Tribuna

‘Público’ y el compromiso democrático

Virginia P. Alonso

Directora de Público

Crucé por primera vez el umbral de la puerta de Público el 5 de octubre de 2016. Habían pasado tres meses desde el referéndum en el que el 51,9% de los británicos votó a favor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea y solo un mes desde el neogolpe contra Dilma Rousseff y su destitución como presidenta de Brasil. Cuatro semanas después, Donald Trump ganaba las elecciones presidenciales de EEUU. 

Algunos de esos acontecimientos redibujaron el panorama político, social y económico de buena parte del mundo y contribuyeron a precipitar fenómenos que hoy marcan nuestro día a día: empezando por el repunte a escala global de la extrema derecha, siguiendo con la pérdida de relevancia moral e intelectual de Europa (agravada con la guerra de Ucrania) y acabando con la difusión masiva de intensas campañas de bulos y desinformación, que condicionan el voto y acentúan la sensación de inseguridad y de descreimiento en la política y en el periodismo. 

Así, los periodistas nos hemos convertido en la diana de operaciones de descrédito y desprestigio porque somos (o deberíamos ser) los pilares de la democracia y garantes de la salud de derechos y libertades. El periodismo se convierte en el primer objetivo cuando de lo que se trata es de desestabilizar las democracias.

Por eso los valores con los que se comprometió Público en su nacimiento no solo siguen más vigentes que nunca 15 años después, sino que cobran todo su sentido en estos momentos de máximo riesgo para un sistema cuya columna vertebral son los derechos fundamentales.

Llevamos años viendo un goteo incesante de recortes de esos derechos, un retroceso que ha sido comunicado desde las tribunas políticas y mediáticas mainstream como inevitable y necesario, casi siempre justificado en aras de la seguridad y estabilidad nacional/global. Tanto es así que quienes hemos osado cuestionarlo —y Público se ha quedado prácticamente solo haciéndolo—, hemos sido descalificados y catalogados como “antisistema”. 

Este arrinconamiento tiene consecuencias más allá de las discursivas. La presencia de Público en espacios televisivos (necesarios todavía para alcanzar nuevas audiencias) es sensiblemente inferior a la de otros medios más pequeños que el nuestro. Los ingresos por publicidad no se corresponden con el volumen de lectores porque muchas compañías rehúsan anunciarse en un diario esencialmente demócrata y progresista, que ejerce cada día su función de contrapoder frente a ciertas instituciones y grandes empresas. No hay que olvidar que en este país aún son muchos los anunciantes para quienes poner publicidad en medios es equivalente a comprar su favor y su silencio. 

De hecho, algunas empresas castigan a Público y retiran sus campañas cuando difundimos informaciones críticas sobre ellas. Y nuestra comunidad de suscriptores crece día a día desde 2018, pero es aún modesta como para poder compensar esos correctivos, que son piedras en el camino de nuestro crecimiento. 

Son las paradojas de las democracias imperfectas, en las que ponerse en frente de las elites para situarse del lado de la gente, de las ciudadanas y ciudadanos, se paga caro. Porque los medios forman parte de ese establishment y basta que uno se salga de ese esquema para que sea visto como una amenaza… Aunque en el fondo sea precisamente eso lo que se espera de cualquier medio de comunicación y ninguna facultad de Periodismo enseñe a sus alumnos a ser dóciles y complacientes con los poderes, sino más bien lo contrario.

Ese es el periodismo que hacemos en Público desde hace 15 años y el que vamos a seguir haciendo. Un periodismo que no ha cambiado su ADN, pero que ha evolucionado hasta alcanzar una madurez cuya plenitud pasa por el cuestionamiento de los relatos establecidos. Porque estamos convencidos de que esta es la mejor manera de llegar hasta el fondo de las historias que contamos: dudar de todo, o de casi todo. 

Gracias a esa prevención, hemos podido poner en tela de juicio, por ejemplo, el relato hegemónico que se construyó en torno a las madres de Infancia Libre, refutarlo y contar una realidad menos jugosa para el prime time, pero de una relevancia extraordinaria para los derechos de la infancia y de las mujeres. O narrar los tejemanejes del comisario Villarejo sin ‘comprar’ su versión ni la de ninguna de las partes implicadas. O poner la Memoria histórica en nuestro foco cuando aplaudir la Transición y no mirar atrás era lo que se esperaba de los demócratas ejemplares. O denunciar el encarcelamiento sin garantías del colaborador de Público Pablo González en Polonia, acusado de ser espía ruso. O cuestionar las prebendas de la Casa Real y la esencia antidemocrática de la institución. O evidenciar la tropelía para los derechos de todos que supone que Julian Assange siga privado de libertad prácticamente desde 2012 por haber difundido información de indiscutible interés público. O desgranar la operación de lawfare llevada a cabo contra Podemos y muchos de sus integrantes. 

Cumplo ahora tres años como directora de Público y siete como parte de esta familia sensible, íntegra, rigurosa y crítica. Lo hago rodeada de un equipo de excelentes profesionales con una calidad humana extraordinaria, y de colaboradores y columnistas que aportan diferentes puntos de vista, generan un debate social necesario y nos hacen reflexionar y detenernos en medio de la vorágine diaria. Entre todos intentamos informar con humildad y precisión sobre realidades a veces muy complejas. Y estamos vigilantes para ser la voz que denuncie los abusos, las injusticias, las violaciones de derechos o los intentos de demolición de lo público. Decía la escritora austriaca Marie von Ebner-Eschenbach (1830-1916) que “cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado el tiempo en que se pudo”. Por eso nuestro periodismo es hoy y es ahora. Y queremos que siga siéndolo al menos 15 años más. Gracias por el viaje. Seguimos.