o sea energía. Además, funciona notablemente mejor con buenos lubricantes. Imagen: Wikimedia Commons.

 

Coalbrookdale de Noche (1801)
Coalbrookdale de Noche (1801), óleo de Philip James de Loutherbourg, donde se ven los Hornos de Madeley Wood. Coalbrookdale (Reino Unido) fue una de las cunas de la Revolución Industrial, debido a su carbón de buena calidad y su estupenda producción de hierro. No obstante, se comprende fácilmente que al principio esto de la Revolución Industrial no era muy ecológico ni tenía mucha sensibilidad social. Imagen: Wikimedia Commons (Clic para ampliar)

La máquina de vapor prometía mover el mundo pero, como buena obra mefistofélica, exigía algo a cambio: mucha energía, muy concentrada. Mucha más que la que se podría obtener talando todos los bosques de la Tierra. Durante un tiempo lo solucionaron con carbón, del que había bastante en Europa (cuna de la Revolución Industrial); fue el primer uso extensivo de combustibles fósiles. Y Mefistófeles cumplió su parte del trato: esto del maquinismo funcionaba tan bien que pronto se produjo la Segunda Revolución Industrial, mucho más sofisticada que la anterior. Llegaba la era de la técnica, con sus fábricas de producción en cadena, sus coches, sus aviones, la electrificación, los primeros electrodomésticos, el motor de combustión interna y el siglo XX en general.

Hizo falta una nueva generación de sustancias artificiales para poner todo esto en marcha. Y más, mucha más energía. El carbón no estaba mal, pero era demasiado pesado, voluminoso y sucio para buena parte de todas esas aplicaciones. Entonces, el mundo giró sus ojos hacia aquella nafta blanca del viejo alquimista persa. Ya con la Primera Revolución Industrial se le habían encontrado algunos usos nuevos a los destilados del petróleo crudo, como la producción de parafina. Pero, por el momento, seguía usándose sólo para las lámparas de queroseno y cosas así. Sin embargo, los alquimistas reconvertidos en químicos decían que podían hacer muchas más cosas con él. Como por ejemplo los combustibles y lubricantes que exigía toda esta nueva maquinaria, y muy en particular los motores de combustión interna.

Yanar Dag, Azerbaiyán
En Bakú (ahora, Azerbaiyán) hay tanto petróleo y gas natural cerca de la superficie que incluso cuentan con «montañas ardientes» como el Yanar Dag (en la imagen.) Al parecer, este fuego fue iniciado accidentalmente por un pastor en los años ’50, y sigue ardiendo desde entonces, alimentado por las emanaciones de gas natural procedentes del subsuelo. Imagen: Wikimedia Commons (Clic para ampliar)

La primera refinería petrolífera de la historia ya se había abierto a mediados del siglo XIX, en la vieja Dacia de donde los romanos sacaban su picula: Ploiești, Rumania, que luego se haría muy famosa durante la Segunda Guerra Mundial. Muy poco después, en 1861, se inauguraba la primera refinería verdaderamente moderna en Bakú (que en esos momentos formaba parte de la Rusia Imperial), donde se extraía más del 90% del petróleo del mundo. Les siguieron muchas más. Con estas refinerías, además del queroseno, podían producirse otros combustibles como la gasolina, el gasoil o el fuelóleo. Y los lubricantes, absolutamente esenciales para que ese mundo nuevo se moviera sin griparse.

Pero claro, con todas esas aplicaciones, cada vez hacía falta más y más aceite de roca. Por esas mismas fechas de mediados del siglo XIX se produce la primera fiebre del petróleo, en Pennsylvania, Estados Unidos. Se sabía que había, porque los americanos nativos de la zona venían usando el que se encontraba naturalmente en la superficie desde siglos atrás. Poco después el fenómeno se repitió en Ohio, donde surgiría la Standard Oil Company de John Rockefeller. Y después, vino lo de Texas. Standard Oil se convirtió rápidamente en un monstruo gigantesco extendido por numerosos países que empleaba todos los trucos sucios del manual para eliminar a la competencia y coaccionar a los consumidores, hasta convertirse en un monopolio de facto. Tanto fue así que, en 1911, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos les obligó a dividirse en 34 empresas distintas. Cuatro de esas empresas formaron parte después de las legendarias Siete Hermanas. Así de grande fue Standard Oil, un verdadero indicador del poder del petróleo que surgía a toda velocidad.

De hecho, para entonces, ya todo el mundo andaba loco buscando más y más de ese oro negro que parecía servir para todo, o casi todo. Había nacido la Era del Petróleo. Sólo había un pequeño problema. Bueno, a decir verdad, un gran problema. Los yacimientos de toda la vida, esos que se sabía que estaban ahí desde siempre, o ya estaban ocupados o se agotaban rápidamente. Hacía falta más. Mucho más. Pero si no estaba a la vista, ¿qué podíamos hacer para encontrarlo?

Animación de un motor de combustión interna
Un motor de combustión interna en acción. Esto ya necesita algo más sofisticado que el carbón y la grasa animal para funcionar bien. Imagen: Wikimedia Commons.

El tiempo de los geólogos.

¿Pues qué íbamos a hacer? Lo mismo que con cualquier otro problema técnico gordo y endiabladamente difícil de resolver: llamar a los científicos.

Plegamientos anticlinales y trampas petrolíferas
La mayor parte de las trampas petroleras se forman en los plegamientos anticlinales con estratos superpuestos de roca porosa y roca impermeable, en lugares donde antiguamente hubo un lago o mar. Imágenes: Wikimedia Commons.

Y los científicos adecuados para resolver este problema son, naturalmente, los geólogos. Si alguien es capaz de decirte dónde puede haberse formado petróleo, y dónde se dan las condiciones del terreno para que se haya almacenado hasta formar un yacimiento, son ellos. No otra cosa estudia la Geología: la estructura y composición de la Tierra y la manera como evoluciona a lo largo del tiempo. Se deduce fácilmente que, si quieres encontrar algo oculto bajo el suelo, son las personas a las que hay que preguntar. Como el petróleo y demás hidrocarburos son tan importantes y valiosos, existe incluso toda una rama de esta ciencia dedicada a tal cuestión: la geología del petróleo. Y una especialidad tecnológica asociada: la ingeniería petrolífera. Los geofísicos, físicos, químicos y expertos en ciencias planetarias también pueden echarte una buena mano.

De entrada, mediante el estudio de las características geológicas de una región, estos equipos de científicos y técnicos te dirán si es posible que se haya acumulado petróleo o no. Si, por ejemplo, no hay estratos impermeables capaces de formar las trampas que vimos en la entrada anterior, pues es difícil que encuentres petróleo ahí abajo. Por el contrario, si tienes una zona de pliegues anticlinales donde muy antiguamente hubo un lago o un mar, y además te encuentras con estratos porosos (como los de caliza) y otros impermeables (como los de arcilla)… pues va a merecer la pena echar un vistazo. También se analizan otros factores como la posible madurez térmica de la roca almacén (o sea, hasta qué punto pueden haberse completado los procesos de diagénesis y catagénesis que también vimos en la entrada anterior) y se elaboran modelos de la cuenca sedimentaria para ver lo que pudo formarse ahí. Con todo esto, ya empiezas a tener unas cuantas pistas interesantes.

Pero claro, que haya podido formarse un yacimiento de hidrocarburos no quiere decir que lo haya hecho. Hay un montón de factores que pueden haberlo impedido, o destruido a lo largo de todos esos millones de años. E incluso aunque esté ahí, tendrás que saber dónde exactamente. No vas a ponerte a perforar pozos sin conocimiento, a ver si sale algo. Perforar pozos es caro, tanto más cuanto más profundo quieras llegar; y si los terrenos de la superficie tienen algún valor económico, ni te cuento. No es lo mismo agujerear un desierto por donde sólo pasa algún beduino de vez en cuando que intentarlo en una costa llena de urbanizaciones de lujo, por decir algo.

Pozos petrolíferos kuwaitís incendiados
Aviones de combate de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos vuelan sobre los pozos petrolíferos kuwaitís incendiados por las fuerzas iraquíes en retirada, durante la Guerra del Golfo de 1991. Debido a su inmenso valor, la geopolítica del petróleo ha dado lugar a numerosos abusos y conflictos por todos conocidos. Imagen: Fuerza Aérea de los Estados Unidos vía Wikimedia Commons. (Clic para ampliar)

Para empezar, necesitas una concesión. Es que resulta que el suelo –y el subsuelo– siempre tienen dueño, o como mínimo alguien con algo que decir al respecto: un propietario, un estado, la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, quien sea. Dependiendo del lugar que quieras explorar, puedes necesitar uno o varios permisos de los implicados.

Y aquí es donde suelen empezar las broncas. A veces son meros trámites, pero en otras ocasiones la cosa termina como el rosario de la aurora, sobre todo cuando hay más de una autoridad que reclama la potestad sobre el suelo o subsuelo en cuestión. O cuando esa autoridad no es receptiva a tus intenciones, momento en el que puede surgir la tentación de sustituirla por otra más amistosa. O igual resulta que a la gente de la zona no le hace la menor gracia tener un yacimiento petrolífero frente a la puerta de su casa y va y se ponen subversivos. No creo que haga falta que me extienda sobre la gran cantidad de guerras, conflictos, abusos y golpes de estado que estos bailes de autoridades han ocasionado a lo largo de la historia contemporánea, por no mencionar las corruptelas. La geopolítica petrolera ha dado lugar a auténticos ríos de tinta, bits y sangre, y probablemente seguirá haciéndolo durante bastante tiempo más.

Pero bueno, vamos a dar por sentado que aquí somos todos gente de bien y hemos obtenido nuestra concesión de manera limpia y prístina. Que también se da el caso, ¿eh?, y de hecho se da a menudo; no siempre es todo horroroso en este mundo. Lo cierto es que la gran mayoría de las concesiones no provocan problemas graves y muy, muy pocas se convierten en un baño de sangre; pero claro, estas últimas son las que salen por la tele (o no, según lo que másmande el causante.) Bien, el caso es que tenemos la concesión en la mano. Pues ahora hay que explorar el sitio, a ver si realmente hay petróleo y donde. Para eso, hoy en día, contamos con abundante tecnología. Teniendo en cuenta los cuartos que nos jugamos, hay ahora mismo disponibles tecnologías muy avanzadas, incluso asombrosas, capaces de ver bajo tierra con gran precisión. Los expertos que nos van a ayudar en esta fase son los científicos e ingenieros geofísicos.

Exploración del subsuelo marino mediante sismología de reflexión.
Exploración del subsuelo marino mediante sismología de reflexión. Imagen: Agencia de Protección Ambiental, Gobierno de los EEUU. (Clic para ampliar)

De hecho, existen varios métodos y tecnologías para localizar nuestros deseados hidrocarburos, y estos geofísicos determinarán cuáles son las más adecuadas para el caso. Una de las técnicas más habituales, por no decir la clásica, es la sismología de exploración. En esencia, consiste en llenar el suelo de sensores, provocar un terremoto controlado para ver lo que miden y a partir de ahí levantar un mapa del subsuelo.

¡¿Comorrrr?! ¡¿Provocar un terremoto?! Sí, sí, pero que nadie se me asuste. silly Es un terremoto muy chiquitín, generalmente ocasionado con una pequeña cantidad de explosivos, o un vibrador del tipo de los Vibroseis, o aire comprimido, o cualquier otra fuente sísmica. Si alguna vez has pasado cerca de una cantera el día que le dan mecha a la dinamita, has vivido terremotos mucho peores. En la práctica, estos microseísmos controlados son imperceptibles en cuanto te apartas un poco. Pero bastan para generar ondas sísmicas que «rebotan» por el subsuelo hasta que son captadas por los detectores. Más técnicamente, a esto se le llama sismología de reflexión o de refracción, y sus principios son análogos al sonar de los submarinos o la ecolocación de los delfines y compañía.

Cuando estas ondas regresan a los sensores dispuestos por la zona –generalmente, geófonos y acelerómetros– se convierten en señales eléctricas que un ordenador puede leer. Y vaya si las lee, así como el tiempo transcurrido entre emisión y recepción. Incluso los modelos antiguos podían trazar razonables «cortes» del subsuelo con esta técnica. Los más modernos, cuyos registros se pueden procesar con superordenadores en caso necesario, levantan auténticos mapas tridimensionales de notable precisión. En no pocas ocasiones el yacimiento de hidrocarburos, si existe, queda delatado así. O, al menos, el tipo de estructuras que podrían contenerlo. Se parece mucho a esas ecografías tridimensionales en las que podemos ver al bebé dentro del vientre de su mamá como si le sacásemos fotos para el álbum familiar.

Interesante video educativo producido por la UNEFA de Valencia (Venezuela) sobre el proceso de exploración del petróleo.

Petrobras 10000
Un buque perforador moderno, el Petrobras 10000 del año 2009, con 61.000 toneladas de desplazamiento. Este tipo de recursos son costosísimos y sólo se ponen en marcha cuando ya existe una certeza razonable de que vamos a encontrar algo valioso… y a veces ni por esas, tú. Imagen: © Richard de marinetraffic.com (Clic para ampliar)

Sin embargo, el subsuelo puede ser muy pejiguero. A veces hace falta aún más tecnología para localizar el yacimiento, si es que existe.  Pero los geofísicos de hoy en día, como podrás suponer, disponen de un auténtico arsenal, que va desde la gravimetría y los métodos magnetotelúricos hasta la sismología pasiva, aprovechando los pequeños terremotos naturales que se dan constantemente en la Tierra. Estas técnicas, además, se perciben como menos agresivas por el público, con lo que suelen generar menos oposición (en mi opinión tampoco hay nada especialmente agresivo en la sismología activa, la de ocasionar microterremotos, pero el miedo es libre.)

Sólo cuando ya tengamos una hipótesis bien fundada de que podemos hallarnos ante un yacimiento rentable nos plantearemos perforar uno o varios pozos de exploración. Es que perforar es caro y si hay que hacerlo a gran profundidad, o bajo el mar, o en estructuras geológicas difíciles, caro y medio. La verdad es que todas estas exploraciones son costosísimas, auténticas investigaciones científicas en sí mismas. Y sus resultados, hoy por hoy, no son confiables del todo, ni mucho menos: siempre se corre el riesgo de que al final no encontremos nada o casi nada. Los detectores de petróleo como tal todavía no existen. En esos casos, imagínate la de pasta que va por el aire. Por eso la parte más cara –la perforación– se reserva para el final, cuando ya se tiene algo parecido a una certeza razonable. O cosa así.

Un pozo de exploración es un pozo petrolífero como cualquier otro, aunque lleno de sensores y equipos para reunir información adicional. Elegimos los mejores puntos que nos han indicado nuestros científicos e ingenieros. Levantamos nuestra torre de perforación, o plantamos nuestro buque perforador, o lo que sea, y nos liamos a taladrar. Y taladramos y taladramos y taladramos y… y… ¡…y va y resulta que sale petróleo, tú! Y ahora, ¿qué hacemos con él?

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