Fotografía: mujeres se preparan para marchar al frente.- FUNDACIÓN ANSELMO LORENZO Fotografía: mujeres se preparan para marchar al frente.- FUNDACIÓN ANSELMO LORENZO

Milicianas y mujeres soldado: retrato de las combatientes

Gonzalo Berger Cocreador del Museo Virtual de la Mujer Combatiente

La máxima dice que toda organización militar expresa el orden social en que se origina. La articulación de las milicias populares formadas por los y las combatientes voluntarias a lo largo y ancho de la Península en 1936 confirma esta regla.

En efecto, las revoluciones son contagiosas, tanto que especialmente durante los meses iniciales del conflicto, la mujer española desempeñó tareas exclusivamente destinadas a los hombres hasta la fecha, llegándose incluso a proyectar unidades militares en Barcelona y Madrid únicamente formadas por mujeres.

Es un hecho que bajo ningún supuesto se preveía la opción de que la mujer se incorporase a unidades de combate. Existen sin duda diversos factores que pueden explicar esta situación. De un lado, las reformas impulsadas por la II República Española, de otro, el momento "revolucionario" que vivía el país, donde todo era posible y todo estaba por hacer. De otra parte, al igual que en el caso de los hombres, el alto grado de politización de las mujeres españolas, su cultura política, facilitó su rápido encuadramiento en las columnas de combatientes.

Parece evidente que muchas de las voluntarias identificaban el fascismo y la reacción de las fuerzas políticas conservadoras como su enemigo, y no solo de clase, también los consideraban como una grave amenaza para sus recientemente adquiridos derechos como ciudadanas, que las situaba en igualdad con los hombres. En cualquier caso, como ocurre con una gran mayoría de los combatientes masculinos voluntarios en las milicias, las mujeres antifascistas se ofrecieron a participar del horror de la guerra para contribuir a construir un mundo, que, según sus parámetros ideológicos, debía ser mejor y más justo.

Al mismo tiempo, algunas de ellas, las más avanzadas políticamente, consideraron que había llegado el momento de probar que estaban absolutamente capacitadas para mostrarse en igualdad de condiciones que los hombres, incluso en aquel espacio prácticamente tabú para ellas y reservado al universo de la masculinidad; el campo de batalla. En otras palabras, reivindicaban para las mujeres la victoria y el derecho conquistado, con su sacrificio en el combate, a gozar de los privilegios del triunfo y de la construcción del nuevo mundo que se avecinaba.

¿Pero quiénes fueron estas mujeres? La propaganda de los años de la guerra —la del bando republicano y la del sublevado— y la historiografía, tanto la inmediatamente posterior a la guerra —la franquista o la del exilio— como la producida en tiempos de la democracia, no ha ayudado a esclarecer esta cuestión. A día de hoy no es fácil determinar qué lugar ocupan estas combatientes en los espacios comunes, la memoria colectiva, del conjunto de la sociedad española.

Generalmente se ha dicho, y se cree, que las milicianas fueron tan solo un elemento de propaganda, que fueron unas pocas, que no combatieron o que, si lo hicieron, estuvieron pocos días en las trincheras, que eran jóvenes, casi niñas, que seguían a sus hombres, padres, hermanos o maridos; esto es, que no tenían autonomía política ni ideas propias, es decir, se las minimiza en el relato histórico y en el contexto político del momento. También es común creer que todas eran anarquistas, o que eran prostitutas o ambas cosas a la vez. Mujeres sin formación, lumpen de las barriadas de las grandes ciudades. En el otro extremo de los espacios comunes se sitúa la idealización por defecto, la miliciana que adquiere un rol casi romántico, la heroína.

De la mujer soldado, la que persiste en unidades militares más allá de las milicias populares y hasta el final de la guerra, no ha quedado registro colectivo, nunca llegaron a existir en nuestra memoria.

En el inicio de nuestra investigación, hace ya cinco años, determinamos que solo un análisis pormenorizado de la documentación de la época podría resolver las preguntas que nos formulábamos; solo la identificación y reconstrucción de cada una de las vidas de estas mujeres podía ofrecernos las respuestas. Así nació el proyecto Mujeres en Guerra y su plataforma digital, el Museo Virtual de la Mujer Combatiente.

Establecimos la metodología de trabajo a partir de la obtención de datos en fuentes primarias asociadas orgánicamente  a alguna de las organizaciones de carácter militar que lucharon en el bando republicano.

El análisis de estos datos nos permite afirmar que fueron varios miles las milicianas y mujeres soldado que se mantuvieron en los frentes de combate entre el 21 de julio 1936 y hasta el final del conflicto, en 1939. A modo de ejemplo, podemos establecer que, para la primera etapa de la guerra, la correspondiente a la organización territorial de milicias, en la organización catalana de las Milicias Antifascistas se alistaron un mínimo de 1.348 mujeres; para el caso de las Milicias Populares organizadas en Madrid, la cifra asciende a 1.227 voluntarias y en el de las organizadas en las Milicias Vascas Antifascistas, el número se sitúa en 182.

Los datos obtenidos relativos al perfil sociológico de las milicianas solo se pueden interpretar de una manera: la respuesta al golpe de Estado de las mujeres republicanas fue socialmente trasversal. Su edad media —más del 50%— se situó entre los 20 y los 29 años. Mujeres jóvenes sí, pero no tanto como para atribuirles inconsciencia o inconsistencia a la hora de decidir enfrentar a los sublevados mediante las armas. Los orígenes de las voluntarias se corresponden con todos los estratos sociales: algunas eran analfabetas y otras tenían formación superior; se habían divorciado, casado o eran solteras; podían ser profesionales cualificadas o amas de casa. Contra lo que comúnmente se ha creído, no participaron solo las obreras consideradas como revolucionarias, es decir, las anarquistas.

El perfil político es mucho más amplio y se corresponde con mujeres plenamente conscientes de la amenaza que representaba para ellas la reacción autoritaria. Estas mujeres estaban vinculadas orgánicamente a organizaciones anarquistas o comunistas, pero también a socialistas, republicanas, vascas o catalanistas. El origen geográfico parece corresponderse con los núcleos de población urbanos, feudo de las instituciones republicanas y de las organizaciones obreras. Es plausible pensar que este escenario, el de las grandes urbes peninsulares, favoreció la puesta en práctica de nuevas formas de relación social y la emancipación de la mujer, especialmente en las ciudades de Madrid y Barcelona.

Los datos de la experiencia militar nos ofrecen una nueva perspectiva en relación con su participación y actitud ante la guerra. La miliciana, una vez alistada en una columna, marchaba al frente con el resto de la unidad en igualdad de condiciones. Sabemos que mayoritariamente combatieron en primera línea.

Los estudios preliminares nos confirman el hecho de que cinco de cada diez voluntarias combatieron mediante el uso de armas. Recientemente documentamos el caso de María Luisa Fernández Cuevas, militante de Izquierda Republicana, a la que mediante una carta fechada el 27 de septiembre de 1936 se le comunicaba, por parte del Estado Mayor del Batallón Martínez Barrio, que, tras haber demostrado gran compromiso con la causa antifascista y determinación en el campo de batalla, y con la conformidad del conjunto del batallón, se la ascendía a alférez.

También hemos documentado un mínimo de 360 mujeres soldado que continuaron combatiendo en el Ejército Republicano, una vez se militarizaron las milicias populares y que muchas de ellas fueron ascendidas a oficiales o suboficiales. Conocemos la existencia de cinco comisarias, dos comandantes, trece capitanas,
veintiséis tenientes y cuatro alféreces, seis sargentos y cuatro cabos.

También podemos afirmar que las mujeres combatieron en todos los escenarios de la contienda, no solamente en el frente de Aragón o Madrid. Además, estuvieron presentes en la campaña de las Baleares, en el frente del Norte, en los combates de Andalucía y Extremadura y durante los momentos finales de la contienda, ya en territorio catalán.

Un dato significativo es el de las muertas en acción de guerra; un total de 73 dejaron la vida combatiendo y 31 fueron dadas por desaparecidas en el frente. Centenares de ellas resultaron heridas o mutiladas.

Respecto a la cantidad o proporción de combatientes femeninas, independientemente de valores subjetivos, tales como muchas o pocas, las cifras de las que actualmente disponemos sitúan el número muy por encima de las estimaciones más optimistas de los diferentes autores que han tratado esta cuestión.

Nuestro estudio, aún en fase preliminar, registra a más de 3.220 mujeres que combatieron en la Guerra de España y nos permite estimar el número total de estas en torno a las 7.000 voluntarias.