Protestas estudiantiles en París en mayo de 1968. AFP Protestas estudiantiles en París en mayo de 1968. AFP

Jarabe de palo

El uso de la violencia por parte de los Estados ante cualquier demanda que suponga una amenaza, real o simbólica, ha sido la norma. De París a Madrid. De Alabama a Praga. Del 68 al 2018.

Miquel Ramos

La guerra de Vietnam, el paro, los procesos de descolonización, el rechazo a las élites, las luchas por los derechos civiles y otras contiendas políticas y sociales que sacudían medio mundo, sacaron a decenas de miles de personas a las calles durante la década de los 60. Años convulsos en plena Guerra Fría, con múltiples frentes abiertos que los estados quisieron controlar a base de palos. Lo que en todos los escenarios se repitió fue la respuesta violenta del poder ante las demandas democráticas.

La respuesta a las ocupaciones de las universidades y las fábricas, a las huelgas y a las manifestaciones, tanto en París como en tantos otros sitios donde prendió la mecha, fue la represión sin contemplaciones. En Francia, miles de detenidos, violencia indiscriminada de la Policía, siete manifestantes y dos policías muertos, y once organizaciones ilegalizadas al ser consideradas extremistas por el Gobierno. Además, el Service d'Action Civique (SAC) —los grupos parapoliciales del gobierno gaullista— así como la extrema derecha, aglutinada entorno a la organización Occident, actuaron con violencia contra los manifestantes. Las universidades y las calles en México se levantaron también con similares demandas contra el autoritarismo del Gobierno, las desigualdades y por los derechos civiles y políticos.

El 2 de octubre, el Gobierno mexicano —a través de grupos paramilitares—, el Ejército y las fuerzas del orden, llevaron a cabo la Operación Galeana, que consistió en el asesinato de más de un millar de personas en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco. Además, otras personas cuya cifra se desconoce, resultaron heridas, detenidas, torturadas e incluso desaparecidas.  En Praga, los tanques soviéticos tomaron las calles. Tampoco la URSS quería fisuras, y también optó por aplacar la primavera de Praga a la fuerza. Cualquier atisbo de reforma democrática podría hacer tambalear el bloque entero.

En Estados Unidos, el asesinato de Martin Luther King, quien apostó por la lucha pacífica por los derechos civiles, marcó un antes y un después. Si la no violencia y la desobediencia pacífica obtenía como respuesta la muerte y la represión, no había ya nada que perder. El asesinato de King desató una ola de protestas que fueron aplastadas violentamente por el Estado, dejando al menos medio centenar de muertos. Mientras, el napalm masacraba a miles de vietnamitas en nombre de la democracia.

Cuarenta y tres años más tarde, el 15M y todo lo que vino después (protestas de estudiantes, la marcha minera, las distintas mareas, tres huelgas generales en dos años, la protesta de 'Rodea el Congreso', etc), recibió de nuevo, como en mayo del 68, la misma respuesta: palos a mansalva. Imágenes imborrables de cargas policiales salvajes en muchas de estas protestas, detenciones indiscriminadas, prisión preventiva y finalmente, la implementación de una dura Ley de Seguridad Ciudadana que limitaba derechos y libertades fundamentales de una manera excepcional.

El uso de la violencia por parte de los Estados ante cualquier demanda que suponga una amenaza, real o simbólica, ha sido la norma. De París a Madrid. De Alabama a Praga. Del 68 al 2018. Las porras siguen siendo las garantes de que las cosas cambien poco. Y si lo hacen, como y cuando ellos decidan. Quien se pase de listo, cobra. Y da igual que la imagen sea fea. El Estado lo ha superado siempre. No necesita pedir perdón. Nunca lo hizo.