Los tres años muertos de Mariona Roca Tort
Entre 1969 y 1971, Mariona Roca Tort pasó por un centro del Patronato de Protección a la Mujer regentado por monjas y, después, por un hospital psiquiátrico de Madrid. Durante esos tres años fue encerrada, controlada, aislada, reprimida y torturada. Pero acabó convencida de que con ella no podrían.
"Yo no me confesé nunca". Lo dice con una sonrisa pícara, de niña que trama una travesura. La misma sonrisa con la que, a veces, en lo más crudo de su relato, se ríe: de ella misma, de su historia, de todo lo que le hicieron pasar. "Nunca". Con un deje de orgullo, también.
En septiembre de 1969 Mariona Roca Tort tenía 17 años y su familia acababa de llevarla a un correccional de Madrid regentado por religiosas adoratrices. Era uno de los tantos centros dependientes del Patronato de Protección a la Mujer. En aquel lugar, se las clasificaba en diferentes grupos. Cada uno de los grupos era llamado "hogar" y, en ellos, había diferentes "niveles". Por ejemplo, en algunos "hogares" se permitía trabajar fuera de los talleres de la institución o recibir algunas visitas. Las internas podían ser trasladadas de un "hogar" a otro siempre y cuando confesasen que habían sido pecadoras, malas mujeres. Ella se negó.
Unos meses antes, durante la manifestación del 1 de mayo en Barcelona, una de sus compañeras fue detenida y ella, por si la Policía la buscaba también, pasó la noche fuera. Al regresar a casa, sus padres redoblaron el control sobre ella: "Era una familia ultracatólica, muy de derechas. No me dejaban ni llevar pantalones", cuenta. Durante meses, solo le permitieron salir de casa para ir a trabajar al colegio de monjas en el que impartía algunas clases de refuerzo o para ir a estudiar al instituto nocturno, lugar en el que había tenido contacto por primera vez con militantes antifranquistas. Llegó el verano y la situación era asfixiante. Su familia se fue de Barcelona para veranear; ella se quedó para dar clases particulares. Cuando regresaron, encontraron una carta: Mariona se había escapado de casa.
Aprovechando un viaje de un grupo de estudiantes, se fue a Menorca. Al tratar de volver, en el puerto de Mahón, dos agentes de la Guardia Civil la detuvieron acusada de "abandono del hogar". La llevaron de vuelta a Barcelona, donde fue encerrada en un lugar que todavía no ha sabido ubicar. Al cabo de varios días, la trasladaron al centro de las adoratrices en Madrid: "Hacían eso para sacarte de tu lugar, para desarraigarte". En el correccional, las mujeres y adolescentes que estaban encerradas se levantaban a las seis de la mañana para ir a misa. Después, hacían turnos para fregar los suelos, hacer la colada y, luego, pasaban a los talleres. Mariona estuvo en uno de confección de abrigos que, según les decían, se vendían después en El Corte Inglés. Mientras trabajaban, se les leían en voz alta libros religiosos para impedir que hablasen entre ellas. "Era una cosa muy perversa. En cuanto había algo de empatía, de acercamiento con tus compañeras, te separaban del grupo", cuenta. Por eso, ella dice que nunca llegó a enterarse de quiénes eran las demás, de dónde venían, por qué las habían encerrado allá.
"A través de la religión y del trabajo intentaban enderezarte, hacer un trabajo sobre tu cuerpo, tu mente, tu pensamiento, para que acabases siendo una mujer "como debías ser". Los cánones del nacionalcatolicismo eran muy concretos: sumisa, atenta, dedicada a la reproducción y que pudiese ser madre de personas fieles a este régimen. La intención era anularte completamente como persona y que tu sentido crítico desapareciese", explica Mariona Roca Tort.
Más encierros
Después de unos meses, su familia fue a buscarla para que volviera a Barcelona a pasar las navidades con ellos: "De camino, paramos en el Valle de los Caídos", cuenta. Una vez en casa, solo la dejaban salir acompañada de alguna de sus hermanas, todas menores que ella. "En una de esas, estábamos cruzando por plaza Cataluña, y le dije a mi hermana que se fuera. Y me escapé", cuenta. "Yo tenía claro que a Madrid no volvía".
Estuvo un tiempo en una casa del barrio de Vallcarca. Y allí supo que estaban interrogando a dos chicas que conocía para que dijeran si la habían visto. Si no la delataban, la Policía amenazaba con acusarlas de mantener relaciones lésbicas y enjuiciarlas. Mariona tuvo miedo de que sus compañeras acabasen en prisión. Y decidió regresar a casa de su familia. "Al día siguiente, me volvieron a llevar a Madrid. Esta vez, tuvieron que darme un Diazepam o algo así, porque no podían conmigo: ni mi padre, ni mi tío, ni las monjas...". Al llegar, la represión fue más fuerte. Las monjas aislaron a Mariona. Ella pensaba qué hacer para salir de allí, pero no tenía muchas opciones: "Dejé de comer. Creo que era la única herramienta que me quedaba". Mariona regresó a Barcelona, a casa de su familia. "Estaba hecha polvo". Allí la visitaron varios médicos. "Uno de ellos no sé qué les diría a mis padres, pero me volvieron a enviar a Madrid. Esta vez no me llevaron a las adoratrices, sino que me internaron en un psiquiátrico", explica. En el psiquiátrico San Rafael, regentado también por monjas, le administraron varias sesiones de electroshock. Después, pasaron a inyectarle dosis muy altas de insulina que le provocaban estados de coma. Finalmente, la visitó un psiquiatra de apellido Vallejo-Nájera, que la ató a la cama y le advirtió de que, hasta que no aumentase de peso, no la dejarían levantarse.
Después de meses, Mariona alcanzó los 40 kilos y le dieron el alta. Dice que salió de allí "muy débil, sin memoria y sin voluntad". Continuó con un tratamiento de psicoterapia. La metieron en un colegio mayor de Madrid bajo un control tan grande que, incluso, le intentaban elegir las amistades. Una de sus hermanas le consiguió un trabajo como canguro en Barcelona. Cuando sus padres regresaron a la ciudad después del verano, Mariona fue a verles. "Les dije: «Habéis hecho todo lo que habéis podido, y yo también. Pero adiós»". Y se fue de casa definitivamente.
"Conmigo no podrán"
Aún hoy, cree que arrastra secuelas de los tres años que pasó encerrada. Vacíos en la memoria, miedo a que todo volviese a ocurrir: "Para mí fueron tres años muertos. Me quitaron tres años de crecer, de aprender, de formarme, de saber...", lamenta. Le dejaron muchas inseguridades. "Pero también he sido valiente. No tenía más remedio que tirar hacia adelante. Lo que tenía claro es que allá no volvía y que conmigo no podrían", dice. Y se ríe otra vez.
Mariona lleva años activa en organizaciones feministas y en las luchas vecinales del barrio Gótico de Barcelona, asediado por el turismo masivo, los desahucios y la especulación urbanística. "Siempre he sido rebelde. Si me fui de casa es porque me oponía a ese patriarcado que estaba tan instalado", expresa. "Hemos sufrido un doble olvido", añade, "como personas castigadas por el franquismo y como mujeres. Más que pensar en si a mí se me puede reparar o no, creo que es una cuestión colectiva. La reparación pasa por que todas las órdenes religiosas que estuvieron con infantes y con mujeres reconozcan lo que pasó. Que la Iglesia católica reconozca que fue un brazo ejecutor del franquismo. Y pasa también por poder acceder a los archivos para investigar qué pasó realmente. Y por hacer un reconocimiento a todas las mujeres que pasamos por el Patronato", afirma.
Hace menos de un año que empezó a hablar en público sobre su experiencia en instituciones del Patronato de Protección a la Mujer, a organizarse con otras mujeres. A ir a la radio y a dar charlas. A repartir octavillas sobre el Patronato en manifestaciones A dejar su testimonio en un documental, Els buits (Los vacíos, en castellano), codirigido por Sofía Esteve, Marina Freixa e Isa Luengo, que se estrenará en festivales este 2024.