Opinión

Fantasía tecnológica o la realidad de la cadena de suministro del capital algorítmico

Ana ValdiviaProfesora e investigadora en IA, Gobernanza y Políticas en el Oxford Internet Institute de la Universidad de Oxford. Es también asesora científico- técnica del proyecto AlgoRace. Este texto está inspirado en la ponencia ofrecida por la autora en el curso “La fantasía de la automatización” organizado por Nociones Comunes (Traficantes de Sueños).

28 de junio de 2024

El pasado 24 de abril de 2024 el capitalismo volvió a romper el récord de temperatura de la superficie de nuestros océanos: 21,18ºC. Durante el mes de marzo también rompió el récord de pasajeros en el aeropuerto de Barajas: más de 5 millones. El capitalismo tecnológico también bate récords. Batió el récord de centros de datos: en Europa, la demanda eléctrica pasó de 51 MW a 114MW consumidos. También batió el récord del algoritmo más grande jamás entrenado: 1,7 trillones de parámetros para entrenar el modelo de ChatGPT. Además, su industria está batiendo récords de capital acumulado. Empresas como Apple, Amazon, Microsoft, Google o NVIDIA acumulan un capital de mercado que ningún otro grupo ha logrado anteriormente. Está claro que estos ejemplos muestran que el capitalismo está batiendo récord tras récord. Pero los récords que alimentan el capital también alimentan el cambio climático. Por no hablar de que estos récords enriquecen a una minoría y empobrecen a la mayoría.

Años atrás, la industria de las energías renovables prometió la fantasía de salvarnos del cambio climático. Se propusieron molinos eólicos y placas solares como soluciones sostenibles en un capitalismo de récords. No obstante, nunca nos contaron el lado que no quisieron mostrar: las energías renovables a gran escala también contribuyen al cambio climático. Por ejemplo, la madera necesaria para fabricar una pala de un molino eólico en el sur de la Península ibérica viene de bosques latinoamericanos. Lo mismo pasa con la fantasía de la inteligencia artificial. Aunque nos prometan que puede ser una herramienta útil para paliar las consecuencias de los récords del capitalismo, esta tecnología también tiene un lado que nadie nos ha querido mostrar: la industria de la IA contribuye al cambio climático. ¿Pero cómo?

De la extracción de tungsteno en Brasil al vertedero electrónico de Guiyu en China

Muchas veces pensamos que la tecnología no tiene una realidad material, pero lo cierto es que la IA necesita de recursos naturales, como minerales o agua, para construir su infraestructura, desde el chip al centro de datos. La cadena de suministro de la IA nos muestra la cara más amarga de cómo la industria de esta tecnología contribuye directamente al cambio climático.

Empezamos nuestro viaje por Brasil. El tungsteno es un mineral relevante para construir los chips que entrenan los modelos más sofisticados de la IA, las GPUs —del inglés Graphics Processing Units—. En una mina de Brasil extrae este mineral para NVIDIA, la empresa líder en el ámbito mundial en el diseño y el suministro de GPU. No solo se necesita el tungsteno: el tántalo se extrae de Kazajistán, el oro de Colombia o el estaño de China. Una vez se obtienen los materiales, la empresa TSMC, con sede en Taiwan, fabrica los chips. NVIDIA los reparte por todo el mundo a centros de datos de empresas privadas como Amazon o Microsoft y hasta a universidades públicas que necesitan GPU para entrenar sus modelos de IA. Estos chips tienen un ciclo de vida de cinco años.

Eso implica que, pasado ese tiempo, la GPU se reemplaza por otra nueva y la vieja pasa a ser un residuo electrónico. Estos residuos no desaparecen por arte de magia. Algunos componentes se reciclan, sí, pero otros acaban en vertederos electrónicos, como el de Guiyu en China.

Este breve viaje por la cadena de suministro de la IA desenmascara la fantasía de que esta tecnología puede salvarnos del cambio climático. Todo lo contrario: contribuye a ello. Sabemos que la extracción de recursos minerales tiene un impacto devastador sobre el territorio, como el destrozo del suelo. Además, se necesitan grandes cantidades de agua para refinar los minerales. Todo ello afecta a la biodiversidad de la zona de extracción. Los centros de datos también tienen un impacto negativo sobre el terreno: se necesitan grandes cantidades de agua para enfriar los chips y combustible fósil para generar la electricidad que los mantiene encendidos. Por último, los vertederos electrónicos también generan impactos negativos, ya que los chips contienen componentes tóxicos, como el mercurio, que puede llegar a contaminar fuentes de agua cercanas al vertedero. Y sin olvidar los graves problemas de salud que generan a las comunidades cercanas a estos enclaves.

¿La fantasía que necesitamos?

A medida que los océanos se calientan, Barajas recibe más pasajeros. Mientras los centros de datos queman combustibles fósiles para mantener sus servidores encendidos, la industria de la IA entrena algoritmos más grandes. En un mundo cada vez más hostil y más desigual, la industria de la IA sigue extrayendo recursos naturales para entrenar algoritmos que acumulen más capital para sus empresas. Cabe entonces preguntarnos: ¿Es esta la fantasía tecnológica que necesitamos?◼