Un hombre repara un improvisado muro para proteger su casa antes de que llegue la próxima marea alta a Bargny (Senegal), el pasado 3 de septiembre de 2020.- JOHN WESSELS / AFP

Senegal, el futuro se ahoga en agua salada

Noelia RodríguezSaint Louis (Senegal)

Codou tiene cuatro años y los ojos como dos luceros. A pesar de haber nacido en uno de los campamentos de desplazados climáticos en el departamento de Saint Louis, Senegal, el brillo en su mirada es una demostración de la inocencia intrínseca a la infancia. Comparte una caseta de plástico de ocho metros cuadrados con sus seis hermanos en un lugar que alcanza los 40 grados en la estación de lluvias, pero ni las condiciones más adversas son capaces de borrarle la sonrisa. Hace cinco años, el mar engulló todo lo que tenían sus padres: una pequeña casa al borde del mar en el barrio de pescadores de Guet Ndar, situado en la Lengua de Barbarie. Desde entonces, la realidad de Codou se asfixia entre las cien casetas de hierro, láminas de plástico y nilón de las que se compone lo que ella considera su hogar.

A pesar de las circunstancias, la vida de Codou dio un giro de 180 grados desde que en 2020 una joven recién graduada por la Universidad Gastón Berger de Saint Louis inaugurase un colegio para endulzar la vida de los más pequeños. Victoire es actualmente una de los tres profesores voluntarios del campamento, y según ella, no es posible entender la realidad de los niños sin ser testigo de su día a día. "Vivo en un pueblo cerca de aquí, y en cuanto supe de la existencia del campamento me puse a trabajar para darle una salida a los niños. Creo que, para poder entender el contexto, y antes de responder a cómo evalúo la vida de los niños en el asentamiento, hay que mirar a su alrededor, observa esas carpas", expresa. Y lleva razón. Son tres los cubículos de plástico y hierro que hacen las veces de aulas escolares y que, al igual que el resto del campamento, se levantan sobre la arena. Si la aglomeración de casetas es por sí misma capaz de conmocionar a cualquiera, observar el interior de las aulas es, si cabe, más desolador. Nueve mesas y diez sillas de plástico es todo el material del que disponen los 20 alumnos de Victoire. Según la profesora, ella misma compra los libros con su propio sueldo, al igual que los juguetes con los que se entretienen los niños.

De acuerdo con el testimonio de los profesores del campamento, el Estado senegalés solo les ha ofrecido las tiendas de plástico, pero no el material para el colegio. Las pizarras, tijeras y cuadernos han sido cedidos por los colegios de los pueblos vecinos, y ni siquiera el órgano del gobierno encargado de los niños senegaleses —la Agencia Nacional para la Infancia— ha sido capaz de responder a las demandas de Victoire. Sienten que el Estado les ha dado la espalda.

Una de las casas derruidas por el avance del mar en Gandiol, Saint Louis.- NOELIA RODRÍGUEZ.

Hace dos años, la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos —UNOPS— levantó el asentamiento de Diougop, en que habitan Codou y decenas de niños. Pero no es el único. A cuatro kilómetros se encuentra el campamento de Khar Yalla, en el que actualmente viven 68 familias, todas procedentes de Guet Ndar, que a pesar de ser uno de los barrios más concurridos por los franceses en la época colonial, es hoy un enclave trufado de pequeñas chabolas. Guet Ndar, bañado por el océano Atlántico y el río Senegal, es además el barrio de mayor densidad demográfica de todo el continente africano y cuya edad media se estima en 14 años, lo cual queda perfectamente reflejado en este campamento de desplazados.

La risa de los niños atenúa la triste imagen del asentamiento, levantado a partir de placas de aluminio y adobe entre el residuo de aguas fecales y un manto de plástico. Porque en Khar Yalla los niños no corren la misma suerte. Aunque ahora sus hogares se encuentren a seis kilómetros del pueblo costero, los hombres solo conocen la pesca como medio de vida, y muchos de ellos no pueden seguir trabajando porque ni siquiera tienen dinero para el transporte público, que cuesta en torno a cien francos CFA (15 céntimos de euro). Así que muchos de los niños no pueden ir al colegio por la misma razón: no tienen dinero para el traslado diario del campamento a la escuela y viceversa.

Aby Buguaye, un pescador retirado de 70 años fue testigo en 2016 de cómo el mar se comió su casa con un apetito voraz. Desde entonces, sus días se resumen en un vaivén constante. Primero, fue alojado en un colegio junto con otras familias que habían corrido su misma suerte y, un año más tarde, lo trasladaron a Khar Yalla, aunque actualmente está esperando la asignación de su caseta en el campamento de Diougop. Por supuesto, no es el único que vive en este limbo. Modou Seye es padre de seis niños y sentencia que lo único que ha hecho el Gobierno por ellos es cederles un techo bajo el que dormir, pero no tienen ayudas para comer, moverse o para que sus niños tengan acceso a la educación. "Antes mi trabajo era duro, porque enfrentarse al mar cada día no es fácil, pero ahora es mucho peor. Ahora me encuentro con que no tengo siquiera cómo llegar al puerto porque nos han trasladado a seis kilómetros del mar".

Y así es. La falta de previsión en cuanto a los efectos que puede tener el cambio climático sobre la población local hizo que, en el año 2016, ONU Hábitat, junto con el Gobierno senegalés, construyese un asentamiento temporal en Khar Yalla que no ha podido dar salida al creciente número de familias que se ven afectadas por el avance del mar. Adama Mbaye, madre de cinco niños, cuenta que anteriormente todos los desplazados vivían en este campamento, pero como todos no tenían la suerte de contar con una casa, muchos fueron establecidos en tiendas de plástico en el terreno colindante, el cual se inundaba en cada estación de lluvias, haciendo las condiciones de vida todavía más adversas. Por ello, desde 2019 se está levantando el campamento de Diougop —gestionado por la Oficina de las Naciones Unidas de Servicios para Proyectos— y se prevé que sus obras de instalación finalicen al terminar el año.

Aunque el cambio climático sea un fenómeno que lleva preocupando a la comunidad internacional desde 1979 —con la primera conferencia mundial sobre el clima de Naciones Unidas celebrada para poner en valor las cuestiones climáticas—, los avances que se han conseguido en este reto acuciante no son suficientes para frenar las devastadoras consecuencias que ya están produciéndose en países como Senegal. El aumento del nivel del mar no es algo que constaten únicamente los pescadores que han perdido sus casas y sus presas, también lo hacen organismos como Climate Central —una organización estadounidense que analiza e informa sobre climatología—, según la cual, "el calentamiento global ha elevado el nivel del mar alrededor de 20 centímetros desde 1880, y la tasa de aumento se está acelerando". La Organización Meteorológica Mundial se mueve en esta misma línea y prevé que el aumento de las temperaturas provoque más deshielo, la subida del nivel del mar y fenómenos meteorológicos extremos.

Niños de infantil llegando al colegio del campo de desplazados en Diougop, Saint Louis.- NOELIA RODRÍGUEZ

Concienciada del trauma que puede suponer el desarrollo de la vida de los niños entre carpas de plástico, Victoire no ha parado ni un solo día de luchar por el derecho de los pequeños a la educación. Y nadie mejor que ella puede hablar sobre las condiciones de vida de los críos, pues comparte más tiempo con ellos que sus propios padres, que siempre que tienen medios para llegar al puerto pasan la jornada en los cayucos de pesca. Por ello, el señor Ndiaye, actual director del colegio improvisado, cree que el hecho de que el campamento esté tan alejado del puerto es uno de los motivos por los que la desesperación se ha convertido en el denominador común de todas las familias. "Ya no es solo que hayan perdido sus casas y su vida, es que además de eso tienen que buscar la manera para llegar cada día a los cayucos para poder ganar algo de dinero, pues muchas veces no tienen ni 50 francos [0,076€]", se queja el director.

Por ello, muchos de los niños entre seis y diez años se ven obligados a abandonar el colegio de Victoire para ayudar a sus padres con la pesca. Es el único medio de vida que conocen y cada vez da menos de sí debido a la presencia de grandes barcos de multinacionales pesqueras que capturan con métodos de arrastre que dañan el ecosistema y alejan los bancos de peces. "Muchos de los padres de los niños son mayores, no están en condiciones para caminar 20 kilómetros los días que no pueden pagar el transporte público, por eso sus hijos suelen hacer el relevo. Esto no es más que una forma de perpetuar la pobreza de una generación a otra, porque sin educación, prosperar no es posible", afirma Victoire.

Sin embargo, el acceso a la educación, así como a los bienes básicos no es el único problema que se ha enquistado en los campamentos de desplazados climáticos. Según relata la profesora, el año pasado uno de sus alumnos sufrió un golpe de calor debido a las altas temperaturas que alcanzan las casetas de plástico a partir del mediodía, pues la ventilación en estos cubículos es escasa, y el hecho de que estén recubiertos de nilón no hace más que empeorar las condiciones. Por lo tanto, estas familias han sido obligadas a abandonar su pueblo natal por culpa de la subida del nivel del mar para pasar a enfrentarse a las condiciones del árido campamento, en el que las temperaturas dentro de las casetas en la estación de lluvias superan los cuarenta grados, según cuentan varios pescadores.

Madame Manga, otra de las profesoras voluntarias del campamento, sostiene que el colegio no cuenta con baños para los niños y profesores, y cada vez que necesitan ir al baño tienen que caminar hasta el aseo común del campamento. "Antes no contábamos ni con fuentes de agua potable. Trabajar en estas condiciones es muy duro", continúa.

Para Codou, igual que para sus compañeros de clase, el colegio se ha convertido en la esperanza de un presente en el que el futuro no ocupa lugar, en el que las posibilidades de prosperar de los pequeños se escapan cada día que pasa. Pero los niños, ingenuos, todavía no piensan en eso, les basta con que la profesora Victoire se deje el alma por entretenerlos cada día, y evadirlos de una realidad que, cada año, se ahoga un poco más en el agua salada de un Atlántico creciente, amenazante.

La maestra Victoire en una de las aulas del colegio para niños desplazados. Diougop, Saint Louis.- NOELIA RODRÍGUEZ