Manuel Vicent: "El odio es el pegamento que impregna la política española"

Queralt Castillo

A sus 84 años, Manuel Vicent (Castelló, 1936) afronta la vida con la misma mirada serena que le ha caracterizado siempre. Cronista de la España de la Transición y observador privilegiado, continúa hilando palabras en libros y columnas. La edad no le detiene, ni siquiera la última de las sorpresas: una pandemia que está poniendo en jaque todos nuestros cimientos.

De talante vital, recio y honesto, Vicent acaba de publicar su última novela, Ava en la noche (Anagrama, 2020), un homenaje al Madrid de la posguerra. Se lee el libro con la misma facilidad con la que se leen Balada de Caín o sus columnas dominicales en El País. Porque en Vicent la prosa es música.

¿Cómo está?

Esta pandemia la había leído en las novelas. Me recuerdo en aquellos veranos interminables de la adolescencia, leyendo relatos de aventuras donde había pestes, incendios, catástrofes. Creía que estas calamidades y estas pandemias estaban solamente en los libros; de pronto me encuentro con que estoy viviendo dentro de una de estas pestes medievales. Lo vivo como una pesadilla que empieza, y es raro, al pie de la cama al despertar después de un sueño que ha podido ser incluso muy placentero.

Hace un par de meses escribía, en una de sus columnas: "Puede que esta tragedia nos haya enseñado a mirar con nuevos ojos la vida".

Una de las preguntas casi existenciales de hoy es saber si de esta pandemia saldremos mejores o peores. Me pregunto si la humanidad aprenderá algo de esta tragedia, que la está viviendo todo el mundo en primera persona. Lo dudo mucho. Después de la Primera Guerra Mundial, como corolario, sobrevino la gripe de 1918, que acabó con 50 millones de muertos. Después llegó el charlestón, la locura de los años veinte. No sabemos si después de esto va a haber otro charlestón o si la gente se habrá acostumbrado a no sonreír.

Hoy las sonrisas están confinadas por las mascarillas y la expresión de los ojos se ha convertido en un nuevo lenguaje. Ahora, cuando nos presentan a alguien, tenemos que adivinar su identidad a partir de su mirada. Las miradas están hoy muy valoradas. Las hay ingenuas, puras, sucias, siniestras, sinceras, francas y de varios colores. El lenguaje de las miradas quedará.

¿Tiene fe en las vacunas?

Una vacuna necesita cinco o seis años para desarrollarse, o no. No la hay todavía para el VIH. Nosvacunamos todos los años para la gripe sin ser totalmente eficaz. Puede que este virus desaparezca, sin más; como ha pasado en otras ocasiones con virus similares. Lo que sí parece cierto es que este virus ha humillado a toda la industria armamentística. Nos hemos dado cuenta de que un virus invisible puede acabar con la humanidad simplemente a través de un estornudo. ¿Para qué sirve una bomba de hidrógeno si no sabemos nada del comportamiento destructivo de este pequeño ser?

¿Cómo afronta este momento histórico Manuel Vicent?

Con las luces largas todas las tragedias se ven apocalípticas. Con las luces cortas se convierten en problemas concretos y salvables. Cuando uno se encuentra en medio de una tempestad, lo peor es imaginar todo el mar convulso; pero si uno se concentra en las olas, en cada una de ellas, y reduce el mar inmenso a las olas concretas que hay que salvar una a una, entonces, todo se puede superar. Si conviertes el tiempo en días y los días en horas y las horas en minutos y los minutos en segundos, te salvas. Es más fácil salvar un minuto que toda una eternidad. El horizonte está lleno de fantasmas. En este momento, en medio de la niebla, las luces imprescindibles son las de situación. ¿Qué significa eso? Saber quién eres, qué estás haciendo para que en medio de la oscuridad te vean y no se te lleven por delante.

“Si España estuviera bien organizada, sería inhabitable. Nos salva el caos”, escribía allá por los ochenta en una de sus columnas en El País.

Ahora vivimos inmersos en él, ¿no? El caos es el motor de la vida. Yo concibo que los siete pecados capitales son las siete turbinas que hacen avanzar a la humanidad. Si los siete pecados capitales no existiesen, la humanidad entraría en punto muerto, que es el cosmos, que es la muerte. Pero ojo: una cosa es el caos de la naturaleza como factor de energía y otra muy diferente es el caos de la estupidez humana.

Detesta el caos de las redes sociales.

El caos de la naturaleza es maravilloso; otra cosa es la pocilga de las redes, donde aparece lo peor del ser humano. En ellas emerge toda la frustración humana amparada por la impunidad. Internet es un cerebro universal que ha hecho que el pensamiento digital sustituya al analógico y cuando llegue la Inteligencia Artificial, el ser humano podría cambiar de naturaleza. El ruido silencioso de las redes es atronador. ¿Una solución? Tirar el móvil a un pozo. El hombre nuevo que esperaban todas las revoluciones sociales será aquel que en el futuro no tenga nunca cobertura. Hombre libre sin cobertura, ese es el don de los elegidos.

Vivimos en la saturación informativa, ¿no cree?

Desde el amanecer hasta el final de la noche nos vemos atravesados por un cúmulo de noticias verdaderas o falsas que nos llegan siempre fragmentadas. Navegamos en medio de noticias. La actualidad es como el espejo de un escaparate que cada hora se rompe en mil pedazos y en cada esquirla se refleja un fragmento de la realidad. No sé si la verdad existe. En todo caso la verdad va unida a nuestros sentimientos, emociones, creencias junto con nuestras agonías, anhelos, deseos inconfesables. Esas pequeñas verdades se instalan en nosotros o bajan a los intestinos.

Usted fue cronista durante la Transición. Ahora que tanto se habla del régimen del 78 y, con la serenidad de la distancia, ¿cómo ve esa etapa?

Franco había traído desde Marruecos una política africanista: o eres amigo o eres enemigo, a mi amigo una barrica de leche de camella, a mi enemigo una patada en la tripa. La Transición cambió esa disyuntiva cainita y se volvió a la usanza política civilizada de la Restauración y la República: un sistema de amigos o adversarios. Eso lo viví en el Parlamento, cuando trabajaba como cronista parlamentario. Los que habían sido enemigos pasaron a ser adversarios; se insultaban, pero luego se iban a tomar café juntos. Ahora la derecha ha instalado el método de Caín.

¿Qué pasó?

Aznar cambió eso en su segunda legislatura con mayoría absoluta. Instaló el odio en la política, “sin complejos, a por ellos, se van a enterar”. Cambió la palabra adversario por enemigo. El odio es el pegamento que impregna la política española. Es así: estamos pegados por el odio. El Partido Popular se comporta como si el Gobierno le hubiese sido robado; y no solo ahora por la moción de censura. Hay una fracción de reaccionarios que aún creen que los atentados de Atocha fueron algo urdido para arrebatarle el gobierno al PP. En el fondo creen que el Gobierno socialista es legal pero ilegítimo. ¡Y el espectáculo que están dando ahora en las instituciones, como lo de no querer renovar el Poder Judicial! Se enfrentan para paralizar el Estado y eso es antidemocrático. Sucede porque ellos creen que es su cortijo.

Suele decir que la Transición tuvo como cosa positiva el espíritu de consenso y como cosa mala la precipitación.

La Transición fue el producto de un equilibrio entre dos miedos. La izquierda creía que la derecha iba a dar un golpe de Estado, y efectivamente, lo dio. La derecha, por su parte, pensaba que los socialistas y los comunistas eran más fuertes de lo que realmente eran. Ambos bandos se temían mucho, era una transacción de miedos. La que más aportó fue la izquierda, que renunció a algunos de sus principios. La consigna era clara: todo menos volver a matarse. Hubo una reforma, no una ruptura, pero funcionó porque se cambió el concepto ‘enemigo’ por el de ‘adversario’. Todos empujaron hacia una misma dirección y por una conjunción de los astros, un Borbón, al cual llamaban Juanito El Breve, tal vez aleccionado por las fuerzas internacionales, jugó a ser imparcial y a erigirse, casi sin proponérselo, en la expresión de la democracia. Todo eso se ha tirado por la borda y ahora no podemos hacer más que recordar las palabras de Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”. Juan Carlos I lo único que hizo es no poner ningún obstáculo para la democracia. Durante el 23F, si en lugar de un rey hubiésemos tenido un presidente republicano, alguien como Tierno Galván, la democracia hubiese saltado por los aires. Ante Milans del Bosch la monarquía produjo un miedo escénico.

El rey se encuentra huido. Usted lo conoce.

Era simpático, un atrabancado, te hablaba de tú, se acordaba de tu nombre, era frívolo, pero caía muy bien. No hablaba como un rey, hablaba como un cuartelero. Era como un amigo de bar y durante mucho tiempo se le perdonaron todos los líos. En España lo que no se perdona es que le tengamos que pagar sus vicios. Es la maldición de este país. Para una cosa que había salido bien… Era complicado levantar una monarquía totalmente degradada e instaurada por un dictador, pero se hizo. Mucha gente era juancarlista, no monárquica. Pues ahora el emérito ha echado todo ese caudal por la borda y ha puesto una mochila bien cargada sobre su hijo.

¿Qué opina de la gestión que se ha hecho de su salida, tanto por parte de Zarzuela como de Moncloa?

Ha sido vergonzante y vergonzoso. No tiene explicación. Con las luces cortas, las de situación, la gente tiene tantos problemas inmediatos que no tiene capacidad para absorber más adversidades. Si España fuera un país próspero, moderno, en paz, europeo, sería el momento de sacudirse la monarquía de encima. Pero tenemos tantos problemas que dejamos estos asuntos aparcados porque no podemos con todo el paquete.

¿Cómo ve los avances –o no– en el conflicto Catalunya-España?

Creo que Catalunya es una nación. Tiene un sentimiento, un idioma, unas costumbres, una cultura, un territorio. El concepto nación es muy fecundante. España tiene que conseguir que Catalunya y el País Vasco se sientan libres, dentro del conjunto España, que funciona como un gran aparador con diferentes compartimentos llenos de joyas y objetos de gran valor. Ahora bien, todo eso cambia cuando una nación quiere convertirse en Estado. Ningún Estado ha nacido sin violencia. La nación judía ha fecundado de arte y cultura a medio mundo. En cuanto se ha convertido en Estado ha comenzado a derramar sangre. Tengo la sensación de que la nación catalana ha tenido la misión histórica de tirar del carro de España: hacerla liberal, moderna y europea. Sin embargo, todo lo que es grande se convierte en pequeño, resulta reaccionario. Catalunya es una nación, y como nación es su deber fecundar al resto de España. Por desgracia no creo que Catalunya consiga la independencia sin una revolución o una guerra civil, ambas ganadas.

Acaba de publicar Ava en la noche (Alfaguara, 2020). ¿Algún otro proyecto en mente?

Estoy digiriendo la salida del libro. Hemos hecho una promoción virtual, mucho más cómoda. Creo que es un libro que se lee cuesta abajo, de forma placentera.

En una entrevista de hace unos años, alguien le preguntó cuál era su paraíso. Usted contestó que era la salud. Imagino que se mantiene en su idea.

Yo ahora lo cambio todo por la salud: todos los éxitos literarios, todas las buenas críticas. Todo por salud. A partir de los 70 uno ya a no cumple años, solo cumple salud o enfermedad. Uno es joven si tiene a cualquier edad tiene una salud aceptable y proyectos positivos.

¿Tiene miedo?

No, pero me da pena ver la depresión general. El mundo está deprimido, la gente está deprimida. A eso se le suman el final de las vacaciones, el final del verano y la melancolía de septiembre.

En alguna ocasión dijo que no podía estar sin escribir.

Como dijo Joan Fuster, ¿qué es morir? “Morir debe de ser dejar de escribir”. Me pasa lo mismo.

¿Se considera una persona nostálgica? Una vez dijo que la nostalgia era una estupidez.

La nostalgia es un concepto poco literario, porque presupone que en el presente estás mal, en contraposición con el pasado, cuando estabas bien. La melancolía es una nostalgia hacia el futuro, es el tiempo que te queda, que se acaba, es la sensación de que el tiempo es escaso y tiene más valor. La melancolía es la nostalgia del futuro.

Sus columnas están cargadas de cinismo y humor. ¿Nos podemos reír de todo?

No existe ninguna inteligencia sin humor. Todos los grandes escritores tienen un humor evidente o soterrado. El humor es la capacidad de ver lo relativo de todas las cosas. El humor antes que risa produce escepticismo, es la capacidad de ver dos verdades contradictorias a la vez. Me interesa el humor literario: la risa de la inteligencia. Ahora vivimos bajo la dictadura de lo políticamente y lo moralmente correcto.

"Uno está vivo mientras se sorprenda de las cosas", decía. ¿Aún se sorprende?

Hago un esfuerzo increíble cada mañana para que el día me sorprenda. Estar vivo es una sorpresa. Mientras te sorprenda que el sol salga cada mañana, todo irá bien. Me sorprende ir a la tertulia y que estén mis amigos, que la casa esté donde está cuando llego a Madrid. Tengo fe en que todo va a continuar igual. La pandemia nos ha enseñado que la humanidad es un tejido que se puede romper a partir de un simple estornudo. El fin de la humanidad no va a llegar con una lluvia de fuego como un gran espectáculo escatológico. Puede que acabe ahogada bajo una inmensa montaña de basura.