¿La panacea para combatir la crisis climática?

Verónica Couto AnteloBióloga y comunicadora científica en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).

Josep Peñuelas, ecólogo del CSIC y del CREAF: 

“No todo son datos: hay que entender el contexto que los rodea”.

¡Pip! Cada mañana, la comunidad de pastores del norte de Kenia recibe un sms en su teléfono con la previsión meteorológica. Esto les permite planificar el día y, si entran en la app que les envía los mensajes, pueden incluso ver qué recorrido debe hacer su rebaño los próximos diez días en función del tiempo. Así, los pastores están alerta ante la llegada de fenómenos meteorológicos extremos, como una gran sequía o una tormenta fuera de época, y pueden reducir las pérdidas económicas. La iniciativa lleva el nombre de MyAnga —‘mi cielo’ o ‘mi tiempo’ en suajili— y es un proyecto puesto en marcha por el Gobierno keniano, que usa la inteligencia artificial para determinar modelos y previsiones meteorológicas de cada localidad. Si consideramos que el cambio climático está aumentando la frecuencia de estos fenómenos climáticos extremos, resulta evidente el beneficio que supone la IA para estas comunidades. En el ámbito global, también la Organización de las Naciones Unidas ha puesto en marcha programas que refuerzan el uso de la IA para adaptarnos y mitigar el cambio climático. Algunos ejemplos son ‘IA por el planeta’ de la UNESCO, con Microsoft; o el Foro de Ciencia e Innovación que organizó la FAO en octubre de 2023, en el que se hizo hincapié en el uso de la IA y otras prácticas tecnológicas innovadoras en el sector de la agricultura. 

Pese a que todas estas iniciativas estén muy bien, en realidad hay (bastantes) matices. El ecólogo del CSIC y del CREAF Josep Peñuelas advierte que, de momento, la IA simplemente procesa datos y que no entiende el contexto que los rodea ni la incerteza que caracteriza al ámbito científico: “[…] la IA es una herramienta extraordinaria, en mi equipo ya la utilizamos, por ejemplo, para detectar errores en los lenguajes informáticos. No obstante, hay que ser consciente de que tiene bastantes limitaciones cuando hay que analizar problemas complejos como el cambio climático. No todo son datos: hay que entender el contexto que los rodea; hay que tener en cuenta las cuestiones económicas o las políticas climáticas que se llevan a cabo, si queremos conseguir  modelos más fiables. Y esto todavía no lo consigue la IA”. Recientemente, Peñuelas ha participado en un estudio que analiza esta limitación. Él y su equipo le preguntaron a ChatGPT acerca de 100 problemas críticos en los que tiene que enfocarse la ciencia relacionada con las plantas en la actualidad y compararon las respuestas con otro estudio científico en el que ya se habían consensuado las 100 respuestas por parte de expertos en el ámbito. “Al comparar los datos nos encontramos que ambos estudios, el hecho con IA y el llevado a cabo por científicos/as tradicionales, incluían temas como las interacciones entre plantas y polinizadores, o el uso de plantas para elaborar productos sostenibles. Sin embargo, en el estudio realizado con IA faltaban respuestas muy relevantes como por ejemplo la captura de carbono que lleva a cabo la vegetación o el estudio de los efectos del propio cambio climático. Dos temas que están muy presentes en la agenda social y política, precisamente”, apunta Peñuelas. 

Por otra parte, el ecólogo explica que: “El aprendizaje automático de las herramientas que usan inteligencia artificial puede basarse en datos sesgados y acabar reforzando los prejuicios que tiene la sociedad del norte global o enfocándose en cuestiones productivistas alrededor del cambio climático y no como es entendido desde la ecología. Y es que estos datos provienen de una ‘caja negra’ que no es pública. Por lo tanto, no podemos saber en qué se basan ni quién lidera este algoritmo”. De hecho, este fenómeno no es único en ecología: que la IA trabaja con sesgo de género y raza, entre otros, es una realidad ya probada, y en el campo de la investigación ambiental y el cambio climático, no constituye una excepción. 

¿Hacia dónde nos debería llevar el balance entre pros y contras de la IA? “Hacia la prudencia”, apunta Josep Peñuelas. “Estamos ante una herramienta muy poderosa, pero no puede verse como una solución única para la lucha contra la crisis climática”. De hecho, cabe recordar que cuando aparecieron las redes sociales la sensación fue similar. Las expectativas apuntaban a que darían voz a personas de todo el mundo, que las conectaría entre ellas, pero no se hizo quizás suficiente balance entre la desinformación que también generarían o el acoso cibernético a perfiles personales. Ahora aún se puede evitar caer en los mismos errores para la IA. El Gobierno de España va en esta línea y ya ha publicado su Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial y un Programa de Algoritmos Verdes, que tiene como objetivo el desarrollo de una IA sostenible y responsable con el medioambiente y que tenga como eje la doble transición: la verde y la digital. Habrá que esperar para saber si la IA puede ser una aliada en la lucha contra el cambio climático o si se convierte en todo lo contrario; en una herramienta para continuar con la contaminación y el expolio del planeta.