Que no te cuenten milongas: el SIBO ha exsititido siempre y no es una patología grave

Dr Luis Miguel SantosEspecialista digestivo en el Hospital Quirónsalud Clideba de Badajoz

La popularización del sobrecrecimiento bacteriano en el intestino o SIBO, como todo el mundo conoce, no es sinónimo de que se trate de una enfermedad nueva. Se trata de una afección digestiva que ha existido siempre. Que no nos engañen pese a que ahora está de moda. Al mismo tiempo, otra idea que nos tiene que quedar clara sobre este sobrecrecimiento bacteriano es que no reviste de gravedad en la mayor parte de los casos.

Concretamente, se refiere a una mayor concentración de bacterias y de otros microorganismos en el intestino delgado. El problema viene de que estas bacterias habitualmente predominan en el intestino grueso, por lo que acaban generando una situación de desequilibrio en el organismo.
Hoy en día, tal y como se denunció en el último congreso de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD), esta popularización del SIBO ha llevado a una situación de sobrediagnóstico, dando lugar a muchos diagnósticos incorrectos e infructuosos el tratamiento ofrecido. “El tratamiento debe tener por objeto mejorar el síndrome clínico, identificando la causa subyacente que lo provoca, y no se debe limitar a negativizar el test de aire espirado”, advertía esta institución científica.

Cómo sospechar de SIBO

Si bien es cierto que no se trata de un trastorno grave, sí es recomendable acudir al especialista si persisten los síntomas, ya que serán estos quienes mejor puedan indicar al paciente qué pasos seguir para volver al estado de equilibrio bacteriano óptimo.
Entre los síntomas, aunque suelen ser inespecíficos y similares a los de un elevado número de enfermedades digestivas (síndrome de colon irritable, o enfermedad inflamatoria intestinal, los más comunes son: distensión abdominal, estreñimiento, flatulencia, acidez, borborigmos, y digestiones lentas y pesadas. En los casos más severos, además de diarrea, se ven alteraciones analíticas, como consecuencia de una mala absorción de nutrientes.

Existen varios métodos para el diagnóstico

Para su diagnóstico también pueden aplicarse varios métodos, siendo el más frecuente el test de sobrecrecimiento bacteriano. Esta prueba no invasiva consiste en medir las concentraciones de hidrógeno y de metano en aire exhalado, tras la administración de una sustancia rica en glucosa.
Si se detectasen unas concentraciones muy elevadas de estos dos elementos durante unos minutos concretos, se puede intuir que hay una concentración de bacterias mayor de lo esperado.

Ahora bien, hasta un 20% de personas sanas puede resultar positivas en los tests indirectos de SIBO, según datos de la Sociedad Española de Patología Digestiva (SEPD); de ahí que esta institución vea procedente una indicación adecuada del test a seguir, así como que los resultados sean evaluados por personal formado y experto en la interpretación de los test funcionales digestivos.

Aquí hay que recordar que los pacientes con más posibilidades de desarrollar SIBO son quienes han sido sometidos a cirugías intestinales, o que padecen alguna patología relacionada con alteraciones en la motilidad intestinal.

El poder de los probióticos

A la hora de tratar el SIBO, una de las opciones más extendidas entre la población es la toma de probióticos. Aunque realmente los probióticos no hacen de daño, es cierto que no dejan de tener un coste para nuestro organismo; por eso se recomienda consultar con un especialista antes de empezar a tomarlos.

En las cantidades adecuadas sí pueden ayudar a promover un ambiente interno óptimo en el organismo, ya que interfirieren con las concentraciones de bacterias que no son tan beneficiosas para producir un equilibrio en nuestra microbiota, responsable entre otras cosas, del funcionamiento y de la absorción de nutrientes. Es por eso por lo que en el momento que se produce un desequilibrio interno, se puede dar lugar a la aparición de trastornos como el SIBO.

La dieta, el tratamiento base

Pero, como en cualquier enfermedad, el tratamiento depende de la situación clínica del paciente. En concreto, hay un tratamiento base que es la dieta, evitando alimentos fermentables, sobre todo aquellos ricos en azúcares e hidratos de carbono, o que cuenten con un alto valor calórico y glucídico.

Hay determinados alimentos como la harina, los refrescos, u otros alimentos artificiales y procesados que habría que retirar de la dieta, ya que es como darle gasolina a la flora bacteriana, propiciándole un ambiente óptimo para que se reproduzca con total impunidad.

En otros casos, cada vez más habituales, se aconseja también el uso de antibióticos, ya que intervienen a nivel gastrointestinal, actuando de barrera bacteriostática para mantener a raya la flora bacteriana sin eliminarla del todo, ya que tenemos que convivir con ella.

Para evitar la aparición de SIBO, la alimentación y los hábitos de vida juegan un papel fundamental. No obstante, existen otros factores externos que no dependen de los hábitos del paciente y no se pueden controlar, como diversas alteraciones fisiopatológicas a nivel gastrointestinal, o bien anomalías estructurales anatómicas que pueden favorecer la mayor concentración de estos microorganismos en el intestino delgado.