Akissi y Edée El sueño de Akissi y Edée es estudiar y regresar a su país para defender los derechos de las mujeres - ELENA CAMPOY

Huir del matrimonio forzoso en el doble fondo de un todoterreno

Con 16 años, Akissi supo que la habían prometido con un extraño, a un hombre de 60 años. Algo parecido le ocurrió a Edée. Escaparon por separado pero cruzaron la frontera entre Marruecos y Melilla escondidas en el mismo coche. Ahora son inseparables.

IRENE QUIRANTE Y ROSA SOTO / FOTOS: DANAI DAWAHER Y ELENA CAMPOY

Con 16 años supo que la habían prometido con un extraño. Así comienza el relato de Akissi, quien comparte su historia casi en susurros. Lo hace a miles de kilómetros de su pueblo natal, aprovechando el habitual alboroto que se da a ciertas horas en las proximidades del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla. El hombre que se convertiría en su marido tenía cerca de 60 años.

Supo del enlace cuando quedaban pocas semanas para que este tuviera lugar en una pequeña región al noroeste de Costa de Marfil. Mientras su madre trabajaba como vendedora ambulante y su padrastro en una plantación de cacao, ella era la encargada de las tareas del hogar. No tenía tiempo para la escuela. Aún así, su padrastro la consideraba una carga.

Ya ha cumplido 20 años y está a la espera de que se resuelva su petición de protección internacional. Pero Akissi sigue sin encontrar energía para expresar con palabras ciertos episodios de su vida. "Me casaron con un hombre mayor, con un completo desconocido", dice de forma casi imperceptible, con una mezcla de rabia e incredulidad. Guarda silencio sobre la noche de la ceremonia.

Su caso no es aislado. En África hay 125 millones de menores que son forzadas a contraer matrimonio antes de alcanzar la mayoría de edad, según datos de Unicef. "Ese hombre aseguró a mi familia que no me faltaría de nada, pero yo sabía lo que vendría después porque lo había visto en otras chicas del pueblo", continúa relatando Akissi.

Desde el organismo de las Naciones Unidas alertan de la situación de extrema vulnerabilidad en la que quedan las niñas y adolescentes que son obligadas a casarse. Además de ser apartadas de la educación, se multiplican las posibilidades de que sufran violencia sexual, física y psicológica; contraer el VIH o morir durante el parto. Ven completamente vulnerados sus derechos como menor, así como sus derechos sexuales y reproductivos.

Costa de Marfil firmó y ratificó la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, así como la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Pero en el país siguen llevándose a cabo matrimonios forzosos como el de Akissi, sobre todo en las zonas rurales. Para las familias, estos enlaces son una forma de asegurar el futuro de las hijas y ahorrar en manutención.

Oculta en otra localidad

La noche que Akissi escapó de su marido llovía. Pudo hacerlo con la ayuda de su abuela y otras mujeres del pueblo, semanas después de que se produjera el enlace. "Me fui de casa y nunca más volví", rememora la joven. Pasó los siguientes dos años escondida en una localidad cercana, trabajando como empleada del hogar de un matrimonio amigo de su abuela. Así encontró la oportunidad de poner rumbo a la frontera sur de Europa.

El hombre de la vivienda trabajaba como comerciante y tenía que partir hacia Marruecos. "Me mantuvieron y me facilitaron el viaje, pero en el tiempo que les estuve sirviendo me convertí prácticamente en una esclava", recuerda Akissi, cuyas jornadas solían ser interminables. Así consiguió reunir el dinero con el que compraría su billete a Melilla. Casi mil euros para cruzar la frontera escondida en el doble fondo de un todoterreno.

En ese habitáculo, en el que apenas se podía respirar, compartía espacio con otras dos personas. Edée era una de ellas. También procede de una pequeña aldea de Costa de Marfil. Después de que su padre cayera enfermo y sin medios para costear las medicinas, vieron en el matrimonio de la joven con un hombre de 50 años la oportunidad de ahorrar en su manutención. Su prometido ya tenía otras tres esposas. "Fue una amiga la que me animó a escapar, a coger un autobús e irme para empezar una nueva vida", rememora. Y así lo hizo. Aunque nunca consiguió sentirse libre.

Tardó seis meses en recorrer más de 5.000 kilómetros, la distancia entre su país natal y la frontera sur. Vendía pulseras que ella misma elaboraba y se ofrecía como empleada del hogar para subsistir e intentar ahorrar. "La primera vez que me ofrecieron dinero a cambio de sexo, salí corriendo hasta que llegué a la siguiente aldea, casi sin aliento", cuenta Edée. El miedo nunca dejó de ser su compañero de viaje. Mientras presta su testimonio, Akissi la escucha sin soltar su mano.

Edée y Akissi se han hecho inseparables en el CETI de Melilla, ambas esperan regresar a Costa de Marfil en un futuro para acabar con los matrimonios infantiles concertados.
Edée y Akissi huyeron del matrimonio forzoso en Costa de Marfil. Se han hecho inseparables en el CETI de Melilla, donde sueñan con regresar a su país en un futuro para luchar contra los matrimonios infantiles concertados - ELENA CAMPOY

Contra la trata

"Cada vez que tenía que pasar por controles con soldados me cubría para intentar pasar desapercibida. Muchos abusan de su posición y terminan secuestrando o prostituyendo a las niñas y mujeres que intentamos llegar a Europa", sostiene Edée. Ella, por suerte, logró escapar de estas redes.

Una vez en Marruecos, la joven contactó con "facilitadores" que, a cambio de sus ahorros, la introdujeron en el habitáculo irrespirable del todoterreno en el que cruzó la frontera junto a Akissi. Una vez en España, pidió protección como víctima de trata.

En la definición de trata de seres humanos, de acuerdo con el Código Penal español, artículo 177.1 bis, se recogen cinco supuestos: imposición de trabajo, servicios forzados o esclavitud; explotación sexual y pornografía; explotación para actividades delictivas; extracción de órganos y celebración de matrimonios forzados. Un delito que conlleva penas de cinco a ocho años de prisión. Según detalla el último Informe Global de Tráfico de Personas (ONU), el 72% de las personas víctimas de trata con fines de explotación sexual son mujeres y niñas.

Desde la Unidad de Coordinación contra la Violencia de Género de la Delegación del Gobierno en Melilla aseguran que en la ciudad se aplica el protocolo contra la trata de forma estricta. Al frente de este área, Laura Segura señala que "el objetivo es sacar de la ciudad a estas mujeres de la forma más rápida posible para romper cuanto antes con la posible red de trata e iniciar el proceso de recuperación personal, además de los trámites legales pertinentes para su protección".

La coordinadora de la Unidad remarca que, por cuestión de protección de datos y al tratarse de un tema de especial sensibilidad, no es posible facilitar la cifra de mujeres identificadas como víctimas de trata en Melilla y derivadas posteriormente a la península. "También se acelera el traslado de las mujeres que presentan indicios de ser víctimas de trata en cualquiera de sus formas, relatos que en ocasiones comparten en la entrevista de solicitud de asilo, pero que en gran parte de los casos reconocen en centros seguros con agentes especializados de las ONG en la península", detalla Segura.

Las víctimas reciben asistencia jurídica gratuita con el apoyo de un intérprete en su lengua materna y son atendidas por organizaciones sociales que las respaldan a lo largo de todo el proceso. Las que se encuentran en situación administrativa irregular pasan también a un lugar de acogida y disponen de la posibilidad de obtener una autorización de residencia y trabajo por circunstancias excepcionales.

Semanas después de llegar a Melilla, Akissi y Edée fueron trasladadas a un centro de acogida en la península. "Nos gustaría volver a nuestro país algún día, luchar para mejorar la situación de las mujeres", comparten las jóvenes. Sueñan con cambiar la realidad de la que les tocó huir. Escaparon, pero no olvidan que millones de niñas siguen siendo forzadas a contraer matrimonios y no logran recuperar el control de sus vidas.