¡A la huelga!
La lucha por los derechos en la industria del calzado comenzó en 1903, aunque la gran movilización se vivió en 1977. La lucha continúa en el presente con el movimiento iniciado por la Asociación de Aparadoras de Elche
El movimiento obrero en Elche en el último siglo ha evidenciado la fuerza de la que dispone la clase trabajadora para defender sus derechos ante unas deplorables condiciones laborales. Al contar con una gran presencia de una industria específica y manufacturera como la del calzado, fue en ese sector donde se dieron los ejemplos más claros de esa lucha obrera. Lo hizo en 1903, con la huelga de alpargateros que duró nada más y nada menos que ocho meses. Y lo volvió a hacer durante la Transición, después de la larga y represiva dictadura de Franco, con la la huelga del calzado de 1977. Y ahora, las aparadoras continúan, solas, ese legado reivindicativo, con una clara diferencia. No reclaman que se incluyan mejoras como en sus precedentes movimientos obreros sino que se cumpla con los derechos que recoge desde hace décadas el convenio del calzado.
La primera gran protesta obrera en la ciudad del calzado llegó a principios del siglo XX. La tradición de fabricación de calzado en la ciudad junto con las facilidades para transportar la mercancía hace que la ciudad comience a desarrollar una incipiente industria del calzado. Sin embargo, el paso de lo artesanal a lo industrial tiene consecuencias y una de ellas fue la precarización de los puestos de trabajo. En el año 1903 saltó la chispa que prendió una de las huelgas más largas jamás registradas. Todo comenzó con el despido de un alpargatero. Era solo la gota que colmaba el vaso. La huelga duraría nueves meses.
El sindicato de clase UGT jugó un papel clave en esa huelga que se inició en febrero de ese año y no se dio por finalizada hasta octubre. El sindicato introdujo un elemento innovador en el desarrollo de la protesta, tal y como explica el catedrático de la Universidad de Alicante Francisco Moreno. En esta huelga se aplicó por primera vez la táctica que se denominó ‛huelga reglamentaria‛. Para que tuviera éxito, una huelga debía contar con el apoyo de todas las secciones de UGT, de este modo, hasta que un paro no se diera por finalizado no podía iniciarse otro. Una estrategia con la que a través de la conciencia y solidaridad obrera no solo aunó y aglutinó masa reivindicativa sino respaldo también económico. Solo de ese modo fue posible que los huelguistas aguantaran ocho meses y que, a su vez, con esa fuerza, se consiguiera alcanzar el propósito de fijar un incremento salarial. "Esa huelga [la de alpargateros de 1903] explica el socialismo de Elche", asevera el profesor Moreno.
La industria del calzado de Elche continuó su expansión durante los años de la dictadura y del desarrollismo. La ciudad no paraba de crecer y las fábricas estaban por todas partes en el núcleo urbano. Gentes de todos los rincones del sur de España llegaban a la ciudad para trabajar y prosperar. Había trabajo para todos. Lo que no había eran derechos laborales. Eran los 50 y 60 y a las precarias condiciones de la industria había que añadir la dictadura de Franco. Las deplorables condiciones laborales tuvieron consecuencias. En el verano de 1959, tal y como recoge el libro Aparadoras, de Beatriz Lara Pascual y Gloria Molero Galvañ, ocho trabajadoras fallecerían intoxicadas en la fábrica Facasa. El benzol utilizado en las colas para la fabricación del calzado provocó que enfermaran de panmieloptisis. Las familias de las víctimas, además, nunca fueron indemnizadas. Es más, la muerte de estas mujeres fue olvidada rápidamente.
Con este escenario de imperante necesidad de mejoras en los puestos de trabajo y pese a todavía ser años de dictadura, se va fraguando un descontento en las fábricas en los años sesenta que comienza a fructificar con demandas de salarios dignos de base y que no dependieran de la horas extras, así como igualdad salarial, que no se aprovecharan de la figura de los aprendices para atribuirles una carga de trabajo que correspondía a otros puestos, o el antes se había ido gestando a través de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) o el PCE. Eran los años donde Comisiones Obreras comenzaba a tomar cierto protagonismo mientras el sindicato vertical decaía en un ambiente de malestar acuciante ante las condiciones laborales y la negativa de la patronal a negociar mejoras.
Obligados por la represión todavía presente en los primeros años de la transición, trabajadores del calzado y miembros de sindicatos se reunían de forma clandestina en domicilios particulares o incluso en iglesias de barrios obreros donde los curas estaban comprometidos y concienciados con el movimiento de los trabajadores. Luego se organizaron en las fábricas, y los trabajadores y trabajadoras formaron asambleas para poner en común distintas reivindicaciones. De ahí surge lo que marcaría el tipo de movimiento obrero y se nombró una comisión de representantes de los trabajadores. Era el año 1976 y la reunión se celebró en una asociación de vecinos del barrio La Tafalera, en la vecina localidad de Elda, donde la industria del calzado también estaba arraigada. La necesidad de negociar un nuevo convenio colectivo y la negativa de la patronal les llevó a convocar manifestaciones y paros.
En la memoria de la lucha obrera han quedado las manifestaciones de febrero de ese año en las localidades de Petrer y Elda. Durante dos días, la Policía Armada reprimió duramente las movilizaciones de los trabajadores del calzado. Esa represión alcanzó su máximo exponente cuando el día 24, un agente de ‛los grises‛ disparó contra los trabajadores al finalizar la manifestación. Dos balas alcanzaron al joven Teófilo del Valle y falleció. El agente que disparó pasó a disposición de un Tribunal Militar, pero para sorpresa de nadie fue absuelto porque, para la Justicia, "obró en cumplimiento del deber".
Con este escenario de represión y reclamaciones laborales, la conciencia obrera se va expandiendo sobre una masa cada vez mayor de empleados del sector del calzado. La comisión de representantes de los trabajadores seguía reclamando un nuevo convenio, y ante la negativa de la patronal, decidieron convocar una huelga. Era agosto de 1977 y estaba a punto de comenzar una huelga histórica en el sector.
El aspecto novedoso, como explica el profesor Francisco Moreno, fue que se fijó que todas las reivindicaciones y reclamaciones se canalizaran a través de un movimiento asambleario. Esto incrementó la reticencia de la patronal a negociar un nuevo convenio porque los interlocutores ya no eran los tradicionales. Hasta que no se dieron cuenta de que el sindicato vertical no representaba a nadie, no aceptaron entablar conversaciones con los obreros.
De las asambleas en las empresas se eligió a unos representantes que configurarían la coordinadora del calzado, la que a su vez eligió a la comisión que negociaría el nuevo convenio, primero en Valencia y después en Madrid. Gaspar Agulló, miembro de esa comisión negociadora, recuerda para Público cómo la patronal "se negó en banda" a negociar con un movimiento asambleario. "Fue la puesta en práctica de un consejo de los obreros. En el movimiento, quien tenía el poder era la asamblea de delegados que iban a recoger la opinión de la gente en cada fábrica. El movimiento surgió de abajo hacia arriba. Fue la primera ocasión en la que se utilizó ese método para negociar el convenio sectorial", recuerda Agulló.
No fue hasta el 22 de agosto de 1977 cuando la Federación de Industriales del Calzado reconoció al movimiento asambleario como interlocutor válido en las negociaciones, según recoge una crónica de El País. Según esa misma información, el 80% de los trabajadores del calzado en Elche estaban secundando la huelga. El ya desaparecido campo de fútbol de Altabix se convirtió, de hecho, en el epicentro del movimiento asambleario. Allí miles de trabajadores acudían a cada convocatoria para conocer las últimas novedades que traía la comisión negociadora o para adoptar alguna decisión.
Una de las personas que acudía a las convocatorias en el campo de Altabix era el joven trabajador de 18 años Andrés Rodes. Sin embargo, el mismo 22 de agosto en el que la patronal reconocía al movimiento asambleario, la Policía, de un disparo con pelota de goma, le hizo perder el ojo en el mismo estadio de fútbol. Rodes llevaba poco más de diez minutos cuando escuchó ruidos y gritos fuera del campo. La curiosidad por saber qué sucedía le hizo asomarse desde lo alto de la grada donde estaba sentado. La Policía estaba cargando contra algunos manifestantes. Una de las pelotas de goma que dispararon los agentes impactó en su ojo derecho.
"Eso generó mucha tensión, pero el movimiento asambleario supo responder con serenidad y responsabilidad ante las provocaciones", recuerda Martín Carpena. Los compañeros lo trasladaron primero a un hospital de Alicante y gracias a la caja de resistencia que se había creado por el movimiento asambleario pudieron sufragar los costes para ir a una clínica a Barcelona. Ante la posibilidad de que la lesión afectara al otro ojo, lo extirparon y le implantaron una prótesis. Años después, según relata Rodes, le obligaron junto a otros heridos a firmar una especie de amnistía para que no iniciaran acciones contra los responsables de la agresión.
Las negociaciones continuaron los días venideros. Una octavilla del 26 de agosto de 1977 a la que ha tenido acceso este periódico rezaba lo siguiente: "Los trabajadores del calzado seguimos en lucha por nuestro convenio, pero aún hay compañeros que siguen trabajando en su domicilio o de noche en las fábricas por lo que la asamblea de ayer decidió ampliar los piquetes para informar a estos trabajadores, ya que el convenio es de todos y tenemos que defenderlo juntos". Como recogía esta nota informativa y certifican miembros del movimiento consultados, la huelga contaba con la solidaridad y apoyo económico no solo de otros gremios como maestros, panaderos, bares y tiendas, sino también de municipios de alrededores de Elche.
La comisión negociadora de los trabajadores, a estas alturas de huelga, ya había reducido algunas de sus pretensiones, pero la patronal consideraba innegociable que las empresas abonaran el 25% de los salarios para completar el 100% en caso de enfermedad o accidente del trabajador, según publicaba El País. Las negociaciones se rompieron en este punto y pese a la presión de la patronal, otra nota de la comisión informativa del movimiento asambleario explicaba las razones y se alentaba a continuar. "Compañero, la huelga sigue", "Con nuestra unión conseguiremos un buen convenio".
Juan Vázquez, que también formó parte de la comisión negociadora, las recuerda como "duras y tensas". "Sabían [los empresarios] que teníamos razón, pero no querían negociar", asevera. En los primeros días de septiembre, el Ministerio de Trabajo puso sobre la mesa un laudo —decisión o fallo de un tercero aceptado por ambas partes. Antes de aceptarlo, la comisión tenía que llevarlo a la asamblea. Ese laudo recogía cinco puntos clave: el convenio tendría vigencia hasta marzo de 1978 (seis meses), las vacaciones se fijaban en cuatro semanas, se reconocía a favor del personal que estuviera prestando el servicio militar el derecho a percibir dos gratificaciones extraordinarias, las empresas acomodarían las retribuciones del personal masculino y femenino atendiendo al principio de ‛igual trabajo, rendimiento y calidad, igual salario‛ y se estableció un incremento salarial de un 25%. En la asamblea de Elche hubo un profundo debate, pero finalmente se decidió aceptarlo y dar por concluidos los 15 días de huelga y regresar a los puestos de trabajo.
Así se puso punto final a un movimiento de base y horizontal que nunca más volvería a repetirse. Los paros, movilizaciones y negociaciones del convenio que vinieron después ya se convocaron a través de los sindicatos. “Aquello [el movimiento asambleario] me marcó muchísimo, porque vimos que cuando la gente se unía se consiguen muchas cosas”, recuerda Emilia Soriano, que empezó a trabajar en el calzado con 14 años. “No hubo más movimiento porque no hubo más fuerza obrera”, evoca Carmen Moreno, trabajadora del sector del vulcanizado. Su trabajo está directamente relacionado con el calzado, pero su empresa contaba con otro convenio. Aun así, ella participó en todas las movilizaciones de ese verano del 77, una muestra de la solidaridad que protagonizó la clase obrera en ese momento.
Poco tiempo después también se consiguió incluir en este convenio la regularización del trabajo a domicilio para las aparadoras. Sin embargo, a día de hoy, más de 40 años después sigue siendo papel mojado y miles de mujeres sufren la precarización de una vida laboral invisible. Eso empujó en 2018 a un grupo de mujeres a crear la Asociación de Aparadoras y Trabajadoras del Calzado de Elche para pelear por el cumplimiento de sus derechos laborales más fundamentales y salir de la “esclavitud” como describe su presidenta, Isabel Matute, a la que miles de mujeres están sumidas en el sector del calzado. A pesar de ser un eslabón imprescindible en la cadena de fabricación del calzado, el apoyo efectivo en su lucha no ha contado todavía con el respaldo de la masa obrera, como sí sucedió en 1903 y 1977. Su presidenta asegura, no obstante, que seguirán luchando y peleando para hacer del oficio de aparadora un trabajo digno y respetado.