Ilustración de César Medina con imágenes cedidas por la familia.

Mi abuela, la miliciana antifascista

Inma MasNieta de la miliciana Antonia Garcés Bonafé

Mami y Papi, así llamamos siempre a mi abuela y a mi abuelo, Antonia Garcés Bonafè y Vicente Mas Morey. Tuvieron cuatro hijos: Cati, Maria Lluisa, Vicenç (mi padre) y Carlos. Para mí, mi abuela era sinónimo de helado de albaricoque y almendra, crespells y mantecados caseros. Ver a mi abuela era sinónimo de quedarme en hipnosis viendo sus manos en movimiento haciendo ganchillo en una salita llena de telas, agujas, hilos, una máquina de coser y un maniquí siempre con alguna prenda a medio hacer.

Ver a mi abuela era como formar parte de un anfiteatro familiar de sillas frente a un enorme lar, asando castañas y tratando de sacarnos el frío del húmedo invierno de Mallorca. Mi abuela era menuda, con carácter, enérgica, y ahora sé que con mucha resiliencia. De mi abuelo sabía que había sido boxeador, que con 8 años se fue a Francia a trabajar, y que se dedicó a la construcción. Siempre lo encontrabas en el mismo sitio, sentado en su silla de ruedas, presidiendo la mesa del comedor. Era un hombre fuerte, robusto y con una paciencia infinita con sus nietos. Bromeaba con nosotros, cuando curiosos nos metíamos debajo de la mesa, pidiéndonos que le rascáramos el dedo gordo de un pie que no tenía. Falleció hace casi 36 años.

Esta era la imagen que guardaba de mis abuelos hasta hace escasamente un par de meses. Aunque, a decir verdad, la primera pista de que cargaban con una historia de lucha, activismo y supervivencia me llegó hace unos 30 años. En el instituto, siendo una adolescente, mi profesor de Historia nos encomendó hacer un árbol genealógico. Me preguntó, visiblemente emocionado, por mi abuelo y por el hermano de mi abuela, el tío Vicenç, Vicente Garcés Bonafè. Ambos habían fallecido. Él me explicó algo sobre la fundación de un sindicato en tiempos del franquismo. O así lo recordaba yo. No sabía de qué hablaba, ni lo más mínimo. No supe entender lo que me contaba, no lo identificaba para nada con la historia familiar que yo conocía, ni tampoco supe darle más trascendencia.

Les pregunté a mis padres, que en aquel momento se quedaron tan sorprendidos como yo. Sabían, sin demasiados detalles, que mi abuelo había luchado en la batalla del Ebro, y nada más. Por supuesto, le preguntamos a mi abuela, pero ella no dio razón. Esbozó una historia de un barco a Barcelona, mi abuelo y mi tío abuelo llegando a algún puerto de Catalunya, donde aparentemente les esperaban para detenerlos, y unos pescadores rescatándoles. Mi abuela, de sí misma, nunca dijo nada. Y hace 16 años, desafiando la centena, falleció. Y nuestra historia quedó congelada en el tiempo.

A lo largo de los años he intentado averiguar más, sin demasiado éxito. Y entonces se me ocurrió preguntar al grupo de Plataforma per la Democràcia. Somos un conjunto de entidades que trabajamos para expulsar los discursos fascistas de nuestra sociedad y en defensa de los Derechos Humanos, del cual yo misma formo parte con la asociación que presido. Y la información brotó. Mi abuela fue una miliciana antifascista, miembro del CADCI (Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Industria).

Salió de Barcelona el 4 de agosto del 36, con la columna de Zapatero rumbo a Mallorca, desembarcando el 16 de agosto en Porto Cristo, Manacor, para luchar contra el fascismo con las fuerzas del capitán Bayo. Algunas compañeras murieron en batalla, otras, como las cinco rosas de Manacor, fueron violadas, torturadas y fusiladas. Imagínense lo increíble que es para mí, activista por la igualdad de derechos y antifascista, descubrir que mi abuela luchó contra el fascismo en una época en la que eso te costaba la vida.

Me llegaban mensajes de historiadores e investigadores que sabían de mi abuela, de mi familia. No daba crédito. A través de Jesús Jurado y Marc Herrera, de la Secretaria Autonòmica de Memòria Democràtica i Bon Govern y de la gran labor de la asociación Memòria de Mallorca pudimos obtener documentos que nos ayudaron a unir piezas inconexas de nuestra historia.

Nos pusieron en contacto con el historiador catalán Gonzalo Berger, quien nos pudo explicar sobre mi abuela. Fue impactante ver su documental: Les milicianes. Y al final de éste, reconozco una foto. Se trata de una imagen de “sa tia Maria”, María Díaz Fortuny, miliciana; hermana de Reyes Díaz Fortuny (herida en el atentado de la Casa del Poble de Palma de Mallorca, el 4 de junio del 36). Y acto seguido, en el siguiente fotograma aparece una
imagen con el nombre de mi abuela. Increíble.

Gracias al investigador Pau Tomás Ramis, autor del ensayo Els mallorquins a la Olimpíada que no fou. Expedició a la Olimpíada Popular, 1936, hemos conocido que mis familiares iban a participar en las Olimpiadas antifascistas organizadas como respuesta a las Olimpiadas nazis. Zarparon de Mallorca rumbo a Barcelona cuando estalló la Guerra Civil. Expedición de la que no solo fueron partícipes, sino también parte organizadora.

Así, también pude conocer al historiador e investigador David Ginard, que me aportó un buen número de datos valiosos para reconstruir la historia vital de mis abuelos. Y resulta que este Ginard resultó ser aquel profesor de instituto, de cuyo nombre no me acordaba, que me reveló que tenía un pasado familiar desconocido. Gracias a él, hoy hemos podido conocer esa parte silenciada de nuestra historia. Por fin, he podido darle las gracias. Las mujeres han escrito la historia de este país, y el relato de la aportación de tantas y tantas mujeres a la construcción de nuestra sociedad es androcentrista, injusto y tergiversado.

Mi abuela sintió toda su vida que no debía hablar, ni con su propia familia. Que no podía hablar de su compromiso, de su lucha, de su sacrificio, del riesgo al que se expuso para luchar contra el fascismo. La guerra no acabó para ellas en 1939, pues el estigma de haber sido mujer miliciana, incluso por los suyos, era una losa que tuvieron que cargar toda su vida. Las tildaron de prostitutas, de estorbo, débiles e incapaces, y las relegaron a funciones auxiliares y sanitarias. Aun así, su compromiso antifascista era tal, que siguieron trabajando en los espacios que el machismo y el patriarcado les impuso. Dar voz a nuestra historia familiar es un orgulloso homenaje a mi abuela. Visibilizar esto, aquí, hoy, significa empoderamiento, sororidad, dignidad, justicia, restitución, agradecimiento y admiración por todas las milicianas; por mi abuela, Antonia Garcés Bonafé.