Opinión

La brecha feminista

Mireia Bofill AbellóEscritora

29 de mayo de 2018

Entre las valoraciones sobre lo que supuso la rebelión de mayo del 68 en Francia, de la que ahora se cumplen cincuenta años, se ha señalado su papel como impulsora de la nueva ola del movimiento feminista. Se ha asociado asimismo el cambio cultural que aquella promovió a un cambio en las relaciones, que habría propiciado la emancipación de las mujeres de su rol tradicional, centrado en la dedicación a la familia, abriendo las puertas a una mayor libertad, también en el ámbito de la vida sexual. Y es muy cierto que las imágenes de las calles llenas de jóvenes, mujeres y hombres, que reivindicaban el derecho a inventar su vida y el poder de la imaginación, fueron una inspiración para muchas, también aquí en España.

El deseo de cambio era grande, los viejos modelos ya no servían, se insinuaba un mundo nuevo en el cual las relaciones entre mujeres y hombres podrían ser más libres y habría tiempo para algo más que las pesadas obligaciones de la vida cotidiana.

Durante la década de 1960 se habían registrado en Francia algunos cambios importantes para las mujeres: en el acceso a la educación, en las restricciones legales a la capacidad de actuación de la mujer casada, y finalmente también con respecto a la libertad de decisión en materia sexual y reproductiva, con la legalización, en 1967, de los anticonceptivos (si bien con fuertes restricciones).

Las jóvenes universitarias que participarán con entusiasmo en la rebelión de mayo del 68 son hijas de esos cambios y feministas en la medida en que hacen suyas esas aspiraciones, pero no se identifican con el feminismo anterior. Ven –o quieren ver– las restricciones que todavía pesan sobre la vida de las mujeres como una rémora del pasado. Entienden la liberación casi como un acto de voluntad, fruto de una decisión personal: ellas no serán como sus madres y mantendrán relaciones de igualdad con sus compañeros; también en la cama.

Sin embargo, aunque las mujeres tuvieron un papel, su presencia al frente del movimiento fue mínima y en su mayoría quedaron relegadas a funciones de apoyo. Así lo han contado luego ellas mismas. El feminismo  estuvo ausente en la práctica y en los discursos de mayo del 68. Pero se había abierto una brecha: la propuesta de una política que partiera de las aspiraciones de las personas, enraizada en las vivencias de cada cual, permitía empezar a plantearse la necesidad de examinar también las contradicciones en el ámbito de las relaciones personales.

No fue un proceso inmediato. Pesaba mucho la convicción de que la lucha de clases era el principal motor de cambio y las demás transformaciones vendrían con el triunfo de la revolución social. Como también pesó, evidentemente, la resistencia de los varones a examinar críticamente su papel en esas relaciones desiguales, patriarcales y machistas.

El impulso surgió a partir de la creación de espacios de debate y de encuentro entre mujeres, en los cuales poder compartir las propias experiencias, los logros y frustraciones del proceso de cambio personal iniciado a la par con la participación en el movimiento general. Proceso ineludible para ellas en la medida en que se alejaban de los modelos que les proponía el sistema y para los que habían sido educadas y adiestradas desde niñas. Un proceso que no es exclusivo del mayo francés, sino que también se da con diferentes ritmos y de manera más o menos deliberada en muchos otros países; también en el nuestro, en el contexto de la lucha antifranquista.

A partir de la reflexión teórica aplicada a las propias vivencias personales, compartidas en espacios solo de mujeres, se comenzó a configurar un movimiento autónomo, basado en la convicción de que lo personal es político, y que combina la lucha contra la desigualdad y la discriminación en todos los campos, con la reivindicación del reconocimiento de las aportaciones de las mujeres a la vida colectiva, también desde el ámbito privado. En Francia, este nuevo Movimiento de Liberación de la Mujer hizo su presentación pública en agosto de 1970, con la ofrenda de un ramo de flores a la mujer del soldado desconocido bajo el Arco de Triunfo de París. En la cinta se podía leer “Hay alguien más desconocido que el soldado desconocido, su mujer”.