Horror o tradición: así son las fiestas patronales que maltratan animales
Hay algo que aterra a Luis Gilpérez. Le aterra y le avergüenza. Le avergüenza y le duele. Este andaluz, firme...
Hay algo que aterra a Luis Gilpérez. Le aterra y le avergüenza. Le avergüenza y le duele. Este andaluz, firme defensor de los derechos de los animales, no quiere que los turistas que llegan a su tierra se vayan creyendo que allí entienden como “tradición” determinados actos que, para él, tienen otro nombre: tortura. “Estamos hablando de muchos festejos que, además, están declarado de ‘interés nacional andaluz’. Quieren dar una imagen ante los visitantes de que eso es nuestra cultura, y eso nos molesta especialmente”, afirma.
Algo parecido ocurre en la otra punta del país. Las guías de turismo –ya sea en alemán, chino mandarín o inglés– definen a los toros de Sanfermines como uno de los rasgos esenciales de la gran fiesta patronal de Pamplona. Lo hacen las guías y también el Gobierno de España: “Todas las mañanas, en una carrera vertiginosa y llena de dificultades, cientos de personas corren delante de los toros por el casco antiguo hasta llegar a la plaza de toros, donde los animales serán lidiados en la corrida de la tarde. Estos tres minutos intensos, de riesgo y emoción difícilmente superables, son los responsables de la fama mundial de esta fiesta”, señala el portal oficial de Turismo en su página web, disponible en una veintena de idiomas.
Toros, toros y más toros. Pero no sólo toros. Cada verano, las fiestas patronales que se celebran en distintos puntos de España incluyen actos que tienen como protagonistas a distintos animales. Pavas, gansos, caballos o ratas son algunos de los 'artistas' involuntarios de estos festejos que, invocando viejas costumbres, se siguen realizando anualmente en innumerables localidades de toda la península.
“La cantidad de salvajadas que se hacen a los animales en nombre de la tradición y de la cultura en este país es, sencillamente, inacabable”. Así lo define Leonardo Anselmi, director de la asociación animalista Libera. Este activista remarca que una tradición, por el simple hecho de serlo, “no tiene por qué ser buena”. “Tenemos un abanico de tradiciones horribles y otras maravillosas”, subraya. En Libera piden el fin de las primeras.
“No tratamos a los animales como individuos con intereses propios, sino que los utilizamos como herramientas para pasarlo bien. Hemos creado un infierno para los animales”, apunta la activista Sandra Santibañez, ligada a movimientos animalistas de Bizkaia. Allí hay una fecha marcada en rojo: cada 5 de septiembre, la localidad de Lekeitio celebra el denominado 'Día de Gansos'. El área de Turismo del Gobierno Vasco lo publicita en su página web como “uno de los espectáculos más conocidos de Euskadi”, al tiempo que remarca que se trata de “una tradición de más de 300 años”.
El ritual se desarrolla en el puerto de esta localidad costera. “Siendo las cuadrillas las protagonistas de la fiesta, varios jóvenes montan en pequeñas embarcaciones y de uno en uno cogen al ganso por el cuello lanzándose al agua. Entonces, un grupo comienza a tirar de una cuerda subiendo y bajando al ganso con la intención de cortarle la cabeza”, describe el Ejecutivo autonómico en su portal turístico.
La celebración lekeitiarra ha variado sensiblemente en las últimas décadas. Hasta 1986, los gansos que eran colgados de la cuerda estaban vivos. Ahora los atan ya muertos. “Son asesinados para ese festejo”, denuncia Santibañez. Ha habido también otro cambio: muchas cuadrillas han dejado de usar animales de carne y hueso y se han pasado al Antzartek, un objeto mecánico creado en el centro tecnológico Gaiker-IK4. En 2018, 56 de los 90 grupos que se apuntaron al Día de Gansos optaron por jugar con ese muñeco artificial. No obstante, otros 34 “siguieron eligiendo gansos de verdad”, remarca la animalista vizcaína.
En Euskadi también hay otra tradición basada en el maltrato animal: el arrastre de piedras con bueyes y caballos. “Antiguamente se les daba coñac o whisky –relata Santibañez–. Hoy en día, como los fármacos han avanzado bastante, se les proporcionan anabolizantes, anfetaminas... Esto puede provocarles parálisis, estados de coma y muerte”. El escándalo saltó en 2014, cuando dos bueyes cayeron desplomados en las fiestas de Erandio (Bizkaia). Tenían que arrastrar dos mil kilos de peso, pero fue la muerte quien acabó arrastrándoles a ellos. La autopsia confirmó que les habían inyectado anfetaminas. Entonces se supo que algunos meses antes había muerto otro buey en Llodio (Araba), también a causa del dopaje.
“Generalmente hay una relación muy directa entre fiestas populares y maltrato animal”, comenta Jesús Ferrer, representante de Ecologistas en Acción. En tal sentido, destaca que en una gran cantidad de casos, las celebraciones de este tipo “están integradas como actos propios o significativos en los programas de festejos”. “Los ayuntamientos, que son la primera instancia a la que una persona debe dirigirse cuando hay maltrato animal, son los que están promoviendo estos eventos”, advierte.
Ahí está una de las claves de la polémica. Ha habido gobiernos municipales que, superados por las denuncias, han acabado prohibiendo determinados festejos. “Por fortuna –dice Ferrer– se está perdiendo la costumbre de arrojar animales desde el campanario”. Uno de los lugares donde se cumplía con ese ritual era Manganeses de la Polvorosa, un pueblo de 600 habitantes situado en el norte de Zamora. Hasta 2002, los quintos del pueblo tiraban una cabra desde lo más alto de la iglesia. Fue ese año cuando el alcalde, presionado por las publicaciones en la prensa, dijo basta. Ahora sus vecinos siguen subiendo a la torre, pero en su lugar lanzan una cabra de cartón piedra.
Los cambios se resisten en Cazalilla, el municipio de Jaén donde cada 3 de febrero, Festividad de San Blas, tiraban una pava desde el campanario. Dice la tradición que aquel que la coja será tocado por la fortuna. En 2016, el Obispado optó por cerrar el templo con llave para evitar que los vecinos repitiesen este acto. Ante la imposibilidad de seguir con el ritual desde el templo, los lugareños continuaron con el lanzamiento de pava desde terrazas cercanas. Al menos en 2017, el encargado de arrojarla por la ventana lo hizo con un pasamontañas.
En El Puig (València) lo que vuelan son ratas moribundas. Al menos hasta 2018, este municipio de 8.500 habitantes conservaba la tradición de arrojarse roedores en la plaza del pueblo durante sus fiestas patronales. Es lo que públicamente se ha conocido como 'la batalla de las ratas'. El Pacma lleva desde 2012 reclamando, sin éxito, que se prohíba. “El año pasado enviamos un apercibimiento al ayuntamiento. También enviamos una nota al Seprona (Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil) para advertir que algo así no podía hacerse. Ni siquiera recibimos respuesta”, afirma la coordinadora de este grupo político en Valencia, Raquel Aguilar.
Hecha la ley...
“La legislación es muy clara al respecto: se prohíben de forma taxativa todas aquellas actividades o espectáculos donde se utilicen animales y puedan provocarles sufrimientos, haya maltrato o conductas antinaturales”, afirma la abogada Anna Mulà, especializada en derechos de los animales. En tal sentido, subraya que a día de hoy existe “una prohibición generalizada tanto en todas las leyes de protección animales de las comunidades autónomas, pero también en la normativa de carácter estatal sobre espectáculos y actividades recreativas”.
Sin embargo, Luis Gilpérez, portavoz de la Asociación Andaluza para la Defensa de los Animales, enseña la otra cara de la moneda. En esa comunidad autónoma, “la ley andaluza de protección de animales prohíbe todo tipo de maltrato a todo tipo de animales... excepto a los toros y a todo lo que esté relacionado con la tauromaquia”. De hecho, muchos de estos festejos “están declarados de interés nacional andaluz”, denuncia Gilpérez.
Uno de esos casos se registra durante el mes de abril en la localidad almeriense de Ohanes. Coincidiendo con las fiestas patronales de San Marcos, seis toros ensogados son sacados por el pueblo y llevados hasta el santo. El ritual consiste en doblegar a los animales y obligarles a arrodillarse frente a la figura de San Marcos. “Las imágenes son tremendas: decenas de mozos echados encima del toro, tirándole de las orejas o del rabo. Esto también está declarado de interés turístico”, señala el representante de Asanda. Esta entidad llevó el festejo de Ohanes ante el Gobierno de Andalucía y el Defensor del Pueblo, pero no logró que fuese prohibido.
En la Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales (ANPBA) también acumulan una gran cantidad de denuncias sobre este tipo de celebraciones. Su presidente, Alfonso Chillerón, hace un recorrido por los distintos festejos que, en nombre de la tradición, siguen ensañándose con los animales: “Corridas de toros en las que los animales sufren grandes tormentos mediante el uso de puyas, banderillas, espadas y puñales; becerradas en las que simples aficionados sin pericia clavan banderillas y espadas a becerros que aún mugen llamando a sus madres; toros de fuego a los que colocan bolas encendidas en a la zona de la cabeza, enloqueciéndolos de terror, o ‘toros al mar’, en los que muchos animales terminan ahogándose”, enumera.
Ante esta realidad, ANPBA libra su batalla también en los tribunales. Chillerón defiende que han conseguido “importantes sanciones, modificaciones de la normativa e incluso la erradicación de algunos de estos festejos, como el torno enmaromado de Astudillo”. Se refiere al acto que se celebraba en dicha localidad de Palencia y que finalmente fue eliminado del Registro de Espectáculos Tradicionales por la Junta de Castilla y León.
Algunos sí, otros no
Lo de Astudillo es una de las pocas excepciones que se registran en el mapa del maltrato animal: aún hay numerosos pueblos que, de una forma u otra, conservan tradiciones festivas ligadas al maltrato de toros. “El más famoso es San Fermín: allí mueren más de 48 toros en una semana”, señala la activista Sandra Santibañez, quien además ofrece un dato estremecedor: “A nivel del Estado, tomando en cuenta también a los toros ensogados y embolados, hay más de 70.000 astados asesinados al año”, remarca.
En ese sentido, Javier Rando, integrante del colectivo Estudiantes por la Lucha Animalista (ESLA, afincado en Barcelona) pone el ejemplo de lo que ocurre en Catalunya. “Aquí se prohibió la tauromaquia, pero sin embargo la ley sigue protegiendo otros festejos que incluyen maltrato animal, como el correbou o el bou embolat”, señala. Precisamente, el movimiento animalista y antiespecista de Catalunya reclama el fin de ambos actos, muy arraigados en el calendario festivo de este territorio.
No obstante, Leonard Anselmi cree que no todo se soluciona con leyes. “Muchas veces tendemos a creer que todo es un asunto de ley. Yo, que trabajo incluso para transformar las leyes, no estoy de acuerdo con esta afirmación”, comenta desde las oficinas de Libera. A su juicio, también son necesarias unas “voluntades públicas orientadas a modelos educativos” que deslegitimen el maltrato animal. “No me estoy refiriendo a educar una generación durante 20 años –aclara–, sino a modelos educativos que pueden tardar tres o cuatro años mediante ciertas campañas de sensibilización”. De momento, las fiestas continúan.