"Hay que recuperar la ciudad como un ágora"
Salvador Rueda es el director de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona, un ente creado con el fin de reorientar la gestión de las ciudades hacia un modelo más sostenible, aportando soluciones en movilidad, energía, residuos, urbanismo, agua, biodiversidad y cohesión social. Su receta: las supermanzanas. Su credo: la carta para la planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis, donde recoge, como si fuera una misiva para toda la ciudadanía, las soluciones para que las urbes sean espacio para convivir y no un parque temático. Habla despacio y con entusiasmo y se define optimista a pesar de vivir en un mundo que tiende irremediablemente al desastre.
Biólogo y psicólogo de formación. ¿Cómo llega a interesarse por el urbanismo y la arquitectura de las ciudades?
Estudié Biología y Psicología, me interesaba y quería investigar el cerebro y los neurotransmisores. Un día me llamó mi hermano para participar en una experiencia autogestionada en Barcelona. Se trataba de una escuela diferente, participativa y asamblearia. Estuve de 1975 a 1979. Mis intereses cambiaron, de querer estudiar el cerebro quise saber como funcionaban las ciudades. El nuestro era un proyecto pedagógico realmente rompedor. Se trataba de una cooperativa de viviendas, autogestionada, y las decisiones se tomaban entre padres, alumnos y profesores. Creo que es el periodo en el que más he aprendido en mi vida.
¿Cómo unir urbanismo con ecología? Dos mundos a priori alejados…
De esa experiencia pedagógica fundamos con padres de la escuela y vecinos del barrio el primer Grupo de Ecología Urbana de toda España y al cabo de unos años me convertí en el responsable de los servicios ambientales del Ayuntamiento de Sant Adrià. De hecho, fui el primer biólogo contratado por un ayuntamiento en período democrático, en 1979. En febrero del 81 organicélas Primeras Jornadas de Ecología Urbana en España. En 1986 el Ayuntamiento de Barcelona me nombróDirector Técnico de Medio Ambiente.
Naturaleza y urbanismo, parece contradictorio. ¿Qué es el urbanismo ecosistémico y la ecología urbana?
Para muchos teóricos la ciudad se considera un ente aparte de la naturaleza. Hay algunos biólogos que hablan de socioecología en lugar de hablar directamente de ecología urbana. Los humanos somos parte de la naturaleza. Y las ciudades son ecosistemas, especiales sí, pero ecosistemas.
La ciudad es un ecosistema entonces, como si de un bosque se tratara.
La definición de sistema es un conjunto de elementos fisicoquímicos que se relacionan. Es obvio que hay elementos que se relacionan dentro de la ciudad. La diferencia entre un sistema y un ecosistema es que hay organismos vivos y nosotros, los humanos, somos los principales organismos de la ciudad a pesar de que en una urbe existe mucha biodiversidad que ni vemos. Ciertamente la ciudad es un ecosistema peculiar, diferente de un bosque sí, y que tiene unas particularidades especialmente complejas y nada fáciles de abordar, así como un elemento difícil de analizar: el poder.
¿Las ciudades pueden ser organismos en vez de ecosistemas?
No, las ciudades no son organismos porque se relacionan con otros elementos, interactúan. Una urbe es el resultado de un proceso colectivo, ya que el ser humano es, en esencia, un animal social que concreta con organizaciones y sinergias lo que de forma individual no puede conseguir. Un organismo en cambio no se relaciona.
¿Me puede poner un ejemplo?
Tú, yo, los humanos, somos organismos. Tu corazón palpita mientras tu piensas y a la vez los glóbulos rojos viajan por tu cuerpo… hay miles de procesos en nuestro cuerpo y nosotros ni somos conscientes ni interactuamos con ellos. Un organismo está cerrado en sí mismo, un ecosistema no. Pensemos en el bosque. El bosque es un ecosistema que se autorregula, regula el sistema y sus relaciones: la luz, las sombras, el suelo… Ahora bien, en una ciudad la manera de regular el sistema es con un conjunto de restricciones que acotan los funcionamientos.
¿Restricciones? ¿Hablamos de normas?
Las restricciones son espaciales, temporales, climáticas, de comportamiento… Imagina que estamos en una conferencia. Una conferencia es un ecosistema que se delimita por sus restricciones: la hora y el lugar del acto, los emisores y los receptores, las sillas, la manera de sentarse, el respeto a los turnos de palabras. Es una conferencia porque hemos restringido las variables, si no podría ser una sala de baile o un comedor.
Lo que usted llama restricciones son pactos sociales, ¿no?
Las restricciones son pactos sociales, sí. Las ciudades son espacios de paso, de tránsito. Una de las restricciones más imponentes en la ciudad es el código de circulación. Es lo que nos permite no morir atropellados e ir de un punto a otro. Hay más de 500 normas de circulación. No obstante, creo que hay que incorporar un sistema de restricciones en otras capas de la ciudad como la morfología, la densidad, el acceso y consumo de energía, etc. para que las ciudades impacten cada vez menos en el medio ambiente.
En su carta para la planificación ecosistémica de las ciudades y metrópolis escribe “el único modelo urbano que cumple todos los requisitos ha de ser compacto en su morfología, complejo en su organización antrópica y biológica, eficiente metabólicamente y cohesionado socialmente". ¿Existe un modelo de ciudades así o es Matrix?
La ecología siempre busca modelos y los sintetiza. En mi carta quiero poner las bases para un nuevo diseño de ciudad y ofrecer soluciones. Las ciudades son las principales responsables del actual problema ambiental. Producen más del 70% de los gases de efecto invernadero, son las que más suelo ocupan en el territorio y las que demandan la mayor parte de los recursos. Hay que repensar las ciudades, hacerlas compactas y densas para hacerlas sostenibles…
¿Una ciudad densa es más sostenible y cohesionada?
¿Por qué? La ciudad dispersa consume más energía, más agua, contamina más por culpa de los desplazamientos…
¿Una urbanización en las afueras no es ciudad entonces?
No, una ciudad es una masa crítica de personas trabajando y confluyendo a la vez en el espacio público. Los componentes principales que permiten distinguir una ciudad de una urbanización son la existencia de espacio público y la diversidad de personas jurídicas. El espacio público tiene que ser un lugar para compartir intereses, ideas. Un sitio para convivir.
Pero una ciudad muy densa no se vive, solo se transita. Por ejemplo, el centro de Barcelona es un espacio de una densidad alarmante por culpa del turismo.
Hay que tener en cuenta el sistema de proporciones y hacer un plan de movilidad, pero también uno de espacio público. No pensar como viandantes sino como ciudadanos con derechos. Un peatón es un medio de transporte, un ciudadano desarrolla e intercambia en la ciudad, desde deporte a cultura. Hay que recuperar la ciudad como un ágora.
¿Cómo podemos “desdensificar” las ciudades?
Muy fácil, con las supermanzanas. Hay que cambiar los usos del espacio público y otorgarle al ciudadano unos derechos que no tenía que haber perdido. Las supermanzanas quieren convertir al peatón en ciudadano y cambiar el modelo actual de movilidad. En Barcelona por ejemplo el porcentaje de viajes en coche es de un 26%, pero los coches ocupan el 66% de espacio viario de la ciudad. Si lo queremos cambiar necesitas una nueva célula para liberar el espacio público y esta es la supermanzana.
Las supermanzanas es un concepto que usted toma prestado del Plan Cerdà de 1863, ¿como lo adapta?
Cerdà, con su Proyecto de Reforma y Ensanche de Barcelona, propone un modelo de ciudad que se puede repetir hasta el infinito, siempre que se conserven los parámetros escogidos. La supermanzana es algo parecido. Una de las máximas de Cerdà es que “cada modo de locomoción determina una forma de urbanización” y el coche como medio de transporte es mucho más veloz que los peatones. Con las supermanzanas conseguimos que la ciudad vuelva a ser para el ciudadano y no para los coches.
Reducir coches implica por fuerza mejoras en el transporte público. ¿Cómo lo hacemos?
Hemos creado un plan de movilidad con más de 60 actuaciones, pero hay tres que son claves: implantar un sistema de transporte público, reducir los carriles circulantes, aumentar la red de bicicletas y entender que la supermanzana permitirá cada vez más itinerarios a pie. Y luego hay un requisito importante para que todo esto funcione y es el instrumento económico. El órgano más sensible de la especie humana es su bolsillo. Si aumentamos los precios del aparcamiento habrá menos coches: la conciencia económica es más significativa que la conciencia ecológica.
Las supermanzanas han recibido muchas críticas a pesar de que se hicieron a través de un proceso participativo. ¿Cómo sumar a los vecinos en los cambios urbanísticos de la ciudad?
La ciudadanía define los criterios mientras que los técnicos buscan soluciones. Cada uno debe saber cuál es su papel. Un proceso participativo sirve para establecer estos criterios, para que los expertos definan soluciones y en última instancia los políticos definan sus prioridades para encontrar una solución. ¿Con la derecha cuesta más llegar a consensos en materia de ecología urbana? ¿Qué pasa con Madrid Central?
En Madrid hicimos una propuesta de supermanzanas con el gobierno de Ana Botella que se llamaba Madrid Centro y se extendía por la M-30. Se empezaron a hacer áreas para residentes, muy parecidas a las supermanzanas, hasta que llegó la batalla política. Las quejas se magnifican y se amplifican. Y las quejas son legítimas, claro, estamos afinando nuevas organizaciones de ciudad, el problema es quién tiene el poder de la ciudad: los coches y la Guardia Urbana. Estos garantizan el derecho de paso, pero... ¿Y los otros derechos? Al final el coche está ligado a un estatus, a una clase social que no quiere retroceder.
¿No es un poco naïf intentar cambiar la ciudad sin cambiar las estructuras de poder?
Yo no trabajo para los políticos, trabajo para los ciudadanos. Soy un servidor público. Los intereses económicos son intereses privados y su objetivo es el de ganar dinero. Yo no digo que desaparezcan los coches, sino que nos movamos de otra manera. Los coches eléctricos serán coches compartidos. Tenemos que permitir que todas las personas accedan a la ciudad y que la ciudad tenga todos los usos, que no sea un espacio solo de tránsito.
Hablamos de mixticidad de usos, pero la ciudad de Barcelona, por ejemplo, cada vez está más enfocada al turismo y al consumo.
Cada una de las actividades de la ciudad incorpora una mezcla de usos y el número de usos se multiplica cuanto más diversa es la ciudad. Si queremos ser más sostenibles debemos modificar nuestra economía, que se basa en el consumo de recursos y objetos materiales, por una economía de servicios desmaterializada. Por ejemplo, ya no compramos CDs pero seguimos escuchando música. La música de Spotify está desmaterializada.
¿Pero cómo podemos dejar de consumir recursos y desmaterializar los objetos si estamos inmersos en la obsolescencia programada?
Son las reglas del juego capitalista, no podemos dejar que el negocio pase por el objeto, tiene que pasar por el servicio. La obsolescencia tendría que estar prohibida. No podemos seguir dando por buena la economía lineal. Hay que pensar en la economía circular.
¿Pero cómo parar a estas empresas?
Hay que prohibir las licencias. O paramos a estas plataformas o la ciudad se diluirá, el ecosistema desaparecerá. Amazon mata el comercio, si incorporamos el coche autónomo matamos el transporte público y Airbnb expulsa a los vecinos. Una ciudad sin viviendas, sin comercio de proximidad y sin transporte público no es una ciudad es un parque temático.
¿La ciudad es un problema?
La ciudad es un ecosistema que tenemos que cuidar de manera individual y colectiva como cuidamos los demás ecosistemas. La ciudad es la solución. Hoy es el problema pero mañana tiene que ser la solución y solo lo puede ser si los sistemas para organizarla son diferentes. La posibilidad de asegurar el futuro vendrá de las ciudades o no vendrá.
¿Hay que hacerlo desde el municipalismo y el bien común?
Sí, claro. Las ciudades se tienen que empoderar. Si resulta que los problemas que tenemos hoy son a causa de las ciudades, ellas tienen que ofrecer soluciones. En España las ciudades no llegan ni al 15% del presupuesto del Estado. Las ciudades del norte de Europa tienen el 60%, por lo que países como Suecia o Finlandia tienen recursos para resolver sus propios problemas. Necesitamos nuevos estilos de vida para proyectarnos hacia el futuro y hoy las ciudades solo proyectan incertidumbres. Incertidumbres que nos llevan a un horizonte de colapso.
¿La ciudad debe ser equitativa e inclusiva?
Todo el mundo tiene que poder vivir en un mismo territorio, sin que importe su condición, pero para ello necesitamos equipamientos y servicios básicos. Nunca puede ser peligroso transitar por la ciudad. La ocupación del espacio público tiene que ser un placer. Es necesario tener herramientas que permitan desarrollarnos y anticiparnos a las incertidumbres para ser más sostenibles.
Sostenibles también en términos de género. ¿Qué es la ciudad de los cuidados?
Hay que garantizar que todos los colectivos, también el de las mujeres y los niños perciban el espacio como seguro y amable. La ciudad tiene que ser accesible y libre de miedo para cualquier persona que pueda sentirse vulnerable. Una ciudad que pierde sus usos, como por ejemplo por la turistificación, hace que los ciudadanos y ciudadanas se sientan más vulnerables. Para revertir esto hay que implantar un sistema de regulación que obligue a los usos mixtos y que garantice una ciudad diversa en términos de género, edad, origen…
En resumen, para que la humanidad tenga futuro hay que…
Cambiar de estrategia. Hoy nuestra estrategia está basada en el consumo de recursos y la creación de objetos; para que haya futuro tenemos que pasar a una estrategia basada en la información y el conocimiento. Esta es la clave.
Tendremos que irnos todos a Suecia.
¡No! Tenemos mejores ciudades que los suecos, lo que nos falta en este sistema son proporciones. Tenemos que añadir lo que falta y sacar lo que nos sobra.