El actor estadounidense Marlon Brando durante el rodaje de 'Último tango en París' del escritor y director italiano Bernardo Bertolucci. Foto: AFP El actor estadounidense Marlon Brando durante el rodaje de 'Último tango en París' del escritor y director italiano Bernardo Bertolucci. Foto: AFP

Representar el sexo no es como comerse un sándwich

"Usted ha hecho la entrada de un actor en escena y yo esperaba la entrada de un hombre en la...

Manuel GuedánEscritor, editor en Lengua de Trapo y autor de 'Los sueños asequibles de Josefina Jarama' (Alfaguara, 2022)

"Usted ha hecho la entrada de un actor en escena y yo esperaba la entrada de un hombre en la habitación", le reprochó Konstantín Stanislavski a uno de sus discípulos. Su lección muestra que la conquista de la naturalidad ha sido una de las principales obsesiones del cine y el teatro. En ese sentido, John Cassavetes, para muchos el padre del cine de autor, revolucionó la dirección de actores. Les escatimaba indicaciones, les grababa cuando creían que ensayaban, aprovechaba las tomas con tropiezos y vacilaciones… Todo por el sentimiento genuino, por la expresión perfecta.

Los verdaderos artistas pensaron que, en lugar de recrear la vida en un plató, era mejor producirla, y así conseguir emociones genuinas, innegables. Este impulso dio lugar a varias prácticas que han acabado siendo famosas: Hitchcock le dio violentos sustos a Tippi Hedren en Los pájaros (1963); Stanley Kubrick obligó a Shelley Duvall a rodar 127 tomas en El resplandor (1980); Bernardo Bertolucci y Marlon Brando agredieron de común acuerdo a Maria Schneider en El último tango en París (1972); Sylvester Stallone emborrachó a Sharon Stone para vencer su negativa a desnudarse en El especialista (1994); Lars von Trier hostigó a Björk y le causó varias crisis nerviosas en Bailar en la oscuridad (2000) y David O. Russell gritó y maltrató a Amy Adams hasta que Christian Bale le rogó que parara en La gran estafa americana (2013).

Todos ellos son grandes creadores capaces de transgredir cualquier límite (ajeno) con tal de obtener el reconocimiento de haber alcanzado un cierto nivel artístico. Aunque también parecen olvidar una cosa: la interpretación debe ser siempre un artificio. Las páginas menos luminosas de internet nos recuerdan cuáles son las formas de acceso a la naturalidad no construida: que una persona no sepa que es grabada (voyeurismo) o inducir forzadamente una reacción (snuff movies). Y ambas son ilegales.

Como consecuencia del #MeToo, ha aparecido una nueva figura en los rodajes: son las coordinadoras de intimidad (también los hay varones, pero menos), cuya función es "mediar y defender el consentimiento de los actores y actrices en set". Así lo explica Maitane San Nicolás, de Filming Intimacy. Y sigue: "Cuando se les informa [a actores y actrices] de que van a ir protegidos y que se van a marcar unas líneas o coreografía que además respetan sus límites, se permiten fluir más en la emoción".

A los defensores de la verdadera interpretación les surge la pregunta: ¿se verá ahora castrada la libertad de los directores y de algunos actores? Pero esta tiene un claro reverso: ¿se ha visto limitada históricamente la naturalidad de las actrices, y también de muchos actores, por sentirse expuestos, indefensos, frágiles? Y en esa línea, ¿cómo serían muchos de los clásicos si esta figura hubiera existido siempre? ¿En qué podría cambiar la historia de la interpretación femenina que las actrices hubieran gozado de mejores condiciones de trabajo?

Maribel Verdú ha sido de las actrices españolas más contundentes: "Si esta persona [coordinadora de intimidad] hubiera existido antes me habría evitado tantos disgustos, tantos llantos, tanto sentirme fatal […] Ahora está todo planificado y firmado y eso, lejos de coartar nada, hace que actúes mucho más libre y segura que nunca".

Hablando de sus escenas de sexo con Saoirse Ronan en Ammonite (2020), Kate Winslet coincide con Verdú en ensalzar la planificación: "Saoirse y yo coreografiamos nosotras mismas la escena. Desde luego no es como comerse un bocadillo. Creo que Saoirse y yo nos sentimos muy seguras. Francis [Lee, el director] estaba muy nervioso. Y yo le dije: «Tranquilo, vamos a resolverlo». Y así fue. «Vamos a empezar aquí. Hacemos esto con los besos, las tetas, tú bajas ahí, luego haces esto, luego subes aquí». Marcamos los tiempos de la escena para hacer movimientos que tuvieran sentido narrativo. Me siento más orgullosa de esta escena de amor que de ninguna otra que haya hecho. Y, con diferencia, es la vez que he sido menos consciente de mí misma".

"La libertad solo es auténtica libertad cuando es acordada. Y por si hay alguien para quien eso no fuera suficiente, tenemos las valiosas palabras de Amy Adams: 'La vida es más importante que las películas'"

Es interesante que una buena planificación le lleve justamente a olvidarse de sí misma. Es decir, acceder a la suprema naturalidad, sin sorpresas invasivas, a través del acuerdo y el consentimiento. Con la imagen del sándwich entiendo que Winslet quiere decir que grabar sexo no es un acto espontáneo, y que alcanzar esa espontaneidad compartida requiere un trabajo. Pero retorciendo un poco sus palabras, uno puede ver esa imagen como una respuesta a Hitchcock, a Stallone, a Bertolucci, a Brando y a todos aquellos que tradicionalmente se han comido el sándwich sin pedir permiso, sin acordar nada antes. Frente a eso, Winslet coloca ese término, que forma parte del vocabulario de las coordinadoras de intimidad: coreografiar la escena. Porque en la danza no consiste en que el bailarín le da un meneo a la bailarina… y a ver qué pasa. La danza es la belleza que emana de unos movimientos cuidadosamente planificados. La libertad solo es auténtica libertad cuando es acordada. Y por si hay alguien para quien eso no fuera suficiente, tenemos las valiosas palabras de Amy Adams: "La vida es más importante que las películas".