El hilo rojo de la memoria

Chato y Carli, presentes

Chato Galante, Carlos Slepoy y Merçona Puig Antich.- MANUELA BERGEROT

Alejandro Torrús

Ya no me acuerdo de la primera vez que vi a Chato Galante y Carlos Slepoy. Quizá sería 2011 o 2012. No lo sé. Sí recuerdo que también estaba la abogada Ana Messuti y que el lugar era una sala que Comisiones Obreras había prestado a víctimas del franquismo que impulsaban la que en España hemos llamado ‘la querella argentina’, es decir, el proceso judicial abierto en Buenos Aires que investiga los crímenes de la Guerra Civil y de la dictadura como posibles crímenes de lesa humanidad.

La causa se abrió en el año 2010 gracias a una primera querella de la ARMH y el caso de Darío Rivas, y continúa abierta hoy en día. Público se hizo eco desde el primer momento de la iniciativa. Aquel día, mi primer día con víctimas del franquismo, mi entonces jefe Marià de Delàs me pidió que estuviera encima de los querellantes. “Tenemos que ser la referencia”, me dijo.

Y esa fue la misión. Se ha hecho cuanto se ha podido. Sus nombres, los de los luchadores, son ya historia de este país y de este periódico. Personas como Ascensión Mendieta, ya fallecida, que luchó hasta el final para sacar a su padre, Timoteo, de una fosa común en el cementerio de Guadalajara, o como Manuel Ruiz, que todavía hoy sigue buscando justicia para su hermano Arturo, asesinado por la ultraderecha en una manifestación en Madrid en 1977.

Pero de todas estas amistades me resulta imposible no destacar el vínculo con Chato Galante y Carlos Slepoy. Carli me enseñó que las luchas por los derechos humanos siempre se ganan, sobre todo, porque la propia lucha y el camino que se recorre luchando ya es una victoria. Carli me hizo reír, llorar, pero sobre todo, me enseñó que la lucha de las víctimas del franquismo es presente. Falleció en abril de 2017. Ya habíamos anunciado que le íbamos a entregar el Premio Público a los Derechos Humanos. Finalmente, fue entregado a título póstumo. En aquella gala estaba Chato, infatigable como siempre. Recuerdo el abrazo que nos dimos al terminar el acto. Lo habíamos conseguido. El homenaje había sido un éxito, con la inestimable ayuda de Juan Diego Botto. Chato Galante, víctima de torturas por parte de Billy el Niño en el tardofranquismo, era el motor de La Comuna y de la Coordinadora de Apoyo a la Querella Argentina, que aglutinaba a la mayoría de las asociaciones y víctimas personadas en la Justicia de Argentina.

Muchos de los que hoy nos leen lo conocen de las páginas de este periódico y del fabuloso documental El silencio de otros. Chato fue mucho más que un ejemplo. Fue un amigo.

Falleció en marzo de 2020 en los primeros días de pandemia. Su amistad y su ejemplo fue uno de los regalos más maravillosos que este periódico pudo brindarme. Os echamos de menos.