Resucitar pianos olvidados: la mejor nota para la integración

Una iniciativa recupera instrumentos en desuso para colectivos vulnerables, Nou Barris acerca el ‘blues’ a zonas populares y los centros cívicos expanden los valores de esta disciplina más allá de los escenarios

Dicen que las melodías sosiegan a los animales más fieros. ¿Qué no podrán hacer con las personas? En Barcelona son muchos los proyectos que aprovechan el potencial integrador de la música. El blues como elemento dinamizador para jóvenes de barrios periféricos; programaciones en casals y centros cívicos que expanden los géneros y sus valores más allá del centro de la ciudad; o pianos centenarios que hacen más agradable el día a día en residencias geriátricas o centros de menores. La dinamización sociocultural a través de la música afina día tras día. Y sin que quienes se benefician de ello entiendan, necesariamente, de solfeo.

El desecho de uno puede ser el tesoro de otro. De esa idea ha hecho virtud el Museu de la Música. Cansados de recibir llamadas de particulares, de personas que se habían cansado de ver grandes pianos en los comedores de sus casas, heredados o comprados hace tiempo, la institución decidió darles a todos esos instrumentos en desuso una función social. "Es un objeto que tiene valor y que no se quiere tirar. No lo quieren en casa, pero quieren que alguien lo aproveche. Y hace dos o tres años vimos que eso era mucho más habitual de lo que pensábamos", comenta Marisa Ruiz, responsable de colecciones del Museu de la Música, perteneciente a L’Auditori.

"Recibíamos una cantidad notable de donaciones y nos encontrábamos diciendo no a pianos que funcionaban, aunque no cumpliesen con los requisitos de nuestra colección. Y las entidades sociales de la ciudad tenían necesidad de contar con un piano de verdad, no con un teclado, para hacer sus actividades", expone Ruiz. Así fue cómo los instrumentos –con más de un centenar de años en muchos casos– pasaron de ser un objeto de decoración en el comedor de un particular, o un trasto en un desván, a ser parte efectiva de la dinamización de esas entidades. Los conocimientos de L’Auditori resultan útiles en el transporte, la puesta a punto y demás coyunturas de la gestión de los pianos. "Damos un servicio musical comunitario", añade Ruiz.

Sólo en 2019 han recogido, reparado y ubicado en un proyecto social una decena de pianos. Tal ha sido el éxito de la experiencia, que el Ayuntamiento de Barcelona, mediante el Institut de Cultura, se ha animado a apoyar la iniciativa. Ya esperan que el año que viene se cedan una docena más. "El piano es el piano del abuelo o de mamá... La gente, después, va a verlos y comprueba la función que cumplen. Por otro lado, está el objetivo de que las personas usuarias de esas entidades puedan tocarlo sin pasar por la academia. No hace falta saber tocar, sino conectar de otra forma con el instrumento", dice la responsable de colecciones del Museu de la Música.

Los destinos del objeto son dispares: residencias de gente mayor, centros para personas con diversidad funcional, hogares de menores tutelados, centros cívicos... Estos han sido algunos de sus nuevos paraderos hasta la fecha. Y en este tiempo de redistribución de pianos se ha dado ya alguna paradoja. "A finales de octubre hicimos una cesión a la Agrupació Coral Flors de Maig del Raval, que recibieron el piano de un ciudadano del Eixample. Supimos que el instrumento se fabricó en Barcelona, ¡en una fábrica que en los años 20 estaba en el Raval! Es un piano que ha dado muchas vueltas", bromea Ruiz.

Nou Barris, a ritmo de llamada y respuesta

Los instrumentos son vitales para las músicas. Como lo son los músicos que las interpretan. Y aún más los devotos de estas. En los últimos años, Nou Barris se ha convertido en el Mississippi barcelonés. El blues, una música que desciende de los ritmos de llamada y respuesta de los esclavos africanos y popularizada en América en el siglo pasado, es la cuna de la música rock y, por tanto, de la práctica totalidad de las músicas masivas actuales. Y ha causado furor en el distrito. Todo gracias a la labor de la asociación Capibola Blues.

Creada por diferentes miembros del tejido asociativo del barrio de la Prosperitat, Capibola Blues fue el embrión del Festival de Blues de Barcelona –del que se han celebrado ya diecisiete ediciones– y también de la Escola Taller de Blues. "La idea fue: «Si la música que nos apasiona es esta, ¿por qué hay que ir a Barcelona a disfrutar de ella?». Queríamos descentralizar la centralidad cultural de la ciudad. Todo con un género que no tiene el apoyo en los medios: el blues es minoritario, como lo somos los del extrarradio", comenta Isaac Chacón, miembro del proyecto.

Estos vecinos de Nou Barris querían que el blues abriese el espectro musical de los jóvenes. Y querían hacerlo con un estilo "atractivo, popular y de raíz", como el flamenco o la rumba. Desde 2008 trabajaron sobre todo con jóvenes del barrio, pero también con colectivos vulnerables, como el de las personas sin hogar o los presos. Llegaron incluso a organizar una gira de conciertos solidarios por todas las prisiones catalanas. Nació así un movimiento blusero en el distrito que lo ha convertido en un referente incluso fuera de la ciudad. "Generamos un público sensible que empezó a disfrutar de esta música. Y se dio una coyuntura muy especial: Barcelona comenzó a contar con una escena de músicos de los mejores de Europa", añade Chacón.

"En Barcelona había muchas escuelas de música, pero la mayoría estaban muy normativizadas y tenían precios que no todo el mundo podía pagar. La mejor manera de acercarles este género era crear una escuela de música en la que fueran los artistas los que enseñaran el lenguaje musical. No solo la música, sino una forma de entender la vida", apunta Chacón. El proyecto empezó vinculado al Ateneu de Nou Barris. Creció el número de alumnos y cursos y, por limitación de espacio, decidieron irse a un local al Poble Espanyol. "Allí la escuela creció y llegó a su pico máximo: 80 alumnos y 14 profesores. Desde jóvenes de 18 años hasta personas de 65", dice Chacón, que habla en pasado porque una súbita subida del alquiler, criminal para un proyecto autogestionado, dejó la escuela en dique seco en este 2019. En ella llegaron a impartir clases Ivan Kovacevic (Mambo Jambo) o Chino Swingslide. En 2020 esperan encontrar un nuevo espacio y retomar su actividad formativa.

Los barrios son un festival

La Escola Taller de Blues ha dinamizado en la última década espacios públicos como el Castell de Torre Baró –donde ha organizado conciertos gratuitos–, montado jam sessions no profesionales y, lo más importante, colaborado con infinidad de casals. Su idea –también la de iniciativas como el Taller de Músics, en el Raval– es acercarse a entidades y espacios de barrio para hacer crecer el circuito de músicas de base. "No entendemos la programación musical sin la vertiente social", añade Chacón. En ese punto, la escuela converge con decenas de centros cívicos, espacios jóvenes y centros culturales que hacen de Barcelona un festival non stop. Y descentralizado. El auténtico motor musical de la ciudad.

Cada distrito, cada barrio, dispone de un equipamiento en el que la extensión de la música y la colaboración entre vecinos alrededor de multitud de géneros llenan las programaciones mes tras mes. Y lo hacen con talleres, charlas, exposiciones, conciertos o festivales. De paralelo a paralelo de la capital. El Espai Jove La Bàscula, en el distrito de Sants-Montjuïc, por ejemplo, se realizan múltiples ciclos. Uno de pequeño formato, el ciclo Hivernacles, y otro de gran formato, Divendres Concert, sirven para apoyar a las bandas emergentes. Asimismo, coproducen –una lógica que también se aplica en otros centros cívicos– eventos para la ciudad, como el Festival Brot. Su proyecto LMMM –La Marina Memòria Musical– trabaja en la creación de canciones a partir de dos generaciones: adolescentes junto a personas de avanzada edad.

En la otra punta de la ciudad, el Espai Jove Boca Nord ha celebrado este año su vigésimo aniversario acercando la cultura a los jóvenes de barrios como el Carmel, Horta o la Teixonera, en el distrito de Horta-Guinardó. Les ofrecen sus locales de ensayo y también espacios para realizar actuaciones. Su variada programación musical refuerza diferentes ejes sociales: el festival Hacemos Rap tiene a la mujer rapera como protagonista; y también organizan sesiones estables de charlas y conciertos para mostrar proyectos donde la música es, claro está, una herramienta para la transformación social.