Opinión

Emergencia climática en el Sahel: entre lluvias, conflictos y migraciones

Oriol PuigInvestigador del CIDOB*

1 de octubre de 2021

Pastores y agricultores alzan la mirada aguardando la lluvia por llegar. Es junio y aún no ha caído una gota. Mañana caerán todas de golpe, sin compasión ni razón. El tiempo se enajenó. La estación de lluvias fluctúa con más frecuencia cada año. El calor aumenta sin cesar. Las sequías siguen presentes. Y ahora, además, se registran inundaciones recurrentes. Las garras del cambio climático ya están aquí. Los efectos del calentamiento global ya son una evidencia en esta región semiárida de África, el Sahel, desafortunadamente hoy vinculada a la pobreza, la inestabilidad y la violencia.

Es el lugar más vulnerable de la Tierra. Posee los índices de desarrollo humano más bajos del mundo. El 80% de la población en Níger, Mali y Burkina Faso se dedica al sector primario, poco tecnificado, sobre todo a la agricultura de secano, de cereales como el mijo, el sorgo y el arroz, y al pastoreo. La minería también es fundamental. Mali es el tercer productor africano de oro y Níger el quinto mundial de uranio, pero sus beneficios repercuten más en las bolsas de París o Toronto que en las poblaciones locales. Son países totalmente dependientes, no sólo de las lluvias, sino también de las donaciones y la especulación internacional de los precios de alimentos básicos. La antigua metrópolis, Francia, mueve en la sombra lo que aquí acontece, mientras la UE se erige como primer inversor, sustento principal de estos Estados frágiles.

Desde la caída de Gadafi, el Sahel central se ha convertido en un polvorín, en la nueva frontera europea, con todo lo que eso implica. Más de 14 millones de personas se encuentran en riesgo de inseguridad alimentaria; 2 millones de personas, desplazadas de manera forzada y la violencia se extiende en forma de conflictos comunitarios o expansión de grupos armados. El Sahel se desangra y las crisis se superponen, sin discernir dónde empieza una y acaba la otra, ya sea humanitaria, social, política, económica y, cómo no, climática. La emergencia climática aparece como enésimo factor que contribuye a la inestabilidad de la región, un detonante más, no único, que multiplica las vulnerabilidades existentes.

Los discursos más conocidos apelan a un avance general del desierto del Sáhara, que provocaría hambrunas, conflictos y, en última instancia, migraciones. Sin embargo, la desertificación no parece acreditada de forma genérica en toda la franja sino sólo en zonas concretas. De hecho, en las últimas tres décadas se ha registrado un cierto reverdecimiento, un resurgir de la vegetación fruto del retorno de las lluvias. La climatología, en efecto, es clave, pero el hambre y los conflictos son básicamente políticos. Las proyecciones climáticas difieren sobre lo que sucederá en el futuro y el único consenso radica en que aumentará la irregularidad de las precipitaciones; se incrementarán las temperaturas 1,5 veces más rápido que la media global y también se ampliará la asiduidad y gravedad de los fenómenos extremos como las sequías y las inundaciones.

Estos impactos sin duda afectarán a la producción agrícola y pastoral y perjudicarán a las comunidades rurales más vulnerables, especialmente las mujeres y los grupos históricamente excluidos, según se deriva de nuestro proyecto de investigación CASCADES. Las comunidades pastoriles probablemente continuarán ampliando sus trayectos hacia el sur en busca de buen pasto, mientras las poblaciones agrícolas seguirán extendiendo sus dominios, vulnerando los corredores de trashumancia establecidos. Esto podría agravar las tensiones por el uso y acceso al agua y la tierra entre cultivadores sedentarios y ganaderos nómadas, aunque dependerá de la mejora (o no) de la eficacia de los sistemas de prevención, gestión y redistribución de recursos, o la reversión (o no) de los agravios hacia los colectivos móviles. Es decir, todo lo que suceda de aquí en adelante estará sujeto a la evolución socioeconómica y política que determinará tanto los impactos, como la vulnerabilidad y resiliencia de las poblaciones a los mismos.

Sobre la proliferación de grupos armados, nuestro estudio no observa una relación directa con los efectos del calentamiento global, a lo sumo un vínculo indirecto mediado por pérdidas económicas inducidas por el clima o un incremento de la inseguridad alimentaria, que podría facilitar el reclutamiento por parte de colectivos insurgentes. En realidad, la investigación concluye que las intervenciones militares extranjeras, las reivindicaciones religiosas o la marginación de comunidades pastoriles son elementos más determinantes que los factores climáticos en el incremento de la inseguridad en la zona.

En cuanto a movilidad, seguramente se registrarán más desplazamientos forzados e incluso se incrementará la migración del campo a la ciudad o la migración regional como consecuencia de la degradación ambiental. No obstante, ésta se mantendrá en el corto y medio plazo muy mayoritariamente en África, ya sea en el interior de los propios Estados o en países vecinos. Se rebaten así narrativas alarmistas muy difundidas sobre hipotéticas olas migratorias masivas del continente negro hacia Europa debido al clima. En el caso del Sahel, las poblaciones seguirían patrones migratorios tradicionales dirigidos hacia países del Golfo de Guinea como Ghana, Costa de Marfil o Nigeria, o también el norte de África, Argelia o Libia. Por otro lado, miles de personas quedarían atrapadas por falta de medios para desplazarse, puesto que el cambio climático no sólo comporta más movilidad sino también inmovilidad. Así se observa, por ejemplo, entre comunidades pastoriles que reducen sus desplazamientos durante periodos de sequía extrema.

Los movimientos de personas, no obstante, seguirán representando una estrategia importante de diversificación económica y adaptación a la crisis climática, siempre que se permita, y a expensas de las políticas de contención migratoria de la UE en la zona. El dispositivo de militarización y refuerzo fronteras en el Sahel, de bloqueo de la migración de tránsito por la región, instaurado desde 2015 por Europa con la connivencia necesaria de los líderes sahelianos, tiene impactos en las poblaciones locales. Obstaculiza medios de vida como la trashumancia y la movilidad regional, incrementa la presión de los servicios públicos en países ya vulnerables como Níger, y contribuye a debilitar y vulnerar protocolos regionales de libre circulación del espacio CEDEAO, una especie de Schengen en África Occidental. Dicha estrategia es, además, incoherente con las proclamas europeas a favor de mejorar la resiliencia climática, puesto que mientras se dice fomentar la adaptación al calentamiento global, se entorpece la movilidad, que es una manera primordial para hacerle frente.

Los miembros de la tribu nómada fulani viajan al bosque Barkedji-Dodji, parte de la Gran Muralla Verde del Sahara y el Sahel en el departamento de Linguere, región de Louga, Senegal, el 14 de julio de 2021. - ZOHRA BENSEMRA / REUTERS

Por eso, es imperativo que la UE redefina sus políticas de contención migratoria y asuma los errores de su estrategia securitaria que, lejos de pacificar la zona, ha contribuido a desestabilizarla. Más grupos armados, más violencia, más agravios, conformando un círculo vicioso de difícil solución. El uso de milicias de corte étnico para frenar el terrorismo; la importancia de la zona como corredor de toda suerte de tráficos ilícitos de armas y drogas o la incapacidad de vertebrar instituciones eficaces reconocidas por las propias poblaciones administradas, son factores cruciales que también causan y retroalimentan la inestabilidad. Para revertir parte de esto, se necesita abordar la acción climática desde la promoción de la agricultura sostenible que aumente la productividad del suelo y combine técnicas modernas con tradicionales. También se precisa un mejor reconocimiento del pastoreo como actividad productiva y forma de vida, dejando de priorizar sólo actividades sedentarias, lo cual induce más tensiones. Se requiere, por tanto, favorecer la complementariedad entre ambas actividades, suavizar las injerencias en materia securitaria y migratoria y mejorar la redistribución de recursos que, a diferencia de lo que suele pensarse, no pasan tanto por la escasez como por el aumento de algunos.

En definitiva, se necesita complejizar el Sahel, recordando que la emergencia climática no son sólo las lluvias en un momento o zona determinadas, sino que es el resultado de un sistema socioeconómico obsoleto e imperante que se ensaña con los más vulnerables. Desde esta perspectiva, es necesario abordar la crisis desde la política, en sus causas y consecuencias, facilitando iniciativas adecuadas a las necesidad locales y huyendo de huellas coloniales demasiado alargadas, ya sea en forma militar o de freno migratorio. Es necesario pues, actuar para que pastores y agricultores dejen de mirar(se) al cielo con recelo sin saber qué les deparará el mañana.

*Este artículo ha recibido financiación del programa Horizonte 2020 de la UE. Refleja la opinión del autor. La CE y su Agencia no son responsables del uso que pueda hacerse de la información que contiene. https://www.cascades.eu/