En busca de la liberación animal
Era el mes de noviembre del año 2001. El mismo en el que George W. Bush era elegido presidente de...
Era el mes de noviembre del año 2001. El mismo en el que George W. Bush era elegido presidente de EEUU, el Valencia perdía la final de la Copa de Europa ante el Bayern de Múnich y Microsoft lanzaba el sistema operativo Windows XP. Ese mismo año y en el citado mes, en Tarragona, un grupo de personas se adentraba en sigilo en las instalaciones de una protectora local de animales. En sus manos, la barbarie en forma de serruchos. Al día siguiente, quince perros amanecían atados en árboles sin sus patas delanteras y cubiertos por mantas. La atrocidad del relato dio la vuelta a Europa y cohesionó en España un movimiento imparable que desde hacía décadas se bregaba en las calles para defender los derechos de los animales. El animalismo comenzaba a extenderse con fuerza.
Acotar en el tiempo la lucha social por los derechos animales es una tarea compleja. A lo largo de la historia han sido muchas las personalidades que han levantado sus voces y sus plumas para defender la vida de los animales más allá de la de los seres humanos. Desde Pitágoras, que creía que el alma de los animales se reencarnaba en el cuerpo de las personas tras su muerte, hasta Schopenhauer, que introdujo conceptos revolucionarios en el campo de la ética y la filosofía. Además, el humanismo se ha nutrido de un gran número de pensadores que con sus obras han ido preparando el caldo de un pensamiento animalista del que cada vez más personas beben en la actualidad.
No obstante, el animalismo no había adquirido hasta ahora un papel movilizador como el que se percibe en la actualidad. Los expertos señalan una fecha clave en sus ejes cronológicos: 1975, el año en el que Peter Singer publicó Liberación Animal, la biblia ideológica del movimiento. En esta obra, el filósofo australiano logró introducir al público no académico dentro de los debates éticos sobre el maltrato y la violencia contra los animales. Un año después, el animalismo llegó de manera oficial a España con la creación de la Asociación Defensa Derechos Animal (ADDA), la primera organización orientada a la protección y la defensa de todas las especies.
Más de cuarenta años después del nacimiento de la ONG, Neus Aragonès, su actual portavoz, recuerda que dentro de la sociedad española una asociación como la suya era vista como “un grupo de extraterrestres”. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y las cosas parecen haber cambiado por completo. “El principal éxito ha sido la capacidad de crear conciencia y sensibilización hacia los animales, que han dejado de ser objetos para la ciudadanía para ser seres sintientes”, apunta la activista.
Para Marta Tafalla, doctora en Filosofía y profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona especializada en ética y estética, el repunte de la conciencia animalista tiene que ver con un proceso de “aprendizaje social” en el que la ciudadanía está tomando conciencia de que “ciertos usos de los animales son moralmente incorrectos”. Que el respaldo del animalismo haya crecido en los últimos años tiene que ver con que la población, sobre todo la gente joven, se cuestione parte de sus fundamentos vitales. En otras palabras, cada vez hay más individuos que se “hacen preguntas incómodas y difíciles” que les llevan a percatarse de la crueldad que hay detrás de acciones aparentemente irrelevantes, como, por ejemplo, un bocado a un filete.
Del activismo a la batalla política
Este proceso de sensibilización social ha permito que el movimiento animalista ensanche sus bases y logre penetrar en la sociedad. Aunque el activismo, articulado en pequeñas asociaciones –muchas de ellas locales o de barrio–, sigue vertebrando en la actualidad la causa animalista, en el siglo XXI las ramas de esta causa social han llegado a la esfera política.
En 2003 diversos grupos de defensa de los animales se unificaron en torno a las siglas Pacma, que hoy resultan de sobra conocidas por casi todos. Desde ese momento, la formación ha experimentado “una dinámica de crecimiento Fotografía: en apoyos de manera gradual”, según analiza Pablo Simón, doctor en Ciencias Políticas por la Universitat Pompeu Fabra y miembro de Politikon. Una dinámica que es común en otras zonas de Europa como Holanda, primer país europeo que ha tenido una diputada animalista.
El crecimiento en apoyos del partido, liderado en la actualidad por la madrileña Silvia Barquero, se sitúa en las cotas aspiracionales más altas y su entrada en las instituciones siempre parece inminente, aunque todavía no se ha producido. La sensación es que se ha perdido una oportunidad de oro, pero que se continúa avanzando en un largo camino hasta la obtención de representación política y llegando cada vez a más gente y de diferentes ideologías. Sin embargo, el animalismo político es cauto, ya que el pasado 28 de abril no consiguió acceder al Congreso de los Diputados, a pesar de haber recabado 326.045 (un 1,25% del total) votos y a pesar también de que el propio CIS les había otorgado en una encuesta hasta dos escaños.
Para Simón, esta suerte de apogeo del animalismo político está ligada a una “cuestión estructural” que ha permitido que “tengamos sociedades donde los valores posmaterialistas importan cada vez más”. La situación de crisis y la inestabilidad económica, en cierta medida, ha impulsado un cambio en los modos de vida, en tanto que en España ya hay más hogares con mascotas que con bebés, un reflejo del incremento de la sensibilidad social en torno a los derechos de los animales. Pero a esto también debemos sumar una “excelente venta de marca detrás de Pacma”, apunta el experto, que resalta el valor que da la formación al discurso en redes y a las campañas a través de imágenes impactantes.
El esplendor de Pacma, por otra parte, viene acompañado de dudas en cuanto a la ubicación ideológica de las formaciones políticas de carácter animalista. Tanto es así, que durante la penúltima campaña electoral el discurso de Pacma ha jugado con una ambigüedad que, en algunos casos, ha servido a la polémica. Un buen ejemplo es la respuesta de uno de los candidatos por Barcelona a una pregunta relacionada con la ley del aborto. Para Simón, esta realidad tiene que ver con que los partidos orientados a la defensa de los animales son formaciones “monotemáticas” que se han especializado en un aspecto concreto y no tienen capacidad para posicionarse con profundidad en otras problemáticas sociales.
En ese sentido, el animalismo no se define de manera fija como una corriente de izquierdas, pero tampoco de derechas. Sin embargo, Pablo Simón recalca que en España, al igual que el ecologismo, el pensamiento animalista suele “ubicarse más en la izquierda”. Tanto es así, que la campaña política de las últimas elecciones generales ha estado marcada por una oposición frontal a la ultraderecha de Vox y a los valores que este partido defiende. “Esto tiene que ver, en parte, con que hay muchos más votos que captar dentro del descontento de la izquierda española”, zanja Simón.
El animalismo: una forma de vida
Más que una ideología, el animalismo es una forma de vida. Una forma de entender la realidad y una guía ética de comportamiento. Así, las convicciones de esta causa se articulan sobre un planteamiento dialéctico que se opone al especismo, que, en palabras de Peter Singer, no es otra cosa que “un prejuicio o actitud parcial favorable a los intereses de los miembros de nuestra propia especie y en contra de los de otras”.
La ideología antiespecista que nutre al pensamiento animalista mayoritario responde a una práctica moral similar a las luchas por la igualdad del feminismo o el antirracismo. Esto propicia que la causa se convierta en muchas ocasiones en “una forma de vida” que va más allá del activismo, señala Toño García, coordinador de Save Movement. Se trata de “un movimiento global enfocado a acompañar a las víctimas de la explotación animal”.
Para Tafalla, autora de Ecoanimal. Una estética plurisensorial, ecologista y animalista, el pensamiento animalista se fundamenta en la oposición a la “instrumentalización estética de los animales”, es decir, a que estos sean reducidos a meros “objetos de ornamentación”. “Peces en acuarios, pájaros enjaulados o las prácticas peleteras son un ejemplo claro de lo que significan los animales para los seres humanos”, añade la filósofa catalana.
En ese sentido, la moral animalista se articula contra lo que Tafalla define como “paradoja estética”, que no es otra cosa que el placer que sienten los seres humanos al contemplar a un animal, pese a que este pueda estar experimentando dolor emocional o físico. Para evitar caer en esta trampa, el animalismo propone incentivar el conocimiento de las especies para alejarse de los prejuicios que impiden entender que “son seres con emociones, capacidades cognitivas y sentimientos”, añade la pensadora, que considera que esto podría desembocar en “una actitud ética basada en el respeto”.
En relación a ello, el individuo animalista no se define sólo por su forma de entender la vida, sino por su manera de afrontarla. O sea, una persona se vincula a la defensa de los derechos animales no sólo a través de sus convicciones ideológicas, sino también con sus prácticas cotidianas. Es entonces cuando se plantean divergencias dentro del movimiento. Unas diferencias que tienen que ver con los límites que una persona puede poner a la hora de consumir productos de origen animal.
“Hay gente que puede comer carne y considerarse animalista”, expone el portavoz de Save Movement, para poner el foco en determinados colectivos que, por ejemplo, buscan el fin de la tauromaquia. Sin embargo, para este activista la defensa de todos los seres sintientes pasa por la adopción del veganismo y el rechazo de cualquier producto que provenga de un animal. “La ética animalista nos lleva a no comer animales y a no usarlos en la medida de lo posible, porque no se pueden criar animales para consumo sin maltrato”, agrega Tafalla, que se refiere con ello a los postulados del bienestar animal, que sí aprueban la ingesta de carne siempre y cuando responda a un proceso de crianza ético y sin violencia.
Un amplio frente de batalla
Más allá de definiciones, este pensamiento y esta forma de vida se simplifican en una causa que busca eliminar del planeta la lacra del maltrato animal. Una violencia sistémica que, en cierta medida, se entrelaza con un modelo capitalista donde la sobreexplotación de los seres vivos parece ser una norma común para el funcionamiento de determinados sectores e industrias como la cárnica, el textil o, incluso, el mundo de la cultura.
En España, el movimiento animalista tiene un carácter abolicionista. Un pensamiento que, tal y como recoge el periodista Juan Ignacio Codina Segovia en su libro Pan y Toros, tiene más de ocho siglos de historia. Y es que, la premisa antitaurina, por muy moderna que parezca, tiene tras de sí una lista de nombres ilustres que va desde Jovellanos a Unamuno, pasando por Pardo Bazán y Pio Baroja, entre otros. Aunque en esta publicación ahonda en la lucha contra los festejos taurinos, es preciso señalar que, pese a que sigue siendo una práctica que cuenta con la subvención de organismos públicos, el apoyo popular cada vez es menor, según los últimos datos de AVATMA (Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y el Maltrato Animal).
Así, de las denuncias contra la tauromaquia fueron brotando otras que hoy vertebran un pensamiento ético que busca la liberación de los animales. El abandono de perros de caza o el estrangulamiento de galgos, la crueldad de los mataderos, la opacidad de la ciencia y la experimentación con seres vivos, el sacrificio de animales de compañía, el cautiverio de especies en zoos, el tráfico con seres exóticos o la caza con fines recreativos. Estos son algunos ejemplos que resumen el abanico de violencia al que se opone la causa animalista.
En este camino, la insurgencia animalista vehicula su estrategia en torno a la concienciación y la difusión de sus valores a través de imágenes y campañas mediáticas. “Toda acción para acelerar el proceso de liberación de los animales es válida, ya sea a través de un mensaje en redes sociales, una charla con amigos o la difusión de información”, comenta García, que, junto a Save Movement, organiza vigilias veganas para documentar con vídeos y fotografías el estado en el que llegan los animales a los centros de matanza de la industria cárnica.
Pero el activismo, como hemos visto, no queda reducido a meras labores de concienciación y denuncia. La portavoz de la Asociación de Defensa de los Derechos de los Animales (ADDA) pone énfasis en la importancia de conseguir aprobar leyes progresistas que den protección a los animales, los cuales no son considerados “seres dotados de sensibilidad” por el Código Civil español. En ese sentido, Aragonès evidencia que uno de los principales anhelos del animalismo español es la aprobación de un marco jurídico estatal que persiga con dureza el maltrato animal en todos sus ámbitos.
Parte de los logros que el movimiento animalista ha alcanzado –como la prohibición de las corridas en Catalunya– han venido a través de las leyes. Unas leyes que también han vetado espectáculos circenses con animales en regiones españolas como Galicia o Baleares. Unas leyes que son el síntoma de un deseo de cambio que, tal y como empezaba este artículo, nace de la repudia de la violencia y la crueldad. Sin embargo, esto es sólo el principio. El animalismo tiene todavía mucho que decir.