Otra vida en el subsuelo más allá de las prisas

Bares y tiendas ubicados en los vestíbulos del metro y el tren de Barcelona combaten con tentempiés suculentos y un trato cercano el descenso de clientes y el cambio de hábitos

Son las diez y media de la mañana y José Luis sirve un bocadillo, otro más, de tortilla. En la cafetería Clot-Aragó, situada antes de validar el billete en el torno para acceder a los trenes de la Renfe, el pico de trabajo de la mañana empieza a descender. En el mostrador lucen unas tortillas de aspecto suculento: de patata, de patata con cebolla, de ajos tiernos, de calabacín, de pimientos, de setas, de alcachofa, de morcilla, de chorizo, de espinacas, de verduras variadas... "«Tienes que ir, hacen las mejores tortillas de Barcelona», me dijo un amigo cocinero. Así que un día que pasaba por allí paré y las probé. Desde entonces he ido tres veces", explica Miguel Carvalho, un periodista portugués afincando en Barcelona. "Otro día perdí el tren y aproveché para comer ahí. Y otro día fui adrede", añade.

La cafetería Clot-Aragó, en el subsuelo barcelonés, es especialista en tortillas. Ricas y a buen precio. Bajo tierra hay vida más allá de las prisas. José Luis Bolaños es el propietario del negocio, heredado de su familia y en el que lleva trabajando 32 años. El local es una concesión de Renfe y la licencia de explotación se renueva cada cuatro años. "Somos una referencia por el trato y por las tortillas", afirma en mitad de una carcajada. "Mucha gente viene a propósito, para comer la tortilla aquí o para llevársela". José Luis es toda una institución en este rincón de la red metropolitana de transportes, y la clientela que tiene es fija. "Está el que viene siempre y el que no ha venido nunca y repite", mantiene.

Rosanna es una de las clientas habituales. Trabaja en el aeropuerto y la cafetería le viene de camino. De hecho, sale un poco antes de casa para poder parar a comer. "Es el único bar dentro del metro al que vengo y lo hago porque el servicio es excelente, y las tortillas, espectaculares", asegura. A veces, si tiene prisa, la pide para llevar. El bar de José Luis abre de cinco de la mañana a diez de la noche.

Clientela fija y cafés para llevar

A las seis de la tarde el metro está lleno de familias con niños que regresan a casa después de salir del colegio. También hay gente que viste uniforme de trabajo. Caras de cansancio y personas despistadas, haciendo la lista mental de la compra, pensando en el fin de semana o simplemente escuchando música, esperando el momento de caer rendidas en el sofá de casa. En la parada de Hospital Clínic de la L5, en el bar Metrópolis, Luis Gustavo le prepara a Brenda un bocadillo de beicon. Usa la plancha y huele a frito. La hamburguesa de ternera vale 2,40 euros, la de pollo 3 y la completa 4. Si el cliente se rasca el bolsillo, puede pedir un menú: hamburguesa con patatas y bebida por 5,30 euros. Por 2,70 tiene un bocadillo con pan de chapata, tres minihamburguesas, beicon, lechuga y tomate. Por las mañanas las ofertas estrella son el café con leche y el bikini, a 3,20 euros, y el zumo natural con cruasán, a 2,60.

El Metrópolis abre desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche y cierra los sábados por la tarde y los domingos. Luis Gustavo hace un año que trabaja allí, pero antes lo hacía en un bar del metro en Horta, del mismo dueño. "Lo cerró porque TMB [Transports Metropolitans de Barcelona] le puso problemas, así que vine aquí. Funcionaba superbien", lamenta. Su clientela, como la de José Luis, es más bien fija. "Los clientes no se quedan más de cinco o diez minutos, todos van con prisas". Una visión que comparte José Luis: "En los últimos años ha aumentado la gente que pide el café para llevar. Antes apenas gastaba vasos para llevar, ahora salen como la espuma". En una mesita del Metrópolis está Gilmer, con un cortado y un cruasán. "Es la primera vez que paro aquí y nunca tomo nada en los bares del metro, pero estoy esperando a una amiga que llega tarde y en la calle hace frío", explica. El caso de Brenda es diferente: es amiga de Luis. "Vengo por las tardes, le veo y aprovecho para merendar: se come bien y bien de precio", explica.

Las franquicias se abren paso

Además de los bares de toda la vida, y fruto de la masificación turística, en los últimos años también han abierto algunas franquicias. En las estaciones de Palau Reial (L3), Catalunya (L3) y Universitat (L2) hay tiendas de Dunkin Donuts. En Diagonal, en la L5, hay una de Enrique Tomás. También hay negocios que se han transformado, como un antiguo quiosco de prensa en el andén de Espanya (L1), que se ha convertido en el Alsur Deli, especializado en bollería y bocadillos delicatessen.

Precisamente a su lado sobrevive el puestito –esta es seguramente la palabra que mejor lo describe– de Carmen. Es un sitio pequeño, abarrotado de caramelos, chucherías, bolsas de patatas y refrescos, entre otros productos. Lo regenta desde hace 36 años Carmen Sánchez, que empezó a trabajar allí con 14. "Los clientes suelen ser habituales. La gente se cree que compran más los extranjeros, pero no. Si no fuese por la gente que cada día va a trabajar y por los estudiantes, no se haría caja", defiende.  Dice que lo que más se vende son las bebidas: "Con el calor que hace aquí abajo, lo que más se vende es el agua. En invierno, chocolate y caramelos, por los resfriados". 

Carmen reconoce que, en los últimos años, el negocio ha ido bajando: "Hay más competencia y la gente compra menos". Justo en ese instante, un cliente de origen japonés se planta frente al mostrador. Pide una botella de agua y paga con el móvil. Se espera a recoger el tique, pero la cobertura es mala y Carmen le dice que ya está, que se puede ir. Él parece confundido. "Esto es el infierno: calor y poca cobertura", resume Carmen.

A solo unos metros se halla el bar Metro España L1. María Eugenia hoy va bien de tiempo y ha parado a tomarse un café. "Paro a menudo, porque me viene de camino al trabajo y así aprovecho". El bar lo regenta Javier Antón, que lleva 15 años trabajando allí. "Las horas de más movimiento son las de la mañana. Luego, durante el día, viene gente que trabaja en Ferrocarrils [de la Generalitat de Catalunya] y en el Metro". Es el caso de uno de los clientes que anda tomándose un café y una pasta. Es trabajador de Ferrocarrils y aprovecha su rato de descanso. Como Carmen, Javier asegura que la clientela ha bajado, que la aparición de la L9 le ha perjudicado –al diversificarse las opciones de recorrido, los clientes se han dispersado– y que ha notado la aparición de nuevas opciones de transporte en la ciudad, como Cabify y Uber. Agrega que es durante la semana del Mobile World Congress –el próximo se celebrará del 24 al 27 de febrero– cuando más caja se hace.

La convivencia con otros negocios

David Marín lleva un año trabajando en Llibre Solidari, que, mediante la venta de libros de segunda mano que la gente dona, ayuda a personas en riesgo de vulnerabilidad o precariedad económica. Se trata de un proyecto ideado por Joan Bagur en 2011, quien, después de superar un cáncer y jubilarse, decidió ayudar a quienes más lo necesitaban. David lleva dos meses en el puesto que Llibre Solidari tiene en la estación de Verdaguer, en la L5. "La gente compra más libros a principio de mes, cuando ha cobrado. Hay una clientela fija que los compra en cantidad. Una señora, por ejemplo, compra todos los lunes cuatro o cinco libros de romántica. Los lee y los devuelve al siguiente lunes", explica David. También asegura que la tipología de clientes de su puesto es muy variada. "Hay personas que piden recomendación, están los turistas que buscan libros en su idioma, los clientes y clientas que leen mucho y saben mucho de literatura y buscan algo en concreto y los que pasaban por aquí", concluye.

A unos metros de Llibre Solidari hay un puesto de abalorios. "Lo que más vendo son pendientes y pañuelos. Y paraguas en los días de lluvia", dice María Jesús Bernard, la empleada. Delante, las persianas bajadas –desde finales de noviembre– del bar Pallars. "No les iba demasiado bien y los dos socios tenían problemas. A veces había bastante gente, sobre todo por las mañanas, pero estos negocios del metro han decaído, por lo general, mucho. Cuando yo empecé a trabajar aquí, hace ocho años, hacía mucha más caja que ahora", asegura María Jesús. Como David, nota cuando es principio de mes, y también el cambio de estación: "En primavera la gente compra más", remarca con un halo de tristeza en la cara. "A estos", dice señalado las persianas del Pallars, "entre el alquiler y los autónomos, yo creo que no les salía a cuenta".