El hilo rojo de la memoria

Tu padre no te abandonó

Paula de la Fuente recibe, en una caja, los restos de su padre, Leoncio. – INSTITUTO NAVARRO DE LA MEMORIA

Beatriz Fernández

Sin duda, hay heridas que por mucho que se intenten ocultar siguen doliendo bajo el vendaje. Crecí en una familia en la que se tocaba a menudo la política y siempre me quedó clara la ideología de todos los que la componían. Pero también es cierto que cuando iba al pueblo de mi madre tenía claro que los comentarios no debían salir de casa. Mi abuela siempre tuvo mucho recelo con que los vecinos del pueblo supiesen cuáles eran sus ideales. A pesar de los años transcurridos, el miedo y el dolor seguían muy presentes en su vida. Cuando mi abuela solo tenía cinco años, la Guardia Civil irrumpió en su casa y sacó de la cama a su padre, enfermo con pulmonía. Nunca más volvió a verle.

Mi madre, también llamada Paula, siempre nos ha contado las vivencias de su familia, pues al igual que yo, considera primordial saber nuestro pasado para encaminar nuestro futuro. Un día, tras una conversación sobre la Guerra Civil en el trabajo, una compañera me contó cómo encontraron ellos la sepultura de un familiar asesinado en la guerra. Así decidí comenzar, junto a mi madre, nuestra propia búsqueda. La búsqueda de mi bisabuelo. Comencé con una lista de presos de la provincia de Valladolid y de ahí fui pasando de una publicación a otra. Recuerdo ese día con mi madre como algo especial. A ratos era imposible aguantar las lágrimas. Aquel día por fin empecé a conocer a mi bisabuelo.

Se llamaba Leoncio de la Fuente Ramos, tejero de profesión, casado con Elena Blanco Gago, padre de seis hijos (Casildo, Antonia, Elena, Paula, Gencio y Leoncio) y natural de Fresno el Viejo. Le asesinaron cuando apenas tenía 36 años. Los datos me llevaron hasta el Fuerte de San Cristóbal, en Pamplona. Mi familia tenía entendido que pudo estar allí, pero no estaban seguros. Durante décadas la información era contradictoria. Les llegaron a decir que lo habían liberado y que Leoncio decidió abandonarles. Esa posibilidad se quedó grabada en la cabeza de mi abuela.

La búsqueda, sin embargo, nos depararía sorpresa. Gracias a la asociación Txinparta y al invetigador me cuentan que participó en la fuga del fuerte el 22 de mayo de 1938 y que fue apresado y fusilado. No saben dónde. Me ponen en contacto con el banco de ADN que han creado en Navarra para la identificación de los exhumados. Convencí a mi abuela de que diera una muestra. Pero no hubo resultados inmediatos. Cada vez que visitaba el pueblo me preguntaba si sabía algo de su padre, añadiendo ya en las últimas visitas: “Hija, si no lo veo yo, al menos que lo vean tus hijos”.

Pero una tarde del verano de 2020 todo cambió. Habían transcurrido tres años desde el inicio de la búsqueda. ¡Habían identificado a mi bisabuelo! Una mujer de Larrasoaña, Paulina, de 92 años, contó que siendo una niña vio cómo enterraban a cuatro hombres. Los exhumaron, hicieron pruebas de ADN y uno de los cuatro era mi bisabuelo. Sin duda ese día lo recordaré siempre. Poder decirle a mi abuela que hemos encontrado a su padre después de tanto, ver sus lágrimas de alegría y alivio, es indescriptible. Me quedo con la frase de mi abuela al llegar a la sepultura: “Madre, aquí le traigo a padre”. Por fin, volvía con los suyos, con los que tanto le quisieron y esperaron.