Auténtica cocina del recuerdo

Parece obra de un alquimista, pero lo cierto es que durante siglos Extremadura ha fusionado recetas romanas, cristianas, judías, musulmanas, pastoriles, portuguesas e incluso ingredientes del Nuevo Mundo. El resultado ha sido una gastronomía auténtica, diferente, increíble.

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De la herencia romana, visible en monumentos como el teatro de Mérida o el puente de Alcántara, nos han llegado las salazones, como el jamón y los embutidos. De las cocinas de los grandes monasterios extremeños (Guadalupe, Alcántara y Yuste) hemos recibido recetas como la perdiz al modo de Alcántara, la tortilla cartuja (la popular tortilla francesa), diferentes maneras de preparar el bacalao y abundante repostería.

En el legado hebreo, bien conservado en lugares como Hervás, Valencia de Alcántara y Plasencia, encontramos dulces a base de almendras y miel, los potajes, el cordero, asado o en frite, y el pisto, al que después del descubrimiento de América se añadiría el tomate. La huella árabe, representada en las alcazabas de Badajoz y Mérida, las murallas de Trujillo o el aljibe de Cáceres, puede degustarse en el escabechado de pescados y carnes, los encurtidos, la sopa de jabis y el sinabi, antecedentes de las sopas de ajo y de la caldereta de cordero.

La tradición pastoril, tan importante en Extremadura, nos ha dejado joyas gastronómicas como las migas y los quesos Torta del Casar, La Serena, Ibores, La Vera, Carbajo y Acehúche, entre otros. La cercanía a Portugal ha propiciado la adopción por parte de los extremeños de recetas lusas como el bacalao dorado y numerosos postres.

¿Y qué decir de América, de donde han venido productos imprescindibles para la gastronomía española, como el tomate o el pimiento, del que se obtiene el afamado pimentón de La Vera? Por cierto, los monasterios extremeños fueron los primeros en cultivar pimiento y tomate en Europa.

Tradición cocinada con unas excelentes materias primas. Éste es posiblemente el secreto de la gastronomía extremeña, cada vez más conocida y reconocida dentro y fuera de España. Títulos como Cáceres Capital Española de la Gastronomía 2015 y Mérida Capital Iberoamericana de la Cultura Gastronómica 2016 dan buena prueba de ello y han sido la excusa perfecta para que grandes medios estadounidenses y europeos, como The New York Times y The Guardian, se fijen en Extremadura y recomienden encarecidamente visitar una región que combina naturaleza, patrimonio histórico y excelentes propuestas culinarias.

La despensa natural extremeña está considerada una de las mejores de España. Jamón ibérico de bellota, embutidos, cordero, ternera, arroz, cerezas del Jerte, aceitunas y aceite de oliva virgen extra, quesos, miel de Las Hurdes y de Villuercas-Ibores, hortalizas, castañas, vinos de Ribera del Guadiana, cava… Mil y un ingredientes a disposición de los cocineros del país.

Por toda la región existen rutas que permiten conocer sus productos más emblemáticos, desde el origen hasta la mesa. La búsqueda de los mejores jamones ibéricos de bellota nos lleva por las sierras del sur y el oeste de Badajoz (comarcas de Sierra Suroeste, Tentudía y Campiña Sur) y por la comarca de Montánchez y Tamuja, en Cáceres. En estas zonas se producen los jamones que están acogidos a la Denominación de Origen ‘Dehesa de Extremadura’, aunque existen explotaciones que pertenecen a la misma en otros puntos de la Comunidad Autónoma.

Hablamos de pueblos con una larga tradición chacinera donde existe una interesante oferta turística relacionada con este embajador de la gastronomía española. Paseos a pie, a caballo y en bicicleta por las dehesas, visitas a secaderos, degustaciones de jamón, cursos de iniciación al corte, tiendas gourmet y eventos como el concurso de cortadores (agosto) y el Día del Jamón (septiembre) en Monesterio, donde se ubica un museo temático de reciente creación.

La cereza del Jerte, otro icono de Extremadura, tiene también un gran atractivo turístico. En primavera, miles de visitantes acuden a la Fiesta del Cerezo en Flor y disfrutan de un valle teñido de blanco por la floración de más de un millón y medio de árboles. En verano, la fiesta de La Cerecera da vida a los pueblos del valle gracias a visitas a las cooperativas, mercados, rutas por el campo, tareas de recolección y menús elaborados con cerezas.

La gastronomía extremeña se saborea, pero también se vive y se recuerda.

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