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Hub control de Iberia, terminal T4, Madrid-Barajas.

Hub control

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Cuando volamos, rara vez somos plenamente conscientes de las múltiples capas invisibles a nuestro alrededor que nos cuidan sin que nos demos ni cuenta. Desde los incontables conceptos de seguridad esencial integrados en el diseño de nuestra aeronave hasta los sofisticadísimos sistemas de control de tráfico aéreo modernos, pasando por la seguridad más física y básica, hay miles de «ángeles» humanos y tecnológicos guardando tu vuelo y el de quienes van contigo. Sólo existe una manera de viajar con más protecciones: exige años de entrenamiento, cohetes y la llamamos cosmonáutica.

Iremos viendo estas capas, pero hoy quiero hablarte de una que por su cercanía y al mismo tiempo su «invisibilidad» me resulta especialmente interesante. Es el llamado handling, que viene a traducirse como asistencia en tierra. El handling es el sistema que logra que tu avión disponga de todo lo necesario para volar y vuele habitualmente a su hora con todo lo que tiene que llevar: tus maletas, tu comida, tu combustible y tú, o yo, entre otras mil cosas más.

Ahora multiplica eso por varios millones de pasajeros al día, día y noche, todos los días del año, llueva, truene o haga calor, para todas las combinaciones de destinos imaginables, manteniendo la máxima puntualidad posible, sin perder nada –o casi nada– por el camino. Es complejísimo. Y ahí es donde entran en juego entes complejísimos como el hub control. Para ver cómo va esto, vamos a hacer una visita al sistema de handling de Iberia en la terminal T4 de Barajas,  un importante hub por donde pasan unos 35.000 pasajeros al día. Es una pasada, te lo advierto. 😉

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Tráfico aéreo en Europa, 08/09/2014 a las 11:00 CET.

La magia de volar (3 de 3)

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Aún pasaría otro siglo y pico antes de que aprendiésemos a volar con máquinas más pesadas que el aire, lo que veremos en una próxima entrada. El caso es que hoy dividimos las aeronaves en dos grandes tipos: los aerostatos y los aerodinos. Los aerostatos son los globos y dirigibles, que alcanzan la sustentación convirtiéndose en máquinas más ligeras que el aire mediante el principio de Arquímedes. Los aerodinos, aquellas que lo consiguen desplazando sus alas a través del aire, bien sean fijas (aviones, veleros planeadores, ekranoplanos, cometas, alas delta…) o giratorias (helicópteros, autogiros, convertiplanos…), a través de los principios de la aerodinámica. Además tenemos algunas cosas un poquito raras, como los aerodeslizadores u hovercrafts, generalmente considerados aerodinos. Y luego están los cohetes, que juegan en su propia liga a pura fuerza de motor.

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La magia de volar (2 de 3)

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Pero no se nos dio muy bien. Dentro de ciertos límites, un humano puede correr y saltar como una gacela o un león. Puede nadar y bucear como un pez o un delfín. Más o menos, ya me entiendes. Sin embargo, durante miles de siglos, todo humano que osó lanzarse desde las alturas a conquistar los cielos –o más probablemente lo empujaron, o se cayó– tuvo el desagradable problema de acabar deshuesado en el pedregal de más abajo. Podemos correr, nadar, bucear y saltar de manera natural. Hasta penetrar en el subsuelo, y lo llamamos ser un cavernícola, y mucho más tarde, espeleología. O minería. Pero volar, lo que se dice volar, eso sólo estuvo a nuestro alcance en los sueños y las leyendas durante la inmensa mayor parte de nuestra existencia.

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La magia de volar (1 de 3)

Asaltando los cielos

Aún me acuerdo de mi primer vuelo, y mira que era crío. Pero crío del todo, de tener solamente pelo en la cabeza, en vez de al revés. Fue con Iberia, porque me acuerdo de los colores del avión y además por esas décadas, la verdad, tampoco había mucho más para elegir. 😉 Puede que en un Boeing 727 de aquellos, pero no he hagas mucho caso. Hace demasiado tiempo.

Fue un vuelo horroroso. 😛 O, al menos, eso decían todos los adultos a mi alrededor, de divertidos colores entre el blanco, el verde y algún tono de violeta. Nos pillaron unas turbulencias bastante cañeras y luego una tormenta bravita mientras descendíamos hacia un aeropuerto invisible en medio de la noche. Había quien juraba no volver a pisar jamás una de esas máquinas infernales, si es que salíamos con bien.

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