Ilustración para el artículo ' Luz Pichel. El pájaro mudo que se convirtió en poeta desobediente' del especial: Foto: Santiago Bará Ilustración para el artículo ' Luz Pichel. El pájaro mudo que se convirtió en poeta desobediente' del especial: Foto: Santiago Bará

Luz Pichel, el pájaro mudo que se convirtió en poeta desobediente

Desobediencia con inteligencia. Luz Pichel abandona la mudez a través de su obra 'Casa Pechada', que escribe en gallego y coloca como caballo de Troya en el mundo de la poesía para revolucionarla

Marta García MirandaPeriodista

- ¿Eres una poeta de culto, Luz?

- Ya me lo han dicho antes, pero las etiquetas me parecen una majadería.

- ¿Quién es tu interlocutor cuando escribes?

- Yo qué sé. ¿Y el tuyo, cuando escribas este texto?

- El futuro, ese es mi interlocutor.

Todo comienza una noche de 1990 en un piso de Madrid. Su propietaria ha organizado una cena con amigos. Es tarde cuando suena el teléfono, pero los platos y las copas siguen aún sobre la mesa, la conversación también. Al otro lado, una voz dice: "Ya ve usted, señorita, que los jamones funcionaron". Es el poeta José Hierro, que le comunica que acaba de ganar el Premio Ciudad de Santa Cruz de La Palma con su primer poemario, El pájaro mudo. Luz Pichel cuelga el teléfono. Y grita. Es posible que sus amigos la abracen. Justo en ese momento comienza esta historia.

O quizá no. Quizá empieza unos cuantos años antes, ese día de 1952 en que un padre y sus siete hijos van al único estudio de fotografía que hay en Lalín, en Pontevedra, a 10 kilómetros de la aldea en la que viven, Alén. Son dos chicas y cinco chicos. La mayor se llama Marifé y tiene quince años. La más pequeña es Luz, con cinco. Las dos, con vestidito blanco. Ellos, con chaqueta, camisa blanca, corbata y pantalón corto por encima de las rodillas. Es su primer retrato de familia y posan serios y rígidos, impecables, limpios y recién peinados. El padre ocupa la parte central y superior de la foto, como si fuera el vértice de una pirámide. Se llama Jesús, tiene 45 años y, junto a él, a su izquierda, está su esposa. Es la única que esboza algo parecido a una sonrisa y es la única, además, que no ha ido ese día a Lalín porque desde hace un año vive en Venezuela cuidando a una hija que no es suya.

La mujer se llama Noelina y le dará al fotógrafo un retrato suyo, uno en el que se ve guapa, y le pedirá que coloque su cuerpo junto al de su marido y sus hijos. Pero Noelina no se da cuenta (o quizá sí) de que su foto no es de cuerpo entero. El suyo es un cuerpo sin piernas. Es un cuerpo que entra tarde al marco. Hoy, esa foto cuelga de la pared de la cocina de la casa familiar de Alén, en la que nace este texto, fruto de varias conversaciones con Luz Pichel, que pasa allí largas temporadas. Alén significa 'más allá' o 'el más allá'. Y allí es donde, esta vez sí, comienza esta historia porque Luz, como su madre, también entrará tarde al marco y, una vez dentro, lo ensanchará y después lo romperá.

Luz Pichel (Alén, Pontevedra, 1947) tiene 43 años cuando José Hierro llama a su casa aquella noche y publica El pájaro mudo, que abre con este verso: "Ahora que no estás, quiero contarte mi paisaje anterior". Ese paisaje anterior es un paisaje de potros, de cerezos y de centauros que "llevan la voz altiva de los caudillos mordiendo medallas", un tiempo "de trenzas y de olor a castañas" en el que hay una niña que trabaja junto a sus hermanos para mantener una casa que dirige un padre solo ("Iré a besar tu tierra en los inviernos para entender las cosas"), una adolescente que con doce años se va a estudiar interna al colegio de señoritas de Lugo gracias al dinero que sus hermanos mayores, siguiendo a su madre, envían desde Venezuela y en el que soporta las risas que provoca su gallego de aldea en pleno franquismo, una joven que estudia Filología Hispánica en una universidad en la que se encierra durante el mayo del 68, que se enamora de un arquitecto con el que se va a Madrid con 23 años, con el que se casa un año después, al que acompaña a Londres y con el que tiene dos hijas.

Luz escribe versos durante esos años, por las noches, pero los tira o los guarda en un cajón. Su tiempo está al servicio de la crianza y de un marido del que se divorcia en 1986, cuando se da cuenta de que se ha convertido en una mujer que no reconoce, en un pájaro mudo, en un pájaro obediente.

"Yo no me consideraba una persona que pudiera escribir y eso tiene que ver con mi origen y mi clase social porque de mí se espera que sea una campesina, y estudio y voy a la universidad, pero escribir y publicar lo hacen los grandes, poetas eran Lorca o Machado, no yo. Esa autorización me llega cuando participo en una colección de la editorial Torremozas titulada Voces Nuevas y cuando Carlos Murciano me hace saber que le ha gustado mucho un poema que yo había mandado a un concurso. Después de eso, escribo El pájaro mudo, lo mando a un premio y lo gano. Aquello fue muy importante en mi trayectoria y, en lo personal, escribirlo fue una catarsis porque expresaba cosas que tenía muy guardadas, que me dolían mucho o que me habían hecho feliz y tuve que buscar maneras de decir que no me revelaran en lo anecdótico", explica la poeta.

Un caballo de Troya en verso

Luz Pichel tarda 14 años en publicar su segunda obra, La marca de los potros, también en castellano y galardonada con el Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez. Las razones de ese parón en su escritura son dos: sus hijas son pequeñas y prefiere hacer los deberes del colegio con ellas en vez de pasearse por los círculos literarios; la segunda, que un conocido la invita a presentarse a un premio del que forma parte como jurado. Pichel se niega y se decepciona, pero recuerda la rebeldía de Blanca Andreu y de Luisa Castro, esa poeta que ganó el Premio Hiperión de Poesía con 20 años con Los versos del eunuco, en los que escribe "cambiaría mi corazón por una meada tuya que llevara tu nombre".

Después de abandonar la mudez, Pichel empieza a tensar los límites del marco que habita y traza, sin saberlo, un plan de desobediencia con un caballo de Troya incluido llamado Casa pechada, un libro de luto por su padre, que murió cortando leña, y que Luz Pichel escribe en gallego, en un gallego normativo próximo al universo rural de su infancia.

Pregunta. ¿Qué tuvo de rupturista escribir en gallego?

Respuesta. Casa pechada inicia la ruptura porque supone darle la vuelta al resentimiento, superarlo, vencerlo. Yo era entonces una resentida respecto al gallego normativo que escuchaba cuando volvía a Galicia, no podía con él, me daba cien patadas porque venía a decirle a la gente que había salvado el gallego durante quinientos años que no sabían hablar, que todo eso era feo y estaba mal y todo lo basaban en que habíamos incorporado léxico castellanizante, pero luego colocaban los pronombres como Dios les daba a entender, usaban una fonética de pena y evitaban el acento gallego porque les parecía de brutos y a mí todo eso me reventaba. Y me di cuenta de que me importaba esa lengua, que me importaba como lengua de poesía, y que me facilitaba y me permitía cosas que en castellano no podía decir.

P. Con ese libro entras en la academia y te llega el reconocimiento en Galicia

R. Sí, ahí me digo que soy una resentida de cuidado y que si quiero publicar en gallego tengo que pasar por el aro. Yo sabía que no podía aspirar a hablar con un editor porque para mí, acercarse a un editor era la tortura. Mi manera de publicar era presentarme a los premios porque vas de incógnito, nadie sabe quién eres y si haces el ridículo no se va a enterar nadie porque vas con una plica, aunque luego descubrí que las plicas se abren, pero esa es otra historia que supe mucho más tarde. Así que me presento en 2006 al Premio Esquío, el gran premio de poesía de las letras gallegas. Y lo gano.

"No tiene editor, no pertenece a ninguna familia literaria, no frecuenta actos y su obra apenas es reseñada en los medios. Pero Luz Pichel gana todos los premios a los que se presenta"

No tiene editor, no pertenece a ninguna familia literaria, no frecuenta actos y su obra apenas es reseñada en los medios. Pero Luz Pichel gana todos los premios a los que se presenta. La poeta se va de Galicia para escribir sobre ella y convierte su aldea, Alén, en un universo que trasciende lo geográfico, en el que reivindica la fragilidad de manera política y en el que conviven su biografía, la memoria social y política, el ayer y el ahora, el campo, la infancia, las migraciones, la lengua y la familia. Luz, que se siente una escritora "entre aquí y allá", escribe por primera vez en gallego e ingresa en el club del reconocimiento. Pero una vez dentro, dinamita ese hogar confortable y sin mucha diversión que proporciona la academia y se dispara un (bendito) tiro en el pie.

Castrapo, 15M y utopía mamaíta

Años después de la publicación de Casa Pechada, los editores de Progresele, Eva Chinchilla y Jorge Luis Morales, piden a Luz Pichel una edición bilingüe del libro, en castellano y gallego. Pero la poeta se da cuenta de que el gallego rural no tiene equivalencia en un castellano rural que no conoce y decide traducir sus poemas al castrapo, ese "castellano que utilizábamos en la aldea cuando íbamos a la ciudad, al médico o cuando venía algún forastero".

Un castellano contaminado de términos gallegos, un castellano malo, una lengua de quien busca hacerse entender y que hoy, el entorno de la academia y la normatividad utiliza para nombrar, de forma despectiva, al gallego de las aldeas: "Hay algo terriblemente ofensivo cuando desde la cultura, desde la academia, se dice que el gallego rural es castrapo", dice Pichel, que escribe a su anterior editor para contarle el proyecto y se encuentra con un rechazo brutal y una exhibición de clasismo como respuesta: "Tendrás la gloria de ser la primera persona culta que quiere hacerlo, pero se trata de una frivolidad que a nadie va a satisfacer, a mí tampoco (…) Solo te lo podrían agradecer los que de verdad hablan castrapo, pero mucho me temo que esos no son lectores de poesía, ni lectores de castrapo ni de nada. Y aun creo que se sentirán ofendidos por ponerles un espejo en el que verán su miseria lingüística", le dice.

Pichel publica en 2013 Cativa en su lughar/ Casa pechada y en sus versos ya es evidente que la defensa de clase y la herida lingüística se han convertido en motores políticos de su poética, ya desobediente. La autora asume que el libro "es una bomba y será malo para mí porque en Galicia me van a matar, pero yo siento una felicidad interna brutal porque cada poema que traduzco al castrapo crece, se transforma y se expande". La poeta trabajará en el libro mientras vive el 15M y entra en contacto con el Seminario Euraca, que nace tras las acampadas, a finales de 2012, como "un grupo de estudio y de reflexión en torno a la posibilidad de transformación de la realidad mediante la lengua y su uso en la poesía, un grupo formado por personas vinculadas al feminismo, la lucha social y el activismo".

"La posguerra y la crisis, el 68 en Santiago y el 15M en Madrid conviviendo en una misma edad poética"

Luz Pichel comparte ese espacio de conversación y experimentación radical con el lenguaje con poetas mucho más jóvenes que ella —María Salgado, a la que ya conocía de antes, o Ángela Segovia, entre otras— que la considerarán un miembro más de su generación: la posguerra y la crisis, el 68 en Santiago y el 15M en Madrid conviviendo en una misma edad poética. Luz Pichel, que no encontró (ni buscó) acogida en su generación, la de poetas como Miguel Casado, Luis García Montero, Pilar Pallarés o Xavier Rodríguez Baixeras, defenderá junto a estas autoras nacidas en los ochenta la creencia de que "la poesía es un trabajo transformador de la lengua no solo estético, sino político".

Después de Cativa en su lughar, Pichel seguirá explorando la capacidad transformadora de un lenguaje que elude la norma y perfora los imaginarios y relatos creados por el poder. En sus libros posteriores estarán la memoria de las fosas y las cunetas, los versos escritos con material de escombrera, la infancia como territorio más salvaje que nostálgico y la voz titubeante, tímida y tartamuda de una mujer mayor, de campo y periferia, que convertirá en letanía una frase escuchada en las escaleras mecánicas de un Mercadona -"amatalea amatalea onde está marichina?"- para preguntarse dónde está todo eso que no está. Que convertirá el Puente de Ventas en un lugar donde se cruzan los migrantes de hoy con las mujeres como su madre y que dialogará con ese corrector de Microsoft Word que le hará la vida imposible cuando escriba en castrapo. Y encontrará en esta fotografía que ya no tiene marco y que reúne a una familia mucho más numerosa la posibilidad de una utopía, de una "utopía mamaíta", como escribe en su libro CO CO CO U: "Qui é u que tras aí/ que luz é isa? / é a utopía mamaíta/ mira que fermosa/ atrapei un anaquiño de utopía cando a vin caer/ ghardeina/ nesta caixa/ para despois/ para tela/ eramus moitos/ eramos moitos alí/ alí onde?/ alí/ alí fóra".

Luz Pichel es autora de El pájaro mudo (Ediciones La Palma), La marca de los potros (Diputación de Huelva), Casa pechada (Fundación Caixa Galicia), El pájaro mudo y otros poemas (Universidad Popular José Hierro), Cativa en su lughar/ Casa pechada (Progresele), Tra(n)shumancias (Ediciones La Palma), Din din don y más Hortensias azuis (Cartonera del Escorpión Azul), CO CO CO U (La uÑa RoTa) y Alén Alén (La uÑa RoTa).