Mikel Jaso Mikel Jaso

Los ilusionados

Alejandro Torrús

Hace no mucho conversaba con un amigo sobre este aniversario del 15-M y me decía que durante aquellos días de Acampada Sol conoció a la que fue su pareja durante siete años. La conversación me llevó mentalmente a otro recuerdo, el de una conocida que durante aquellos días de protestas conoció al que después se convirtió en el padre de sus hijos. Otros muchos hicieron amigos, construyeron tejido social, hablaron con el vecino, la vecina, descubrieron espacios donde debatir y conocerse, nuevos aprendizajes, diferentes perspectivas. Se puede decir que, durante semanas, AcampadaSol fue un pequeño barrio autoorganizado capaz de hacer olvidar por instantes la peligrosa dinámica de la gran urbe neoliberal, con cada vez menos espacios comunes, menos bancos, menos comunidad, y con la vecindad cada vez más distante, más aislada, más sola.

Las acampadas y las asambleas permitieron conquistar nuevos espacios que vieron nacer nuevas relaciones personales, nuevas amistades y, en consecuencia ,nuevas organizaciones y espacios de militancia. Pensaba en esto al hilo de la conversación con mi amigo. También comentamos que los nuevos votantes de estas recientes elecciones del 4 de mayo tenían ocho o nueve años aquel 15 de mayo de 2011. Qué lejos y qué cerca quedan aquellas primeras manifestaciones. Recuerdo los primeros años, cuando era todavía más habitual que ahora aquella pregunta de qué es el 15-M. Y el 15-M era todo y el 15-M era nada. Era inexplicable, es inexplicable.

La explosión de protestas, asambleas y reivindicaciones que comenzó aquel 15 de mayo de 2011 mostró la disociación total y absoluta entre la realidad que vivían las elites políticas, económicas y mediáticas y la realidad de la gente, muy especialmente, de los jóvenes. Los lazos que unían a la sociedad con sus dirigentes habían saltado por los aires. La crisis de 2008 y  su gestión por parte de un Gobierno socialista habían terminado de destabililizar el contrato social. La sensación era que se había terminado de romper un pacto no explícito, el pacto del bienestar creciente o la idea de que en la España democrática la situación económica y social siempre iría a mejor, a más. O, en las malas, que no empeoraría ostensiblemente y siempre estaría la maquinaria del Estado para que no quedara nadie atrás.

La idea de futuro, sin embargo, se estaba cayendo a trozos. Lo reflejaba a la perfección el exitoso eslogan de Juventud SinFuturo: “Sin casa, sin trabajo, sin futuro”. Eran años en los que pocos quedaron a salvo de la violencia económica. Esa que te deja sin empleo, sin ingresos, sin expectativas y, para miles de personas, también sin vivienda. La ruptura del pacto no había llegado de la noche a la mañana. En los posos que dejan en nosotros las experiencias ya vividas estaba el episodio de la guerra de Irak. Movilizaciones de cientos de miles de personas no consiguieron influir ni un ápice en el Gobierno de José María Aznar. España no quería una guerra. Pero al Gobierno le dio igual. Fuimos a ella y años después resultamos golpeados por el terrorismo yihadista. ¿Era eso una democracia?

Por aquel entonces la mentira estaba instalada ya en la política española y la desconfianza respecto a las élites, también. Aquellos primeros años del siglo XXI eran  los del pelotazo tras pelotazo ,pero también los de las mentiras o medias verdades del Prestige, del Yak-42, y de la mentira final: el ladrillo era una burbuja y el milagro económico español no existía. El movimiento más cercano al 15-M fue, sin duda, el de las protestas estudiantiles contra el conocido como Plan Bolonia. Fueron miles de estudiantes los que salieron a las calles a protestar contra una reforma que, unida a las políticas de recortes, fue entendida como un nuevo ataque a la universidad pública y, entre otras consecuencias, resultó en la mercantilización de los másteres.

En noviembre de 2008, alrededor de 10.000 jóvenes se unieron en Madrid en una multitudinaria manifestación que encabezaba una pancarta con el siguiente eslogan: “En defensa de la educación pública. Que la crisis la paguen los capitalistas”. Que la crisis la paguen los capitalistas. La reforma fue completada después por el PP, con José Ignacio Wert y nuevos más contundentes recortes, y las protestas continuaron. ¿Era eso democracia?

Con ese sedimento, pues, se llegó al 15 de mayo de 2011. La crisis duraba ya tres años y las elites españolas seguían sin ver, sin escuchar y sin sentir qué estaba pasando a su alrededor. Ni Gobierno ni oposición. Desahucios, precariedad, quiebra vital de las expectativas, recortes y percepción de que el menos importante de los problemas de los gobernantes eran los problemas de la gente común. Hablaban de recesiones, crecimientos negativos, brotes verdes, ajustes y promesas, muchas promesas. El pacto estaba roto y el milagro español no existía. Lo de vivir peor que los padres ya no era solo un eslogan. Era una realidad que muchos ya padecían. Y ahí entró el 15-M. A poner todo patas arriba y a reclamar la centralidad. Que los problemas de la gente se situaran en el centro de la agenda pública, que la ciudadanía no es mercancía en manos de banqueros y que esas elites políticas no representaban más que los intereses de unos pocos.

A las personas que salieron e inundaron las calles se les llamó ‘indignados’. Con el paso de los años, y viendo el nivel de crispación actual, no parece que aquella palabra fuera la más acertada. Aquellos días en las plazas había mucha indignación, sí, pero ganaba la ilusión. Las ganas de construir, de aportar, de sumar. Era un despertar. Había esperanza. El 15-M fue el inicio de muchas cosas. De tantas, que España ha cambiado mucho desde entonces. Basta con mirar la composición del Congreso para entender parte del cambio, o los movimientos municipalistas que nacieron en los años subsiguientes, el impresionante ciclo de protestas que abrió, las leyes represivas que continuaron o la batalla virtual que hoy vivimos a diario con decenas de noticias falsas y bots.

Sin embargo, muchas de las reivindicaciones por las que el movimiento 15-M inundó plazas y calles de todo el país siguen hoy en día más vigentes que entonces. La vivienda, el paro o la precariedad continúan siendo problemas que los diferentes gobiernos no han resuelto. Tampoco ha habido una transformación del modelo de desarrollo económico que llevó al país al abismo. Y para colmo llegó una pandemia. Por este motivo esta publicación ha tratado de evitar la nostalgia, en la medida de lo posible. Sin saber definir con precisión qué fue el 15-M, partimos de que el movimiento fue mucho más que un ciclo de protestas.

El 15-M nos dio a todos nuevas gafas con las que observar la realidad, nuevos ángulos desde donde mirar y nuevos horizontes. Desde entonces también hemos visto el auge del movimiento feminista, convertido en la verdadera spanish revolution y, en menor medida, del movimiento ecologista. La realidades bien distinta a la de hace diez años y, a la vez, tan similar. Las siguientes páginas reúnen a expertos, expertas, y también a protagonistas de aquellos años, para recordar la trayectoria del movimiento, ver en qué hemos cambiado y en qué no, pero, sobre todo, para hablar de futuro y de cómo seguir construyendo un país más libre, más igualitario, más feminista, más verde y más democrático.15-M, diez años y un mundo por construir.