Ni un árbol menos en las calles de L’Hospitalet

"Informar a vecinos y vecinas sobre las razones de las talas –caso por caso y calle por calle–, sobre los nuevos ejemplares y cómo se prevé que evolucionen, o sobre qué hacer si observan incidencias, sería una buena manera de corresponsabilizar a la comunidad de su cuidado"

El verano empezó con el incendio de la Ribera d’Ebre y acabamos las vacaciones con la Amazonia en llamas. En medio tuvimos una alerta ambiental en el área metropolitana porque a nuestra contaminación de serie se le añadió el polvo del Sáhara y la ola de calor, y se dispararon los índices de dióxido de nitrógeno. Entonces muchos ayuntamientos tuvieron que tomar medidas extraordinarias siguiendo órdenes de Bruselas. Pero, aunque la emergencia climática nos ha hecho mucho más conscientes de la importancia de nuestro medio natural, aún nos cuesta relacionarlo todo. Hasta puede pasar que nos preocupen más los árboles de la selva amazónica que los de nuestra calle, como si nuestra cabeza urbanita considerara naturaleza de verdad solo las grandes extensiones de bosques.

Los árboles urbanos son, sin embargo, un auténtico escudo contra el cambio climático y sus efectos. Y son casi tan importantes para nuestra salud como tener un CAP cerca de casa. Según los expertos, los árboles más grandes absorben grandes cantidades de gases contaminantes, son la mejor protección contra el calor y regulan el flujo del agua, siendo importantísimos en caso de inundaciones. Sabemos que la contaminación es uno de los principales problemas de salud pública de Catalunya y muchos estudios demuestran que los barrios verdes mejoran la salud física y psíquica de sus habitantes. Igual abrazar árboles no era tan mala idea.

En L’Hospitalet se repiten desde hace dos años las protestas contra el plan de renovación del arbolado. Colectivos de vecinos de diferentes calles y barrios han denunciado lo que consideran un "arboricidio" o tala indiscriminada. En la ciudad tenemos 38.280 árboles, muy pocos para 261.000 personas y para hacer frente a las emisiones de nuestros 115.888 automóviles y de todo el tráfico de entrada y salida de Barcelona. Aunque el Ayuntamiento reconoce que estamos lejos de los estándares recomendados, se ha propuesto eliminar más de 6.000 sin tener muy en cuenta la renovada sensibilidad medioambiental de vecinos y vecinas. La idea es reponer la mayor parte y aumentar el número de ejemplares, pero hay miles de árboles en aceras demasiado estrechas que parece que será imposible recuperar. Los remiendos urbanísticos para paliar desastres heredados no cambian la lógica: se arrancan árboles porque generan "interferencias" y se apela a la ley de accesibilidad, pero no se actúa con la misma contundencia con terrazas, bicis y motos, ni se repiensan las calles. Un nuevo ejemplo de cómo las mejores intenciones pueden acabar perjudicando a los barrios que ya acumulan carencias de todo tipo.

La última protesta contra el plan de arbolado ha tenido lugar en el barrio de la Florida, uno de los más vulnerables del país, de los más densamente poblados del mundo y cuya situación es de auténtica injusticia ambiental. La Organización Mundial de la Salud establece que las ciudades deben disponer, como mínimo, de entre 10 y 15 metros cuadrados de zona verde por habitante. De los 23 municipios catalanes con más de 50.000 habitantes, Santa Coloma y L’Hospitalet son los que menos zona verde tienen por habitante (5,57 m2) y solo hace falta mirar un mapa de la segunda ciudad de Catalunya para ver que en toda la zona norte apenas hay zonas verdes. En la Florida, en un espacio de 0,38 km2 hay 29.543 personas viviendo, 77.745 habitantes por km2. Es normal que con estos índices las vecinas y vecinos cuestionen las talas. Se quejan de que pierden las sombras de los árboles más grandes y sus capacidades ambientales y termorreguladoras, y no les basta con que se pongan árboles en otra calle o en un nuevo parque dos barrios más allá: quieren ver verde en su calle o desde su ventana.

Por falta de visión y de predisposición a escuchar a la ciudadanía, una oportunidad de oro para la educación ambiental a pie de calle se ha convertido en un conflicto. Informar a vecinos y vecinas sobre las razones de las talas –caso por caso y calle por calle–, sobre los nuevos ejemplares y cómo se prevé que evolucionen, o sobre qué hacer si observan incidencias, sería una buena manera de corresponsabilizar a la comunidad de su cuidado. El ecologismo ni puede ni debe ser elitista. Si en el año 2004 le dieron el premio Nobel de la paz a la keniata Wangari Maathai por crear un movimiento de mujeres para plantar árboles y frenar la desertización, hoy, en un mundo sobreurbanizado, la mejor manera de crear una conciencia verde planetaria es respetar y alentar las iniciativas medioambientales de pequeña escala y el microurbanismo verde. Menos discurso hueco sobre sostenibilidad y más respetar a los vecinos y vecinas que defienden los árboles de su calle como si fueran los del Amazonas.