Ante la incertidumbre, el atrevimiento crítico y lúdico

Laureano Debat

La revolución digital obliga a replantearse la gran mayoría de los conceptos sobre arte y creación que hasta hace poco parecían indiscutibles. Los y las artistas que trabajan con la IA se atreven a jugar, a probar y a enfrentarse de manera crítica ante un panorama siempre y cada vez más incierto.

Unos meses antes de su sorpresivo desguace, el centro de arte y tecnología Etopia de Zaragoza festejaba sus diez años de vida con la publicación de un libro colectivo titulado El laboratorio de las preguntas futuras, cuya portada era la esfera de un reloj con un segundero que acababa en un signo de interrogación. Esa imagen en movimiento, en vivo, sirvió de fondo de escenario para una charla con voces expertas en creación y nuevas tecnologías, sobre todo IA, que ensayaban escenarios posibles para enfrentarnos a ese futuro cada vez más cercano en ese segundero que marcaba en directo el avance ininterrumpido del tiempo. “El futuro no puede predecirse, pero puede inventarse”, dijo en esa ocasión el ingeniero Manuel Bedia, citando al físico Dennis Gabor. 

Desde que existe como creación humana, el arte quizás sea el terreno más fértil para aceptar la incertidumbre, esa eterna pregunta sobre el futuro. Y si concebimos la inteligencia artificial como la prótesis más sofisticada que hemos creado como especie, una herramienta que suplanta las carencias de nuestra inteligencia natural, tenemos ante nosotros la posibilidad de seguir moviendo la frontera frente a lo desconocido. 

Transversalidad

Cada vez hay más poetas que buscan la métrica en un código de IA y escultores que trabajan con partículas químicas que deben sintetizarse en lenguajes informáticos. No es ninguna novedad: los artistas contemporáneos cada vez necesitan estar más y mejor formados en el ámbito científico. Pero lo que no suele mencionarse demasiado es que la ciencia también necesita artistas. En febrero de 2023, la Agencia Estatal de Investigación del Reino Unido convocó a escritores de ciencia ficción para que les dieran ideas a sus científicos sobre en qué temas trabajar; un ejemplo de cómo la gestación de teorías necesita de la intuición narrativa, de ese tipo de imaginación. 

El arte que usa la IA como herramienta se mueve en la transversalidad y lo colaborativo, es consciente de la tradición, de la genealogía de la que forma parte. Cómo no iba a serlo, si la propia idea de inteligencia artificial se alimenta de lo que tal vez sea el mayor archivo de la historia de la humanidad. Los campos electromagnéticos. Teorías y prácticas de la escritura artificial (Caja negra, 2023) es un diálogo contemporáneo con una obra surrealista de hace 100 años: los campos magnéticos de André Breton y Philippe Soupault. Por primera vez un libro publicado en castellano reconoce a los chats GPT-2 y 3 como coautores, al mismo nivel que Jorge Carrión y Taller Estampa. Que un modelo de lenguaje basado en la IA tenga el mismo estatus de autoría que un escritor y un grupo de informáticos es un síntoma del presente, de la revolución en marcha que nos obliga a repensar muchos de los conceptos que hasta hace muy poco parecían intocables. 

Myriad (Tulips) por Anna Ridler, 2018.- © ANNA RIDLER.

 

Un contexto que reclama nuevas formas

Es imposible cuantificar qué es lo que predomina en el relato de los proyectos más ambiciosos del arte que usa como herramienta a la IA: si los escenarios distópicos, los utópicos o una mezcla ambivalente entre ambos. Quizás lo onírico sea algo más cercano a definir el tono y la estética que abunda, por ejemplo, en muchas videoinstalaciones que pueden verse cada año en el Sónar+D de Barcelona y en algunas exposiciones del Espacio Fundación Telefónica de Madrid. Lo que puede estar motivado, quizás, por la asociación surrealista que suelen generar estos sistemas entrenados y las cantidades ingentes de información que procesan. 

La tendencia a la antropomorfización de este tipo de herramientas generativas parece que es inevitable. Y eso, sumado a la burbuja distópica todavía en auge, aunque en un principio de retroceso, es lo que alimentaría los escenarios catastróficos. Pero esta lógica evita entender todo el potencial que existe en el ámbito de la IA para las artes creativas primero, desde la misma gestación y, después, en los propios entornos expositivos. Porque cada vez son más los museos, galerías y centros culturales en las principales ciudades de España que abren sus puertas a obras de arte diversas, mixtas y poliédricas que trabajan con inteligencia artificial. 

Las exposiciones de arte contemporáneo con IA recuperan las tradiciones del happening, el ready-made y la performance. La obra se completa con la injerencia del espectador, en este caso, alimentando a la IA de diferentes maneras. En una instalación junto al Barcelona Supercomputing Center para una reciente exposición sobre inteligencia artificial en el CCCB, la cantante y compositora María Arnal aparecía como un avatar creado con IA e invitaba al público a cantar con ella y a registrar su voz, de tal manera que todo ese material pudiese ser sintetizado de forma digital y utilizado en su próximo disco. 

Abyss JEPPE LANGE, Dinamarca 2021. Película experimental generada por IA, 13 min 28 seg.

 

En la misma exposición se presentaron piezas con las que el grupo británico de trip hop Massive Attack festejó el vigésimo aniversario de Mezzanine, codificando el álbum en filamentos de ADN sintético dentro de botes de spray. Cada tarro contenía alrededor de un millón de copias del álbum. Algo similar a lo que hizo Solimán López con Olea, un nuevo aceite de oliva en cuyo ADN el artista insertó el código de una criptomoneda que sirve como NFT para esculturas digitales, instalaciones y otras obras conceptuales generadas para este mismo proyecto que busca conectar dos grandes economías globales e históricas: la digital (la más nueva) y la agrícola (la más antigua). Dos ejemplos de los miles en España y en todo el mundo que trabajan con elementos de la naturaleza y la biología sintética, las estructuras de ADN y la fabricación digital. 

Las posibilidades aumentan a niveles impensados y obtienen cada vez más espacios en los museos, ya sea de manera localizada, deslocalizada o con una combinación de ambas. Mario Klingeman ideó hace un tiempo un experimento artístico llamado Botto, un algoritmo que creaba en tiempo real cientos de propuestas con la participación del público que, a partir de determinadas decisiones, incidía en la obra de este artista entrenado con un banco de datos con miles y miles de terabytes de historia del arte universal. Dos enfoques con sus respectivas raíces históricas: arte generativo y arte descentralizado. El público podía participar desde su casa, a través de una página web, o en la misma exposición. Tiempo después, Klingeman creó la instalación Circuit training, que captaba los comportamientos humanos a través de las expresiones faciales. Consiguió que la máquina aprendiera de los humanos a ser más atractiva a través de la interacción con quien la observaba. Experiencias de este tipo ratifican la afirmación que ronda en la cabeza de muchos pensadores y pensadoras: que las máquinas nunca podrán reemplazarnos en lo imprevisible de los sentimientos, la pulsión creativa, la capacidad de consumir y de emocionarnos. Que necesitan de nosotros tanto como nosotros necesitamos de ellas. 

Pero los miedos son normales cada vez que la humanidad se enfrenta a cambios tan radicales y hoy tan veloces. Además, aún no contamos con la suficiente perspectiva de la distancia; y estamos viendo esos cambios a diario, en vivo. 

 

Co(AI)xistence por JUSTINE EMARD, 2017. Vídeo instalación, 12. Con Mirai Moriyama & Alter (desarrollado por Ishiguro lab, Osaka University i Ikegami Lab, Tokyo University).- © JUSTINE EMARD / ADAGP, PARÍS 2018.

 

 

 

 

 

Cada vez que llegó una nueva tecnología aparecieron las alertas habituales del mundo en transición: los pintores ante la fotografía, el teatro ante el cine y hoy, quizás, la pintura, la fotografía y el cine ante la posibilidad de hacer todo eso con la ayuda de la inteligencia artificial. Pero la historia demostró, por ejemplo, que la industria de la pintura nunca fue tan rentable como en el momento de la incursión de la fotografía. 

Más que alarmarse, hay que enfrentar el momento con actitud crítica, sin abandonar el aspecto lúdico que representa experimentar con estas nuevas tecnologías. No es casualidad que muchos y muchas artistas hablen de juego cuando trabajan con la IA. Ni que la gran mayoría de los autores que se proponen entender el presente desde la filosofía y el pensamiento aborden en mayor o menor medida la relación de la creación artística y las inteligencias artificiales: Ferraris, Chiang, Latour, Virno o Haraway, solo por mencionar unos pocos. Tampoco es extraño que uno de los lenguajes que más nos definen en redes sociales, el meme, esté cada día más atravesado por la tecnología del deep fake: vídeos, imágenes y audios que imitan la apariencia y las voces de determinadas personas y que, a través de estos medios de creación sintética, los mememakers usan para parodiar a la clase política, denunciar las violencias de género y hacer humor por internet. 

¿Qué nos depara el futuro? 

Era cuestión de tiempo que las plataformas que trabajan con IA empezaran a recibir demandas de escritores, artistas y creadores: los 9.000 autores contra OpenAI, la empresa responsable de Chat GPT, por usar obras sin consentimiento para entrenar a sus chatbots; los artistas contra Stability AI y MidJourney por haber violado supuestamente las leyes de derechos de autor al considerar que los usuarios han conseguido crear arte indistinguible del suyo propio. Y la polémica reciente sobre las portadas de libros hechas con inteligencia artificial generativa que quita el trabajo a los profesionales de la fotografía y a las personas que se dedican a la ilustración. 

Machine Learning por Universal Everything, 2018.- CORTESIA DE UNIVERSAL EVERYTHING

 

 

Lo que alumbra esto es la necesidad de empezar a repensar en otros términos conceptos como copyright y propiedad intelectual. Hace un tiempo se debatía sobre las NFT: un sistema de autoría que permite asociar obras de arte a un único archivo digital y que muchos celebraron porque garantiza la originalidad de una obra; otros lo criticaron por su oscura arquitectura financiera. Y hoy, en un contexto de superabundancia de imágenes, cada vez surgen más mesas de debate en torno al valor de las mismas, a qué representan en el mundo contemporáneo. El posfotógrafo Joan Fontcuberta viene pensando en estos temas desde hace mucho tiempo, por lo menos desde que trabaja haciendo fotografías sin cámaras, usando las nuevas tecnologías posfotográficas: todo el repositorio de imágenes que nos circundan y que están disponibles en internet. Se producen tantas imágenes que no hay tiempo de verlas todas y en ese terreno de la saturación es donde trabaja Fontcuberta con su poética, donde una foto durante un concierto vale más por sí misma —es decir por el acto social mismo de sacarla— que como fotografía para ser vista. 

Según las estadísticas de Stable Diffusion, un modelo de aprendizaje automático para generar imágenes digitales de alta calidad, en un año y medio se han producido más imágenes que durante dos siglos de historia de la fotografía. Estos modelos de machine learning cada vez ganan más terreno como disciplinas derivadas de las IA que permiten a los ordenadores aprender por sí mismos y realizar tareas de manera autónoma. Y entran dentro de un ecosistema con cientos de webs que ofrecen materiales de descarga de diversa índole y que aportan una última característica que tiene esta nueva fase de la creación: los entornos colaborativos. Nunca antes fue tan grande la posibilidad de acceder a la obra de miles de artistas y de trabajar de manera conjunta. Tal vez no estemos aún del todo preparados ni legal ni impositivamente, y quizás urja establecer acuerdos y protecciones de diversa índole para cuidar ciertos procedimientos, pero pero, por el momento, disfrutemos ante la incertidumbre y atrevámonos de manera crítica y lúdica. ◼