La odisea de ser ganadero en la ciudad

Dedicarse al sector primario en las grandes ciudades no es tarea fácil. En la Serralada de Marina pasta desde hace dos años un rebaño de cabras, y dentro de la trama urbana barcelonesa los huertos de La Ponderosa todavía resisten

Cae el sol del mediodía y un montón de cencerros empiezan a sonar en las inmediaciones del aparcamiento del Hospital de Can Ruti, allá donde el asfalto se funde con los caminos de tierra de la Serralada de Marina. Decenas de cabras transitan por los márgenes de la carretera, guiadas por los silbidos de su pastor, entremezclándose con el ruido de los autobuses y los coches que transportan a los usuarios de este centro sanitario de Badalona. Es una imagen de contrastes muy poco usual en el área metropolitana de Barcelona, pero a la que los habitantes de esta zona del Barcelonès Nord están cada vez más acostumbrados, desde que hace dos años el joven Francesc Teixidor se instaló con su rebaño de cabras en una masía del parque natural.

El Barcelonès es la comarca de Catalunya con menor presencia del sector primario. Tanto la agricultura como la ganadería tienen una existencia anecdótica en el entorno de la capital. Según datos del Departament d’Agricultura, Ramaderia, Pesca i Alimentació, en 2018 solo contaba con 52 hectáreas cultivadas –había 39 de regadío y 13 de secano–, lo que equivalía al 0,3% de las 14.500 hectáreas de superficie de la comarca. Esta es también la que menos explotaciones ganaderas acoge, con algo más de una veintena y todas ellas de tamaño bastante reducido. Solo hay datos públicos exactos acerca de las explotaciones de équidos –ocho en total–, ovejas (5) y abejas (4). El resto de categorías –entre las que se hallan las explotaciones de cabras, como la de Francesc–, sumarían solamente una, dos o tres explotaciones –los datos del Departamento no concretan la cifra exacta.

Hacerse cabrero, paso a paso

En este contexto de infertilidad ganadera, Francesc, nómada mecido por el viento, las olas y las tablas de surf, dejó el mundo de los deportes acuáticos y la vela y lo cambió por el sector primario, casi sin querer, de manera muy paulatina. Tuvo su primer contacto con él en Canarias, donde pasaba temporadas trabajando de monitor en la playa y donde descubrió su pasión por el cuidado de las cabras –en el archipiélago el pastoreo y la fabricación de queso cuentan con una gran tradición–. Tras muchas vicisitudes y casualidades, se vio de vuelta en casa, en Barcelona, acompañando a un grupo de cabras que ha ido creciendo con el paso de los años. Después de itinerar por distintos municipios del entorno de la capital catalana, Francesc se afincó hace un par de años en Can Boscà, una finca en el término municipal de Badalona en la que ejerce de masovero con su familia.

"Mantenemos la casa y el terreno. La vigilamos y, a cambio, la propiedad nos permite vivir aquí", relata el pastor. Lo hace junto a su pareja, Natalia, y sus dos hijas gemelas a quienes invita a posar para las fotos mientras revolotean entre las cabras y los arbustos como dos mariposas. "Desde pequeñas han salido a apacentar con su padre y se lo pasan pipa. Hasta se saben el nombre de muchas de las cabras. ¿Cómo se llama esta?", les pregunta la madre, señalando un ejemplar. "Niebla", contesta risueña una de las hermanas. Es esta una forma de vida muy poco habitual en las ciudades y que, de hecho, no es nada sencilla de mantener: a la familia le quedan dos años más de contrato, así que se encuentra en proceso de negociación para dilatar el plazo y que todo el trabajo y el gasto realizado hasta ahora pueda seguir dando su fruto. "A día de hoy, este negocio es mínimamente rentable para vivir de él porque no pagamos alquiler. Si no, sería imposible económicamente", avisa el pastor.

Francesc tiene alrededor de un centenar de cabras que ya están legalizadas como explotación ganadera por parte de la Generalitat, después de un largo proceso de petición de permisos y autorizaciones. Desde hace algunos meses, además, tiene permitido vender carne de cabrito y la leche de las cabras al por mayor, aunque todavía no de forma minorista. "El Ayuntamiento, por ejemplo, sigue sin respondernos oficialmente. No lo necesitamos, porque con el permiso de la Generalitat ya tenemos suficiente, pero eso demuestra que son procedimientos muy lentos", lamenta Francesc. A eso hay que sumar que un Consistorio como el de Badalona no está acostumbrado a tramitar permisos para el sector primario. El objetivo del pastor es ir dando pequeños pasos: conseguir el certificado de producto ecológico, poder llegar a producir su propio queso o contar con un transporte técnico y legalmente adecuado para transportar los productos, entre otras metas.

Una Administración con la que no han tenido ningún problema es la Diputació de Barcelona, gestora del parque natural de la Serralada de Marina y una de las primeras interesadas en que este tipo de actividad económica prolifere en la zona. ¿Por qué? Porque un rebaño de cabras como el de Francesc contribuye a limpiar los caminos y el monte, ayudando a reducir el riesgo de incendios. "Es un beneficio mutuo: comida para el pastor y fincas en condiciones menos vulnerables para nosotros y los propietarios privados. Para la Administración es un bien general y, además, el sector primario es casi inexistente en la zona metropolitana. Iniciativas como ésta intentan poner remedio a esa situación", reivindica la directora del parque, Cinta Pérez.

Francesc explica que está manteniendo conversaciones para que la Diputació habilite infraestructuras en las que él pueda dejar el ganado durante breves temporadas cuando le pidan repasar zonas alejadas de su corral. "Si me piden apacentar a dos horas de distancia, es difícil ir y volver el mismo día, así que nos lo están mirando", comenta el pastor. "Trabajamos para que algunos propietarios encuentren sitios en los que Francesc pueda dejar las cabras si está lejos de la base, porque los animales no son máquinas. Pero esto es lento y complicado", afirma la directora.

Explotaciones agrícolas que resisten

Bajando de la Serralada de Marina por la vertiente barcelonesa, a orillas del río Besòs, existe otro de los pocos recovecos del sector primario en la comarca. Entre carreteras, autopistas y vías de tren, en la frontera entre Barcelona y Montcada i Reixac, resisten las siete hectáreas de huertos de La Ponderosa, el último gran reducto agrícola dentro de la trama urbana de Barcelona y del que salen frutas y verduras que se comercializan con normalidad. Hasta hace cosa de un año, de hecho, se podían comprar allí mismo, en una suerte de tiendecita o parada que Juan Ortuño, el payés que estuvo a cargo de las tierras desde mediados del siglo XX, tenía habilitada hasta que falleció. Desde entonces, su hijo y su familia han tomado las riendas del huerto, pero el producto se lleva a tiendas de distintos barrios de Barcelona, como Nou Barris o la Verneda.

Además de ser la última gran explotación agrícola de la ciudad, es también la última actividad económica regada por el Rec Comtal, el histórico canal de riego de 12 kilómetros que nace en Montcada i Reixac y desemboca en el mar, previo paso por el Besòs. El de Vallbona –el barrio extremo en el que se sitúa La Ponderosa– es uno de los pocos tramos en los que la acequia medieval es todavía visible a simple vista, a pie de calle. Su valor histórico y paisajístico ha justificado que parte de la sociedad civil, reunida bajo el paraguas de la Taula Comunitaria del Rec Comtal, haya luchado durante años por su conservación, así como por la protección de los huertos de La Ponderosa ante el riesgo de desaparecer para dejar paso a promociones inmobiliarias.

"En La Ponderosa se proyectó un ecobarrio, un plan urbanístico que preveía la construcción de cientos de pisos. Aunque se frenó, los terrenos siguen clasificados como equipamiento, lo que significa que se puede construir en ellos. Por eso hemos pedido por escrito que el Ayuntamiento se posicione oficialmente para proteger este patrimonio", explica Antonio Alcántara, miembro de la Taula y de la Asociación de Vecinos de Can Sant Joan de Montcada. La coordinadora considera que los huertos deberían mantenerse como lugar de trabajo agrícola y que podrían acoger un proyecto de agricultura urbana, lógica educativa y ambiental y soberanía alimentaria. Fuentes del Consistorio barcelonés explican que se está acabando de "trabajar y analizar la propuesta del plan director de Vallbona, para ver cómo encajan las prioridades del documento con las potencialidades y el valor añadido que los terrenos tienen para el barrio y las entidades", teniendo en cuenta también, dicen, el soterramiento de las vías del tren a su paso por la zona.

UN SECTOR QUE PIERDE FUELLE

Si en materia de agricultura y ganadería el Barcelonès no anda nada boyante, el panorama regional tampoco está en su mejor momento, como se desprende de la evolución de sus cifras en los últimos años. El sector primario retrocedió en 2018 el 0,4% en Catalunya, según el Idescat, registrando el primer dato negativo desde el descenso del 3,4% de 2015. En 2016 y 2017 el crecimiento había sido del 4,1% y el 3,7%, respectivamente. El pasado año el peso del sector primario en el total del Valor Añadido Bruto (VAB) catalán era solo del 1%. De hecho, el primario fue entonces el único gran sector de actividad económica en el que retrocedió el empleo, si bien es cierto que se trataba del primer descenso en la afiliación desde 2014: el 1,5% menos.