Opinión

Sobre focas y estupideces

Lucía LijtmaerPeriodista, escritora y presentadora de 'Deforme Semanal'

9 de julio de 2019

Lo primero que pienso con respecto a las discusiones sobre ecología y animalismo es una máxima que le leí a un actor español hace años, en una entrevista: “Mientras haya un niño en África pasando hambre, por mi le pueden ir dando por culo a la última foca viva”. El periódico más leído de este país lo usó como titular, claro, tuvo mucho revuelo, o al menos así lo recuerdo yo. Era muy joven. Fue a final de los años ochenta. Y la frase era sonora, rimbombante, categórica. La frase resumía el compromiso político de la izquierda real, la izquierda brava, la izquierda verdadera. Dejémonos de monsergas con el ecologismo, el animalismo y los detalles que fragmentan un discurso que debe ser único: lo que importa es la pobreza y la desigualdad, y como paliarla, ¿no? Dejémonos de chorradas.

Por supuesto, esto no es ni remotamente aproximado a lo que debería preocuparnos, pero el viraje hacia una conciencia social, ecologista y humanitaria en todas sus dimensiones ha tardado muchísimo en permear al mainstream político. Esa frase forma parte de una trayectoria. Para muchos, todo lo que tenga que ver con nuestro planeta todavía sigue siendo ya no algo secundario, sino simplemente minoritario y que distrae de las verdaderas causas nobles de la arena política. Si se hace un poco de hemeroteca, incluso en 2013 un periodista de El País, en su artículo Cerdos y niños, alertaba de una nueva moral sobreprotectora de los progenitores vegetarianos con respecto a los hijos. Lo denominaba “nuevo puritanismo”.

Esta actitud no es nueva pero sí se da de bruces cada día más con una conciencia global de los problemas a los que se enfrenta el mundo. El más grave: el planeta tiene fecha de caducidad y es mucho más cercana de la que la mayoría éramos conscientes. Los negacionistas del cambio climático tienen ya la credibilidad de los terraplanistas, y las cifras mandan: la mayor cantidad de emisiones y vertidos tóxicos del planeta se producen para generar una industria alimentaria basada exclusivamente en la explotación animal para el consumo.

Ilustración de Mikel Jaso

A esta evidente catástrofe mundial se le suman más principios éticos: les guste o no a los defensores de tauromaquia, peleas de gallos y demás patrimonios artísticos nacionales a costa del sufrimiento animal, todos sabemos que están discutiendo del sexo de los ángeles de la misma manera que los mandamases del imperio español discutieron durante años la conveniencia o no de que los indígenas del nuevo mundo tuvieran alma. Ese es su papel en la historia. Para eso quedarán, como reflejo de nuestra incapacidad social, durante siglos.

Ante lo que una conciencia colectiva progresista nos demanda –más ecología, más sostenibilidad alimentaria, menos sufrimiento animal–, hay también contradicciones y errores de bulto. Desde mi humilde opinión, el ambivalente posicionamiento de Pacma con respecto al aborto y las leyes de plazos pone serios palos en las ruedas a unas reivindicaciones que tradicionalmente son de izquierdas y que deberían seguir siéndolo. Si la izquierda debe abrazar la causa animalista, sería deseable que la causa animalista tuviera los feminismos en su hoja de ruta, sin dudas. Cualquier otro resultado es desastroso para todos.

Si, como parece, el progreso requiere humanidad, es evidente que las imágenes de perros apaleados, osos polares vagando entre aguas embarradas que solían ser glaciares, y pollos adocenados llenos de tumores en fábricas nos asquean a todos. Dejemos entonces de plantear excusas desde un supuesto progreso industrialmente brillante y que fosforece, resplandeciente, siempre exponencialmente, siempre a futuro, ladrillo a ladrillo.

Recordemos, como explicaba Kate Moore en el libro Las chicas del radio, que todo lo que fosforece no es necesariamente bueno sino venenoso. Si nos acercamos a nuestros días, es necesario poner sobre la mesa que lo sostenible ya no es una opción sino una urgencia, y que estamos a punto de desaparecer, ya sin ambages. Nuestro final no será una nave espacial, sino la prosaica muerte de los refugiados climáticos que buscan desesperadamente un cobijo. Eso es así. No hay plan B.

Ah, y otra cosa: de la misma manera que el titular sobre la foca ponía como opuestas dos reivindicaciones que se han demostrado complementarias – acabar con las desigualdades humanitarias no tiene por qué tener enfrente a la ecología y el animalismo, sino todo lo contrario–, empecemos a reivindicarlas de verdad desde las izquierdas. No hay nada más ridículo que esa posición de gran estadista que se ríe y minimiza lo que desconoce como algo menor. Lo sé porque yo lo hacía. “Esta tía es vegana”, jajajaja. ¿Ves? No hace gracia. Hasta los más estúpidos nos damos cuenta.