Ignacio Sánchez-Cuenca: “Las derechas han triturado el espacio de las izquierdas a cuenta de la cuestión nacional”

Sato DíazJefe de Política de 'Público'

 


Fotografía: JAIME GARCÍA MORATO.

Ignacio Sánchez-Cuenca (València, 1966) saborea cada palabra antes de pronunciarla, así le da más tiempo para reflexionar qué contestar. Este profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid es un estudioso de la evolución de la democracia española, de la crisis de los sistemas representativos en Occidente o de la deriva de las izquierdas en el Estado español. Tres materias importantísimas para comprender una de las cuestiones intrínsecas a España: la nacional-territorial. La atávica crisis que mantiene a España inacabada, 46 años después de la aprobación de la Constitución que puso fin a la dictadura franquista.

En su libro, El desorden político. Democracias sin intermediación, escribe sobre la crisis de representación política en las democracias occidentales. 

Aunque casi todo el mundo dice que la democracia está en crisis, las democracias aguantan. De los partidos que desafían el orden existente, los más poderosos son los de extrema derecha, pero a diferencia de los años 30, ahora no piensan en un régimen distinto, no hablan de suspender elecciones, ni de cerrar parlamentos. Lo que pasa es que casi todos los países viven una crisis de representación. La ciudadanía tiene unos niveles de confianza muy bajos en los actores políticos. En países como Francia y España, menos del 10% de la ciudadanía confía en los partidos. El problema afecta a casi todos los países. Hay cierta obsesión por explicar esta crisis de representación a partir de la crisis económica del 2008, por el aumento de las desigualdades. Yo soy escéptico. Si la gente está quemada con el neoliberalismo, ¿por qué no vota a partidos de izquierda? Puede que la izquierda tenga menos recursos para combatir la situación actual, pero nada impide a la ciudadanía votarla. Si el problema no es económico, tiene que venir de otro lugar. Hay un estado de malestar extendido que tiene que ver con miedos diversos: a la migración, al cambio climático, a las guerras… Las estructuras intermedias que engrasaban la relación entre ciudadanos y Estado están siendo cuestionadas. Cuando se pierden los anclajes básicos de la política, el sistema se desordena, los sistemas de partidos entran en centrifugación y surgen formaciones nuevas al calor de esos miedos, oportunistas. Por eso soy escéptico con que la causa de la crisis de representación de las democracias actuales sea la económica.

Viendo los números y el contexto español y europeo, estamos en una crisis de representación general, como dice, pero concretamente de la izquierda…

En todos los países asistimos a un declive de las izquierdas. La evolución de los últimos 25 años es clara. La socialdemocracia, que era la fuerza principal de la izquierda, ha bajado entre 12 y 14 puntos; las izquierdas a la izquierda de la socialdemocracia no han compensado esa pérdida. En conjunto, la izquierda ha retrocedido considerablemente en casi todos los países desarrollados. En las elecciones europeas, hemos visto una caída de cinco puntos de las fuerzas de izquierda. Las izquierdas tienen un 35% de los eurodiputados, un mínimo histórico. Esta época no es favorable para la izquierda.

¿A qué cree que se debe esta crisis?

Las izquierdas han tenido éxito históricamente cuando han conseguido convencer a la ciudadanía de un proyecto de futuro. Ahora, la idea de que la izquierda pueda protagonizar una transformación real de la sociedad parece un sueño. Los cambios estructurales en los que estamos insertos van a una velocidad de vértigo, lo que hace que la izquierda no pueda adaptarse. Es difícil, en estos momentos, defender la idea de un proyecto que pueda llevarse a la práctica, si incluye transformaciones económicas. Si es un proyecto más cultural, entonces sí, pero entonces nos vemos reducidos a un enfrentamiento sobre asuntos culturales y morales que tiene un recorrido menor que los antiguos proyectos de izquierdas, que eran de transformación global de la sociedad.

"En países como Francia y España, menos del 10% de la ciudadanía confía en los partidos".

El crecimiento ultraderechista también se ve en el Estado español. Estas posturas políticas aquí han estado relacionadas tradicionalmente con el nacionalismo español.

Las derechas han triturado el espacio de las izquierdas a cuenta de la cuestión nacional. Hasta 2017, España era una excepción dentro de Europa y nos afanábamos por entender por qué no había un partido de ultraderecha, cuando España había tenido una dictadura reaccionaria de cuatro décadas. Como en Portugal tampoco lo había, muchos apuntaban que en los países que habían sufrido una dictadura de derechas, su población había quedado blindada. A partir de 2017 surge una extrema derecha fuerte que no había aparecido durante los peores años de la crisis. Aquí, insisto, se ve que no hay una base económica, sino cultural. En España la ultraderecha despegó electoralmente en las andaluzas de 2018 y, después, en las generales de 2019, lo que claramente indica que lo que desencadena su crecimiento es la cuestión nacional. La derecha española, tras la crisis catalana, cierra las vías de evolución plurinacional o de integración de diversidades implícitas en la Constitución. Desde entonces, se ha producido una convergencia entre Vox y el PP, donde Vox es un poco más beligerante, pero comparte con el PP los principios esenciales de reafirmación de la nación española, la cual se habría dejado avasallar por los nacionalismos periféricos; una visión simplificada de las derechas de España, pero que han impuesto en parte de la sociedad. 

En La confusión nacional. La democracia española ante la crisis catalana, asegura que cuando partidos y medios fallan en su papel intermediador, las democracias se desordenan. ¿Los partidos independentistas catalanes han fallado en sus roles de intermediación y, por eso, han ido retrocediendo posiciones?

En esas elecciones obtienen mayoría absoluta gracias a un sistema electoral en el que todas las provincias catalanas tienen la misma representación independientemente de su peso poblacional, pero en términos de voto quedan lejos, ya que obtienen un 48% del censo, lo que en términos de la población total de Catalunya no llegaba ni al 40%. Con esa base de apoyo trataron de imponer la independencia. Ahí se produce una ruptura con los principios democráticos y se transforma en aventurerismo político.

¿Damos por acabado el procés?

El pacto fiscal entre el PSC y ERC, sumado a la amnistía, supone la superación del procés. Eso, sin embargo, no resuelve el problema del encaje de Catalunya en España. El pacto fiscal nos devuelve a la época del Estatut negociado entre 2004 y 2006. En el Estatut ya se contemplaba tanto una Hacienda catalana como la aplicación del principio de ordinalidad. Lo que hay que ver ahora es si el PSOE consigue un pacto que sanciona una asimetría en el sistema, como la de los territorios forales. Solo lo conseguirá mediante compensaciones al resto de las regiones. Es un paso importante hacia una federalización del país con componentes asimétricos que reconocen la singularidad de lo que la Constitución llama nacionalidades.

Subida del BNG en Galicia; en Euskadi, PNV y EH Bildu casi suman el 70% de los votos. Más allá de Catalunya, ¿qué radiografía hace de la cuestión nacional?

Ahora el independentismo catalán está en decadencia, pero si en algún momento llegara un Gobierno de PP y Vox, el asunto catalán volvería a recrudecerse. En segundo lugar, lo que estamos viendo en Galicia y Euskadi tiene que ver con la pérdida de influencia de la izquierda política española. A medida que esta se debilita, la gente busca sustitutivos a nivel local o regional. Es decir, los votantes de izquierda huyen de los partidos de representación española. Ejemplo de esto es que el éxito que tiene EH Bildu en Euskadi no se acompaña de un aumento de las preferencias por la independencia.

Y luego está Madrid, un actor diferenciado en la cuestión territorial.

Lo de Madrid es difícil de entender. Secularmente ha habido una competición entre Barcelona y Madrid y, en esa competición, Barcelona siempre estuvo a la cabeza hasta hace 15 años, cuando Madrid tomó la delantera económica. Ahora, Madrid se ha convertido en el territorio de España que, con más virulencia ideológica, ataca al independentismo. Se está viviendo una especie de sueño de que Madrid es una ciudad global, como Miami, que aquí solo vienen los millonarios porque es una ciudad de calidad… Este es el relato que se ha construido en torno a Madrid.

¿Ve un horizonte en el que los soberanismos del Estado ejerzan su derecho a la autodeterminación?

Imposible con la Constitución actual. Tendría que haber una crisis de tal envergadura que la Constitución reventara. Dicho lo cual, no me parece imposible que se pudiera regular la celebración de consultas y que hubiera una manera más acorde con los valores democráticos de abordar las tensiones territoriales dentro de la Constitución. Se ha ido estrechando su interpretación por las derechas, pero en origen, la Constitución del 78 habla de pueblos de España en plural, no del pueblo español; distingue entre nacionalidades y regiones, y reconoce el régimen foral del País Vasco y Navarra. Hay elementos para una interpretación más amplia y el avance hacia una visión plurinacional. Si este Gobierno durara, podría profundizar, por fin, en un sentido institucional plurinacional. ◼