Opinión

Piedritas en la ventana

Toni MejíasPeriodista y miembro de Los Chikos del Maíz

23 de junio de 2020

Entre mis planes de adolescente no entraba casarme. Idealizaba absurdamente la soltería, pensaba que los comunistas no se casaban y no sabía que ciertos temas legales requieren de un matrimonio. Lo que seguro que no entraba entre mis planes era casarme en medio de una pandemia global y con la declaración de un estado de alarma que me obligaba a encerrarme en mi casa. Pero de repente la vida se detuvo, mi gira se canceló y mi boda cambió el restaurante por la aplicación de videollamadas ZOOM.

El 11 de abril era el día. Al menos el de la celebración, ya que el paripé de los juzgados era dos días antes. Para intentar acallar un poco la pena del momento, mi compañera y yo pensamos en hacernos un arroz rico y beber vino como si no hubiera mañana, pero nos habían preparado otros planes. Todavía estábamos desperezándonos cuando mi amigo Víctor (anterior DJ de Los Chikos del Maíz) me dijo de hacer una videollamada, nada raro durante esos días. Al abrir la aplicación la sorpresa fue que no estaba solo él, sino que estaban la mayoría de los invitados a la boda (era un evento pequeñito), incluidos nuestros padres y hermanos. Una multitud de pantallitas se presentaban en la pantalla del ordenador ante nuestra sorpresa.

Además, podías ver que entre tus amigos y amigas había gente con traje, maquillados, bien peinados... otros ya con la corbata en la cabeza como si estuviéramos en la barra libre y la mayoría con su copa dispuestas a brindar. Entre los invitados también había una persona trabajando en un hospital con su mascarilla (el accesorio de moda) e, incluso, otra que nos hablaba desde el baño de su trabajo. La realidad es que la ceremonia virtual nos permitió que invitados que no podían venir por tener conciertos pudieran estar presente. Y visto el panorama del sector cultural, me temo que podrán asistir también a una futura celebración “real”. Malos tiempos para la lírica.

Paula del Estal Vázquez
Paula del Estal Vázquez

No faltaba de nada, ni siquiera el oficiante que, en este caso, era el tuitero (como al le gusta que le llamen) Facu Díaz. Era la persona que iba a oficiar la boda en persona y así lo hizo a través de la pantalla. Con unas palabras bíblicas procedió a casarnos antes de marcharse a hacer la comedia que un país confinado necesitaba. Tras él, cada invitado e invitada nos dirigió unas palabras. En las bodas suele hablar algún amigo del novio o de la novia, nosotros tuvimos la suerte de que todos dijeran algo, aunque la poca habilidad de hablar en público de unos y la mala conexión a internet o la timidez de otros complicara algunos discursos. Por una vez, el que cobra como humorista no fue el más gracioso.

Hubo momentos emotivos, muchas risas y algunas palabras o historietas que tal vez no quisieran escuchar nuestros padres, pero en ese momento no importaba nada. Fueron más de dos horas y, aunque hubo alguna baja, también subían las copas y sé que más de uno y de una se despertó de la siesta con resaca. También alguno apuró el día. El ingenio puede construirte un after en la terraza de tu casa.

En cambio, a mí me agotó. Tuve una sonrisa boba durante horas, una neblina mezcla de la sorpresa y el vino y una dosis energética que faltaba en esos días de flojera. Pero en un momento todo se apagó, mi cuerpo se derrumbó y solo quería descansar. Al día siguiente tenía resaca, pero emocional. Durante los primeros días de confinamiento mis sentimientos tenían picos de todo tipo. Al principio no crees que sea algo duradero, lo afrontas como una nove-
dad y casi como unas pequeñas vacaciones en una agenda tan apretada. Pero pasan los días, baja la esperanza de que sea pasajero y la incertidumbre y el miedo se te abrazan. Ese día seguían ahí. Pese a que durante unas horas arrinconé a mis fantasmas, cuando la última ventana de amigos se cerró y se apuró la botella de vino, volvieron a recordarme que seguían las cuatro paredes y el desasosiego. La noche más larga.

Una vez más calmado y pasado el proceso de aceptación de la maldita nueva normalidad, puedo decir que tengo la suerte de poder celebrar dos aniversarios de boda con la misma persona y sin rupturas de por medio. Sobre todo, puedo saber que una vez pase todo esto y vuelva la vida que conocíamos en mayor o menor medida, tengo un plato de comida y una cama en muchas casas. Tenemos personas que esperan que se abran las puertas para abrazarnos. Porque ese día no existían mesas de invitados por compromiso ni por parentesco. Porque si íbamos a celebrar la vida, lo quisimos hacer con quienes nos valga la pena vivirla. Porque seguimos insistiendo en que defenderemos la alegría como un derecho. Y no habrá enemigo, ni visible ni invisible, que nos arrebate ese sentimiento.

 

Lee el especial completo  '...Y llegó la pandemia'  en este enlace

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