Opinión
La Iglesia impune
17 de abril de 2024
“¿Quién puede recordar el dolor una vez que éste ha desaparecido? Todo lo que queda de él es una sombra, ni siquiera en la mente o en la carne. El dolor deja una marca demasiado profunda para que se vea, una marca que queda fuera del alcance de la vista y de la mente”. —Margaret Atwood, 'El cuento de la criada’ (1985)
Hasta el año 1986, mujeres españolas que quisieron ser ellas mismas —y no lo que les decían que tenían que ser— acabaron recluidas en reformatorios donde monjas y otras religiosas las llevarían por el buen camino. Estaba ya bien entrada la Transición, Felipe González era presidente del Gobierno y la Constitución celebraría pronto su décimo aniversario. Pero el franquismo estaba lejos de ser un recuerdo del pasado (si es que alguna vez lo ha sido).
Más de diez años después de la muerte del dictador, un organismo creado en 1941, el Patronato de Protección a la Mujer, seguía operando con el único objetivo de reconvenir a las mujeres descarriadas. Según su decreto de constitución, su función era "la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica".
O, dicho en román paladino, si te gustaba salir por las noches, si te quedabas embarazada siendo soltera, si tenías inquietudes políticas (de izquierdas) y las manifestabas... Si te rebelabas contra el prototipo rancio de mujer promovido por el franquismo y por la Iglesia (madre de familia, dedicada a 'sus labores', beata y sumisa), podía ser solo cuestión de tiempo que acabaras internada en uno de estos reformatorios, fregando de rodillas los suelos, infraalimentada y, si te habían preñado, sin tu criatura tras parirla.
Un dato: solo entre 1944 y 1954, alrededor de 30.960 niñas y niños fueron separados de sus familias biológicas, según un auto del Juzgado Central de Instrucción no 5 de la Audiencia Nacional, de 2008. Son diez años de los 45 que estuvo activo el Patronato.
Todo lo que promovió el Patronato y lo que ocurrió en sus centros sería una distopía si el término no hiciera referencia a una representación "futura" y "ficticia" (la RAE define así "distopía": "representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana"). Pero, para desgracia de muchas, el Patronato de Protección a la Mujer de ficción no tuvo nada. Y de proyección futura no sabemos, aunque con Trump, Milei y Ayuso sueltos nada es descartable. Lo que sí conocemos, y tampoco de manera muy prolija, es que existió y marcó decenas de miles de vidas de mujeres, muchas de ellas menores en el momento de ser internadas.
La historia de ellas está escrita, cómo no, por hombres: curas, psiquiatras, médicos, policías, directores de prisiones y gobernadores civiles, entre otros, eran quienes redactaban los pocos expedientes e informes que hoy se conservan en los archivos provinciales.
Esos archivos son hoy en día el único recurso 'oficial' para documentar lo sucedido, porque una inundación dio al traste con la mayor parte de la documentación de la Junta Nacional y el propio Patronato era un organismo muy opaco. Encontrar imágenes para ilustrar este especial ha sido toda una odisea. Las investigadoras que bucean en estos casos denuncian que "la legislación actual es tan ambigua que, para una misma institución, algunos archivos dejan ver toda la documentación y otros no permiten consultar prácticamente nada".
Esto explica la ausencia de información sobre el Patronato y sus maniobras. Esto y la falta de interés. Porque muchas, muchísimas, de las mujeres que pasaron por sus centros siguen vivas y con sus testimonios debería reconstruirse lo que ocurrió en aquellos centros del terror. Pero, como siempre, el silencio es más conveniente para el olvido.
Relata la historiadora Tatiana Romero que "sabemos que, por lo menos en el primer franquismo, las mujeres eran también violadas por la Guardia Civil durante las detenciones y antes de ser llevadas a prisión [...]. Lo sabemos porque es repetitiva la afirmación: «Al detenerme hicieron conmigo lo que quisieron» o por los largos silencios cuando se les pregunta directamente si sufrieron violencia sexual. Hemos aprendido a leer esos silencios, las miradas, las manos que tiemblan. Esa es una de las grandezas de la historiografía feminista: aprender a mirar lo que parece invisible".
Otro asunto sobre el que se prefiere no hacer demasiado ruido es el de las congregaciones religiosas que vivieron y se financiaron al amparo del Patronato. Cruzadas Evangélicas, Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, Trinitarias e Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Oblatas del Santísimo Redentor, Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y de la Caridad... Y así hasta una veintena de órdenes católicas que hicieron suyo el mandato de meter en vereda a estas chicas de mala vida.
Hoy no solo no han pedido perdón, sino que siguen operando con apoyo institucional, atendiendo por ejemplo a víctimas de violencia machista o de trata, y varias han sido reconocidas con prestigiosos galardones como el Príncipe de Asturias de la Concordia o el Premio de Derechos Humanos Rey de España.
La reparación a las víctimas del Patronato, olvidadas incluso por la ley de memoria democrática, pasa necesariamente por su reconocimiento oficial y por el perdón; pero también y, sobre todo, por la revisión de la financiación directa o indirecta a la Iglesia católica y por la liquidación de sus privilegios. Una sociedad moderna y democrática no puede permitirse premiar a los torturadores e invisibilizar a sus víctimas. La pelota está en el tejado del segundo Gobierno más progresista de la historia de este país.