Templos callejeros consagrados a la petanca
Un parque cercano a la Sagrada Família y unas pistas del paseo Sant Joan se erigen como punto de encuentro de gente mayor, y de algunos que no lo son tanto, donde se juega también al dominó y a los bolos catalanes
Julio cumplirá pronto los 80 años y mata el tiempo libre en un rincón de un parque con vistas a la Sagrada Família. "Me gusta informar a la gente", confiesa, y se lanza a reproducir aquello que suele contar a los turistas que pasan por allí acerca de uno de los pasatiempos que se prodigan en este recoveco de Barcelona: el juego de los bolos catalanes –las bitlles catalanes–. "Consiste en quedar one así, diez points. Si los tiras todos, seis points", añade. Se trata de dejar un solo bolo en pie. Tras muchos años de dedicarse a la hostelería, Julio chapurrea el inglés y, cuando se tercia, trata de explicar cómo funciona el juego a aquellos visitantes que rehúyen visitar la basílica y su entorno como si engulleran comida rápida. Es entonces cuando los viajeros pueden palpar un poco el alma de la ciudad, aquí condensada en personas mayores que se mantienen en buena forma.
El rincón al que acude Julio con frecuencia está en una esquina de la plaza Gaudí, con un Punt Verd de reciclaje a sus espaldas. De la Sagrada Família solo le separan los árboles, un pequeño lago y las hordas de turistas. En este punto conviven dos clubes: el Club de Bitlles Sagrada Família –muchos de cuyos socios también sacan mesas y sillas para jugar a cartas o a dominó– y el Club de Petanca Plaça Gaudí. El de bolos nadie sabe decir cuándo se fundó; el de petanca, según el cartel, en 1990, aunque los más veteranos del lugar aseguran que empezó a funcionar antes, en 1979, si bien durante unos años la actividad se trasladó a otro lugar. Hay un centenar de asociados en cada club y algunos de ellos lo son por partida doble, como Josep, de 79 años. "Así te distraes y no te oxidas", se congratula. A todos se les podrían echar unos años menos que los 70 o 80 que ya han cumplido, sobre todo a los que juegan con bolas.
Un juego con historia y tradición
Una idea que ha calado hondo es que la petanca es cosa de jubilados. Pero no es exactamente así. Sí que en las pistas en las que se juega por afición la gente mayor es mayoría, pero también hay una liga con espacio para los juveniles. Y luego está la historia de este juego. "Empezamos para distraernos en el parque", rememora Silviano. Fue justo después de la muerte de Franco cuando se generó una fiebre por la petanca. Matías da buena cuenta del interés que suscitó: "Hemos jugado hasta con nieve en el parque". Josep, de 85 años y orígenes zaragozanos, muestra un carné que lo acredita como uno de los primeros socios de la Federació Catalana de Petanca. Él empezó a jugar en 1979 –una época en que calcula que se crearon unos 40 clubes en Catalunya– y llegó a competir en segunda y tercera división de la liga. "Había tal afición, que a las diez de la noche todavía jugaba todo el mundo", recuerda. En la actualidad, hay quien se lleva al perro de casa mientras pasa horas en la petanca.
Los juegos con bolas tienen antecedentes muy antiguos, pero muchos jugadores barceloneses dan por sentado que la petanca que se juega hoy procede de Francia y que el turismo de la Costa Brava ayudó a introducirla. Aún tiene mucha tirada en los campings costeros, donde se juega a diario en verano, mientras que en Barcelona los clubes suelen repartirse las pistas por días, para no coincidir. Hay quien ocupa toda la semana con ello, cada día en una pista diferente, cambiando incluso de municipio, como Paquita, de 82 años, que vive en L’Hospitalet de Llobregat. Otro participante, Marc, que tiene 29 años, se ha curtido en el club Riera Alta de Santa Coloma de Gramenet. "Me gusta, lo llevo en la sangre. Mi abuelo juega, mi padre juega y yo también", remarca, y asegura que el juego no es tan fácil como parece.
Mantenerse en buena forma
Se nota que eso de moverse les sienta bien. Y la vida se la toman con sentido del humor. "¡No sabes la cantidad de polvos que les he echado a los hombres!", suelta Lucía, de 71 años. Tras un silencio cómplice, revela que ha sido peluquera y, cómo no, se refiere a los polvos que se echan en la nuca tras un corte de pelo, lo que no quita que, cuando lo cuenta, "todo el mundo se escandalice". Arriba del todo del paseo Sant Joan, ya en el barrio de Gràcia, hay otro club. El presidente es Daniel Rodrigues, que era taxista hasta que le dio un ictus, aunque nadie diría que le ha ocurrido algo así. Ahora ya no juega en la liga –estuvo en primera división–. Recuerda que antes apenas dormía, entre el taxi y menear el esqueleto en la mítica discoteca Imperator, también en Gràcia, que tiene mucho tirón entre los que ya no son tan jóvenes.
Daniel, que es de origen portugués, también fue maitre y sirvió en eventos de calado, como la boda de la infanta Cristina e Iñaki Urdangarin, en la que preparó el cóctel de cava. Ahora tiene 66 años y está muy pendiente de todo al frente del club, además de seguir acudiendo al Imperator, que es "la única sala que vale la pena en Barcelona", dice. La mañana de Nochebuena, obsequió por sorpresa a sus socios del club de petanca con unos mantecados. Cuando las pistas vuelvan a su sitio original –donde ahora está la carpa provisional del mercado de la Abaceria–, espera que tengan de nuevo las medidas reglamentarias y que el Ayuntamiento les habilite una caseta con oficinas y lavabo. Limita el número de socios a unos 70, porque cree que las pistas no dan para más. También pone otras condiciones. "En mi club no cabe la gente follonera", advierte, y detalla que quiere "que sepan ganar y perder". Hay lista de espera, y entre quienes desean entrar hay un hombre de mediana edad que se autodefine como "exborracho y exdrogadicto". Y que agrega: "Esta gente es como una familia". Daniel no duda de los beneficios de la petanca: "Te aporta vitalidad. En vez de quedarte en casa, aquí vienes a distraerte. Es como quien va al baile. La gente no tiene problemas cuando está aquí".
Las mujeres escasean en algunos juegos
En los campos de petanca juegan bastantes mujeres, pero en el de bolos catalanes, no. Al menos en el de la Sagrada Família, excepto cuando viene algún equipo de fuera, que sí las incorpora en sus filas. Cuesta hallar a alguien que tenga una explicación, pero al final Paquita razona: "Los bolos son más de fuerza". Este club tiene el corazón dividido, y muchos de sus miembros se reúnen para jugar a dominó y a las cartas. Uno de los habituales es Manel, de 69 años, que trata de acudir a diario. "Hay quien se enfada, quien parece que se juegue la vida. Mi filosofía es venir a pasarlo bien", recalca, sin sacar el ojo de la partida de dominó. Y las mujeres, ¿dónde están? "Está Rut, que es la que sabe más de dominó. Y un matrimonio que juega a las cartas", revela.
Al poco aparece Rut, de 30 años. "Cuidaba a un señor y él fue quien me trajo aquí", relata. En su Venezuela natal, se juega diferente, pero a fuerza de tragarse partidas, ha aprendido. Dice no saber por qué no hay mujeres: "A lo mejor aquí las mujeres no juegan mucho al dominó. No sé por qué". Todo ello se acompaña de un deseo para el año que acaba de empezar: "Que tenga fuerza para jugar a petanca", dice Carmen, de 76 años y con cinco bisnietos, mientras espera a que se complete el sorteo de los turnos de juego en el paseo Sant Joan. Nota para gente mayor que se pasa muchas horas frente al televisor en casa, pese a gozar de buena movilidad: aquí no se oye a nadie quejarse de dolores de espalda.
VALES DE COMIDA COMO PREMIO
Las pistas de Sagrada Família y del paseo Sant Joan no están adaptadas para la liga de petanca, así que en ellas se juega por diversión y torneos a los que uno se apunta justo antes de empezar. Los socios pagan una cuota anual. Cuando hay torneo, al que denominan melé, se abonan cuatro euros y un euro más si se participa en un sorteo. Tanto los ganadores del torneo como los del sorteo reciben vales para intercambiarlos por comida en un supermercado. Con el resto del dinero se sufraga el mantenimiento de la pista, alguna excursión o desayuno y la cesta de Navidad. En ocasiones se gana un jamón, algo que también ocurre con los bolos catalanes, cuya liga sí que se disputa en el club de Sagrada Família, que va en cabeza de la competición barcelonesa. Está prohibido jugarse dinero, pero hay quien reconoce en voz baja que algún grupo de amigos puede que lo haga, sin más. Sin embargo, lo más apreciado es la compañía, la distracción y tomar el aire.