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Ciudades ecológicas: cómo salvarse en la jungla de cemento

Da igual dónde lea usted este reportaje. Seguramente tampoco importará cuándo lo haga. Esté donde esté, sea el día (o...

Danilo Albin

Da igual dónde lea usted este reportaje. Seguramente tampoco importará cuándo lo haga. Esté donde esté, sea el día (o el mes, o el año) que sea, acérquese a la ventana más próxima, fije la mirada en el horizonte… y probablemente verá un edificio. Si baja al portal pensando en esa imagen, no se distraiga demasiado: al cruzar la calle podría atropellarle uno de los millones de coches que habitan nuestras ciudades. También debería pensarlo dos veces antes de lanzar un suspiro de resignación: el aire que entra a sus pulmones no es precisamente un ejemplo de pulcritud, limpieza o calidad.

Edificios, coches, contaminación… Las ciudades del siglo XXI hacen justicia poética con el Welcome to the jungle (Bienvenidos a la jungla) que inmortalizaron los Guns N' Roses allá por 1987. ¿Ha cambiado algo en las junglas de cemento a lo largo de estos años? La respuesta es que sí. Otra cosa es para qué. Y para quién.

“Las ciudades son las grandes catedrales del consumo”, dice a Público Celia Ojeda, Doctora en Biología por la Universidad de Alicante y licenciada en Ciencias Ambientales por la Universidad Europea de Madrid. A día de hoy coordina el Área de Consumo de Greenpeace España, donde ponen el foco en “plásticos, alimentación (carne y derivados lácteos y pescado sostenible), movilidad, moda sostenible, ciudades y consumo sostenible”. Todo lo que golpea precisamente a estas junglas modernas.

En las oficinas de Greenpeace han acuñado un nuevo término que, de hecho, se ha convertido en campaña: “Neopolitan”. ¿Qué quiere decir exactamente? “Dícese de la persona de cualquier edad, cualquier ideología política… que acepta el reto de consumir de manera responsable, ética y justa para cambiar las ciudades y por tanto el planeta”, explican desde la organización ecologista.

“Queríamos crear un nuevo término, como millenial”, explica Ojeda, una de las impulsoras de esa iniciativa. Se trata, ante todo, de crear conciencia entre la gente de a pie, pero también entre los que ocupan sillones en despachos con aire acondicionado. “Neopolitan también es un proyecto que demanda a alcaldes y alcaldesas que tomen medidas para que sus ciudades luchen contra el cambio climático desde el punto de vista del consumo”, afirma.

“Una persona neopolitan se pregunta los significados de las etiquetas, cree que los verdaderos malos humos son los de los coches y cuando ve una cebolla en un supermercado cubierta de film y en bandeja de poliespan se pregunta si esta no tiene ya suficientes capas”, explica el proyecto de Greenpeace. Es, además, “una persona que se repara las prendas, bien porque sabe coser o porque va a un sitio de reparación, que quiere ir en bici por la gran ciudad y respirar sin contaminación… que quiere tener parques y plazas, que quiere comprar a granel y evitar los plásticos”.

Ciudades controladas por el capitalismo

De todos esos puntos hablan también en Ecologistas en Acción, donde acumulan años de experiencias, iniciativas y reflexiones en torno a las ciudades en las que –por llamarlo de alguna manera– vivimos. No en vano, “los trabajos contra la especulación urbanística vienen precisamente de los diferentes modelos de entender la ciudad”, afirma Luis Rico, coordinador de este colectivo. Hacia ahí apuntan, precisamente, las miradas y los pensamientos en torno a estos asuntos.

“Si pudieras reconvertir una ciudad, ¿por dónde empezarías?”, le preguntaron en una entrevista realizada para la publicación de Ecologistas en Acción al urbanista francés Jean Pierre Garnier, uno de los expertos europeos que más sabe de este tema. “Le daría el poder a la mayoría popular –respondió–. Impulsaría un proceso de reapropiación popular para apoderarse de los instrumentos y utilizarlos de otra forma, porque tal y como está concebido el urbanismo en nuestra sociedad, contribuye a hacer la ciudad un espacio económicamente controlado por el capital, socialmente dominado por la burguesía y políticamente regido por el Estado”.

El economista José Manuel Naredo –autor de numerosos trabajos relacionados con esta temática– añade a esa definición un concepto claramente español: “pelotazo”. De hecho, destaca que ese término, utilizado para definir lo que ocurrió en este país en materia urbanística antes de que estallara la crisis, no encuentra traducción en inglés o francés. “No se construye para dar habitabilidad o sostenibilidad. Lo que gobierna es el lucro y el afán de dar el pelotazo inmobiliario reclasificando suelos”, afirma el experto.

“Aquí se ha generado un proceso súper devorador del suelo y de súper destrucción de los sistemas agrarios, generando un espacio periurbano degradado. Mientras no se cambie el modelo inmobiliario, todo lo demás es peccata minuta”, indica Naredo.

En esa línea, Luis Rico añade que el modelo capitalista de ciudad, además de antiecológico, es claramente disgregador: “Se planifican las viviendas por un lado y las zonas de trabajo y los grandes centros comerciales –a los que solamente puedes llegar en coche– por otro. “La ciudad ecologista –explica Rico– sería precisamente lo contrario: en ella, podrías desarrollar tu vida en el barrio”. “Hablamos de una ciudad mucho más compacta, donde todo está más cerca y donde se puede trabajar y vivir, porque están todos los servicios públicos necesarios”, remarca.

Mucha basura y poca agua

Sin embargo, la realidad camina en el sentido opuesto. A la disgregación de la vida ciudadana se suman otras huellas del urbanismo capitalista: aparecen entonces los problemas derivados de la deficiente gestión de los residuos y del agua. Sobre este último punto, Ojeda advierte que “las sequías que provienen del cambio climático y que cada vez son más fuertes, van acabar con problemas muy serios que, a su vez, generarán desigualdad”.

Es, en el fondo, la lógica de ricos versus pobres. De los que tienen más facilidades para acceder a bienes básicos frente a quienes están condenados al sufrimiento. “En las ciudades hay mayores problemas de desigualdad, porque allí están los grandes ricos y los grandes pobres, de manera que el problema será peor”, reflexiona la representante de Greenpeace.

En ese contexto, Ojeda considera que en esta materia debe realizarse “una gestión eficiente desde la raíz”, de manera que “todo el mundo tenga garantizado el acceso igualitario al agua potable”. Para ello, resulta imprescindible ofrecer “agua de calidad para que todo el mundo pueda beberla”.

Por su parte, Rico alerta que este fenómeno sobrepasa las fronteras de las ciudades y llega hacia el campo. “Ahora mismo, el principal consumo de agua se deriva del modelo de agricultura intensiva que cada vez requiere más regadío. Estamos ante un modelo intensivo que se produce en las zonas donde menos llueve, lo cual tiene muy poco sentido”, sostiene el coordinador de Ecologistas en Acción. La cadena tiene aquí también otro de sus eslabones: “También es cierto –destaca– que todos esos cultivos se los llevan a las ciudades”.

Hacia ahí apunta también la sección española de la organización WWF. En un estudio presentado a las puertas del verano, incidía en que “si la cantidad total del agua en España fuera una cuenta bancaria, lo que hacen las autoridades del agua es repartir ese crédito entre los usuarios”. “De esta forma, el sector agrícola, acapara el 80% de esos recursos. Según trascurren los meses sin precipitaciones, si no tomamos buenas decisiones y somos previsores, vamos agotando nuestros ahorros. Llega un momento en el que entramos en números rojos y comenzamos a sufrir los efectos de una nueva sequía. Esta es la crónica de una sequía anunciada”, apuntaba Rafael Seiz, experto del Programa de Aguas de WWF.

De hecho, esta entidad subraya que a pesar de que un 75% del territorio “está en peligro de sufrir desertificación, España ha apostado por un modelo de gestión del agua que prioriza los grandes consumos, como en el sector del regadío”. “Además, en aquellas zonas donde no existe suficiente agua disponible en los ríos y los embalses se hace un uso más intenso del agua subterránea, poniendo aún más en peligro las reservas estratégicas de agua para futuro”, señala. En otro de sus trabajos, WWF advierte que “las ciudades españolas de hoy son sistemas que siguen un metabolismo lineal”. “¿Qué queremos decir con esto? Pues que la mayoría de los recursos (energía, agua, materiales, alimentos) proceden de fuera y después de su consumo se transforman en residuos, sólidos y líquidos y en emisiones de gases del efecto invernadero”, sostiene.

Demasiado plástico

Residuos, residuos y más residuos. “Estamos ante un problema mundial que debe ser atajado”, afirma Ojeda desde Greenpeace. En ese sentido, señala que las responsabilidades están repartidas. “Las ciudades no pueden hacerlo solas, porque no son ellas las que ponen botellas de plástico en circulación, sino las compañías –afirma–. No obstante, lo que sí pueden hacer es declararse ciudades libres de plástico y decir que no entra ni una botella más, así como poner fuentes de agua potable e implementar sistemas que permitan el intercambio de envases”.

“Del plástico también se sale”, dicen en otro de los informes de WWF. El panorama es, sencillamente, alarmante: “No sólo comemos y bebemos en envases de plástico, comemos y bebemos plástico. Según datos de Naciones Unidas, el 90% del agua embotellada y el 83% del agua del grifo contiene partículas de plástico”, apunta la organización ecologista. “Además, los animales comen plásticos, sobre todo microplásticos, y algunos de estos peces acabarán en nuestros platos”, agrega.

Cosas del siglo XXI: Abundan los plásticos tanto como los coches. Estos últimos “pueden llegar a ocupar el 70% del espacio público. Es una locura. De repente le hemos otorgado un protagonismo a un medio privado que es muy poco compatible con otros usos”, se lamenta Rico. En esa línea, aprecia que los vehículos “hacen a las ciudades mucho más inseguras, contaminadas, con dificultades para que las niñas y niños jueguen en la calle, que deja de ser un espacio de socialización”.

La arquitecta y urbanista Oihane Ruiz defiende precisamente una planificación diferente, con calles y barrios que permitan la vida en comunidad. Lo hace, además desde una perspectiva feminista. “Desde el ecologismo y el feminismo estamos confluyendo, son los dos paradigmas que presentan una oportunidad para los retos del futuro”, apunta. Destaca, en ese sentido, que ese futuro se dirimirá en un contexto urbano. “En veinte años el 80% de la población mundial va a vivir en ciudades”, advierte. Por ello, destaca que hace falta “un modelo de ciudad que sirva para todo el planeta”.

No en vano, Ruiz cree que hay que “transformar la ciudad para enfrentar el futuro”, lo que implica “generar una resistencia clara a las propuestas urbanas segregadoras y elitistas”. “El urbanismo es la forma resultante de un modelo patriarcal y capitalista. No es una práctica neutra”, subraya. En ese contexto, advierte que “el urbanismo actual opera desde una lógica liberal que solo identifica al individuo como usuario de la ciudad, y no debe ser así”. Cosas que pasan en la jungla de cemento.