España 1968: un fogonazo de libertad
La primavera del 68, que había comenzado en España en 1965, cuando el Sindicato Democrático de Estudiantes comenzó a barrer al SEU franquista, se prolongó más allá del siguiente invierno bajo la represión de una dictadura que no entendía qué estaba ocurriendo.
“Por unas cuantas horas nos sentimos libres, y quien ha sentido la libertad tiene más fuerzas para vivir. De bien lejos, de bien lejos llegaban todas las esperanzas, y parecían nuevas, acabadas de estrenar: de bien lejos las traíamos”. El cantautor valenciano Raimon evoca con estas palabras en su “18 de maig. A ‘La Villa” su histórico concierto de ese día de 1968 en la Universidad Complutense, que pasó a la historia como el momento emblemático de la primavera del 68 en España.
“Ese recital fue quizás lo más sintomático, el que más encarna aquel espíritu”, recuerda el politólogo Jaime Pastor, estudiante en aquella época en la Facultad de Económicas y Políticas, una de las más inquietas del agitado mundo universitario español. “Abajo la dictadura”, “Abajo la oligarquía” o “Democracia popular” eran algunos de los lemas que podían leerse en las pancartas entre los 6.000 asistentes, entre los que también menudeaban las imágenes del ‘Che’ Guevara, muerto siete meses atrás en Bolivia.
“El año 1968 fue muy agitado en España, donde, en un contexto de dictadura, los jóvenes nos interesábamos por lo que estaba ocurriendo en París, en Praga y en Vietnam”, recuerda Pastor.
Tres años antes
El mayo del 68 español había comenzado mucho antes que el mes y también antes de que empezara el año. Para entonces hacía ya tres años que los profesores Enrique Tierno Galván, José Luis López Aranguren y Agustín García Calvo habían sido expulsados de sus cátedras por apoyar las movilizaciones estudiantiles de ese año, el de la Cuarta Asamblea Libre de Estudiantes. Hacía también meses que una nueva organización, el semiclandestino SED (Sindicato Democrático de Estudiantes), comenzaba a barrer de las aulas al SEU, el franquista Sindicato de Estudiantes Universitarios, y las dinámicas asamblearias empezaban a asentarse en una universidad cada vez más inquieta en lo cultural. Hacía ya seis años que las Comisiones Obreras arraigaban en las fábricas.
“Se estaba produciendo una confluencia entre estudiantes y trabajadores con la voluntad de crear algo más que una protesta”, anota Pastor. Ese fogonazo de libertad se tradujo en encierros en facultades, protestas en las calles, ocupaciones de rectorados y apoyo a manifestaciones y huelgas obreras por parte de los estudiantes. En algunos casos, como ocurrió en Santiago, los estudiantes de Ciencias retomaron en marzo las huelgas de enero, tras el cese de profesores y el ninguneo a los nuevos representantes, en una protesta a la que se sumó el resto de facultades y que incluyó una ocupación del rectorado por tres días que terminó con un desalojo pacífico a cargo de la Policía.
Cuando llegó el marzo santiagués, la dictadura llevaba meses ajustando su maquinaria represora: las fuerzas de seguridad podrían entrar en las universidades sin permiso de los rectores, lo que provocó numerosas incursiones de los antidisturbios en distintos campus (la Complutense fue tomada varias veces ese año), se llegaba a crear una Policía de Orden Universitario al servicio de los decanos, aunque apenas duró unas semanas, y un juzgado especial para los conflictos universitarios, y se sucedían los cierres de facultades en las principales ciudades.
Utopías y temor al contagio
“Mayo fue aquí el punto culminante de la radicalización del movimiento estudiantil”, recuerda Pastor, que incluye entre los hitos de esas semanas la breve declaración de una “comuna” en la facultad de Filosofía de la Complutense o el plan, finalmente fallido, para boicotear masivamente los exámenes finales de ese curso. “Amenazaron con la pérdida de la matrícula”, apunta.
“Las utopías, a veces verdades prematuras, que llegaban desde la juventud europea se adaptaron en España a propuestas antidictatoriales”, explica Alberto Sabio, profesor de Historia en la Universidad de Zaragoza, que recuerda cómo los campus, gobernados por un profesorado purgado y mayoritariamente inmovilista, “se transformaron en una cuestión de orden público y en un ariete o escuela de democracia”. “Temían que el movimiento estudiantil pudiera producir un contagio en el resto de la sociedad”, añade Pastor.
Y el régimen aprovechó los asesinatos de ETA —que el 7 de junio de ese año mataba en Villabona al guardia civil José Pardines y el 2 de agosto acababa con el comisario Melitón Manzanas en Bilbao— para actualizar su maquinaria represiva con el decreto sobre Bandidaje y Terrorismo publicado quince días después y que tuvo un efecto disuasorio en el movimiento estudiantil. “A partir de octubre, con el nuevo curso, presidir una asamblea que derivara en protesta suponía acabar ante un consejo de guerra”, recuerda Pastor.
Él se exilió en enero, días antes de que la muerte a manos de la Policía de Enrique Ruano desatara una ola de protestas a la que la dictadura respondió con más represión y un estado de excepción que se prolongó dos meses, del 24 de enero al 25 de marzo, con episodios como el lanzamiento de un busto de Franco por una ventana en la ocupación del rectorado de Barcelona, el asalto de la sede del ABC, el izado de una bandera republicana con un crespón negro ante miles de estudiantes en la Complutense —cuyo doctorado honoris causa habían rechazado poco antes los Nobel franceses de Medicina André Lwoff y Jacques Monod en protesta por la represión—, y la organización de más de 400 huelgas obreras simultáneas por todo el país.
Franquismo y tenues luces
La primavera del 68, que venía de atrás, no acabó el verano y el fin de curso. Se prolongó unos meses a lo largo de 1969, cuando comienzan a
crearse en las facultades los Comités de Acción, tras quedar descabezado el SDE. “El movimiento estudiantil no remontó hasta 1970, con las protestas por el Proceso de Burgos”, anota Pastor, en una época en la que numerosas organizaciones de la izquierda entraron en crisis. El franquismo, por su parte, no había entendido casi nada de lo que había pasado en esos meses. “Proliferan grupos de jóvenes cuya norma es la de chillar, agredir y ofender en espectáculos, en las vías públicas y en los medios de transporte. Quizá ello obedece a la falta de presencia de agentes
de la autoridad uniformados”, señala el ‘Informe sobre la situación moral de la juventud española’ de la Dirección General de Seguridad, fechado el
27 de septiembre de 1968 y citado por el profesor Sabio.
Los sabuesos del franquismo consideraban un “factor determinante” de la agitación en la juventud española “la temática de muchas películas y de sesiones televisivas, en las que domina la violencia”, junto con “el tipo de clubes donde la iluminación es nula o casi nula y donde grupos de jóvenes practican actos sexuales con matiz diverso”, algo que consideraban revelador “de la tónica de desenfreno de la época y de la exigencia de medidas actualizadas que pongan coto a la molicie moral de la sociedad”. “En realidad”, señala Sabio, “el recurso a la represión comenzaba a verse como un reconocimiento de indefensión frente a la creciente agitación universitaria”.