De eso (casi) no se habla: el impacto ambiental de la IA

Verónica Couto AnteloBióloga y comunicadora científica en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).

Si bien la cuestión ética y de transparencia de la IA en todos los ámbitos es uno de sus puntos más críticos, también es necesario poner de relieve algo de lo que apenas se habla cuando se aborda el tema de la inteligencia artificial: la energía y el agua que consume. Lo cierto es que esta tecnología requiere grandes centrales de datos, que están conectadas a la electricidad para funcionar y que necesitan una elevada cantidad de agua para sus refrigeradores. Resulta complejo calcular cuáles son las cifras exactas del consumo de energía a nivel mundial por parte de la IA, pues de momento, no se dispone de información tan específica, pero en 2021, la Universidad de Virginia, en Estados Unidos, apuntaba a un 6% de toda la energía que se consume en EEUU en un año. Puede parecer que esta cifra no es muy elevada en comparación con otros sectores, como el de la industria cárnica, pero la Agencia Internacional de la Energía (IEA, por sus siglas en inglés) acaba de publicar un informe en el que se asegura que el consumo energético de los centros de datos, la IA y las criptomonedas podría doblarse para el año 2026. Y esta demanda sería la equivalente al consumo energético de todo Japón.

Respecto al uso del agua que hace la IA, el problema es todavía mayor, pues actúa de manera más local y palpable. Por ejemplo, en Estados Unidos los centros de datos ya están en el top 10 de industrias más consumidoras de agua de todo el país. En Estados Unidos, algunas grandes empresas como Microsoft han incumplido los pactos de uso de agua que han hecho en Europa. La gran tecnológica pactó en la provincia de North Holland, en Países Bajos, un gasto de 12 a 20 millones de litros de agua al año y los datos apuntan a que usa alrededor de 84 millones de litros anuales. Y eso no es todo: el estudio de la Universidad de Virginia alertaba de que la mitad de los servidores de Estados Unidos se instalan justamente en zonas que padecen estrés hídrico. Esto tiene una explicación: estas zonas acostumbran a ser sitios más deprimidos económicamente y suelen aceptar los riesgos que suponen estos proyectos.

Castilla-La Mancha y Aragón, a prueba

La localización de estos centros de datos que, a priori, parece poco lógica, no es un caso aislado de Estados Unidos. Precisamente hace unos días la justicia chilena daba la razón a un grupo de activistas que pusieron en jaque la construcción de un centro de datos de Google en el país, el Cerrillos Data Center. Los activistas chilenos denunciaron el impacto ambiental que suponía la construcción de esta infraestructura para la región: la empresa gastaría al día unos 7,6 millones de litros de agua potable en plena sequía para refrigerar sus servidores.

Resulta complejo calcular cuáles son las cifras exactas del consumo de energía a nivel mundial por parte de la IA, pues de momento no se dispone de información tan específica.

Y España no se salva, tampoco. En Talavera de la Reina, en Castilla-La Mancha, se ha planteado la construcción de uno de estos mega centros de datos. En este caso, la propietaria sería Meta Platforms Inc., la empresa madre de Facebook, Instagram y Whatsapp, entre otras redes sociales y servicios.

La compañía está negociando con el Gobierno la incorporación de unos 1.000 puestos de trabajo —de los cuáles solo 250 serían permanentes—. El proyecto ocuparía unos 300.000 metros cuadrados. Según los cálculos iniciales, la infraestructura consumiría unos 665 millones de litros de agua al año. Teniendo en cuenta que la Península se dirige hacia un escenario de sequías más frecuentes y prolongadas, este caso nuestro tiene muchos puntos en paralelo con el chileno. De momento, Meta defiende que recuperará más agua de la que gastará a través de proyectos de restauración hidrológica, pero aún no ha determinado cuáles o en qué consisten. Está previsto que las obras acaben en 2030, pero los primeros edificios ya estarán en funcionamiento para finales de 2025. Y esta no es la única propuesta que tenemos en España. La misma Meta ya ha encargado un análisis para valorar otro centro de datos en Zaragoza, que se sumaría a los proyectos que ya tienen en marcha Microsoft y Amazon Web Service en Aragón.

¿Este impacto ambiental de la IA se va a compensar de alguna manera? De momento en ninguno de los casos planteados se han ofrecido propuestas de compensación, pero es que, además, es difícil encontrarlas. Por ejemplo, es ampliamente conocido el peligro de medidas tecnooptimistas como los créditos de carbono, pues te permiten expoliar una región a cambio de restaurar otra. Y la realidad es que el daño hecho no desaparece. En esta línea de la incertidumbre, también encontramos al propio CEO de OpenAI, Sam Altman, que en el Foro Económico Mundial de este año declaró que todavía no se conocen del todo las necesidades energéticas de la IA, pero tenía la fe de que llegaría un avance energético que la impulsaría.

Además, añadió que “la geoingeniería podría ser un recurso provisional” para compensar este consumo energético y sus emisiones, técnica que está bastante mal considerada por la comunidad científica. Por el momento, en nuestras manos está cuestionar estas soluciones tan optimistas, ver con ojos críticos los macroproyectos que se propongan en nuestros países y pensar en las consecuencias que tendrá todo este impacto ambiental para el planeta y para nuestras vidas. Quizás el “progreso” no compense. ◼