Fina Sánchez: "Nos dicen: ‘Denunciad’, pero si no tienes testigos y tu compañero tiene miedo estás sola"
Entrevista a Fina Sánchez, aparadora de 53 años
La mirada de Fina Sánchez está puesta en el futuro: en hacer del aparado un oficio digno. Quiere profesionalizar una labor que se ha ido transmitiendo de madres, tías, hermanas y vecinas a las nuevas generaciones y que teme, si sigue por el camino actual, que esté condenada a la desaparición en Elche. Con 53 años recién cumplidos, ahora mismo trabaja en un taller donde cobran un jornal "igual para todas", en lugar de a destajo–de este modo se cobra por par de zapatos hecho y no por horas trabajadas–, y "donde todo está legal". En la ciudad ilicitana esta es una distinción que es necesaria hacer: la economía sumergida está normalizada para el 90% de la población, según el estudio de Percepción de la Ciudadanía de Elche sobre la Economía Sumergida del Instituto Universitario de Investigación CIO realizado en 2018. Fina no quiere volver a tener que decir que se dedica a sus labores, o decir con la boca pequeña que es aparadora: quiere decir con orgullo que es profesional del aparado, y por ello lucha por su certificado de profesionalidad, que acreditará oficialmente sus conocimientos como profesional del calzado. "Me gusta el aparado porque es un trabajo creativo: estás creando moda y algo que va a hacer felices a las personas que lo llevan".
Fina nació en el campo de Elche y empezó a trabajar con 13 años en una fábrica de calzado zapatos de vulcanizado –que fabrica suelas a partir de caucho–, con horarios leoninos: de seis de la mañana a nueve de la noche con dos horas para comer. Ocho meses después cayó enferma debido al trabajo. Mientras, su hermana, tres años mayor, comenzó a aparar; aprendió con una vecina. "En aquel momento, para subsistir, era normal compaginar la vida agraria con la industrial en el calzado". Cuando su hermana aprendió, enseñó a Fina a aparar. "No sabíamos lo que eran las vacaciones" entre su dedicación al campo y al aparado. Con 20 años, Fina se casó y cambió el campo por la ciudad: "Había un taller de aparado en cada esquina". En ninguno le ofrecían contrato, así que se apuntó al INEM y le llamaron de algún sitio, pero siempre para contratos de pocas semanas. "Al final, no sé cómo, di con una fábrica que cumplía la ley; hasta ahora no he encontrado ninguna otra".
Pero Fina acabó trabajando en casa cuando se mudó de nuevo al campo. "Me dijeron que aplicaban el contrato domiciliario, que me pondrían a un intermediario que me traería la faena y me darían de alta. Pagaban muy bien la faena, pero pasaron dos temporadas y yo seguía sin contrato. Me enteré de que el intermediario decía a todo el mundo que estaba dado de alta, pero era mentira". Fina decidió denunciar, y eso conllevó que perdiera el trabajo. No fue la única vez que denunció: tuvo que hacerlo cuando en otro taller le dieron largas para hacerle contrato y finalmente cerraron la empresa. Gracias a esa denuncia le reconocieron ocho meses de cotización. "En los 2000 sí que se ganaba bien, y yo les decía: ‘Prefiero que me paguéis menos, pero que me deis de alta’. Pero no lo hacían". Tras más de 35 años aparando, Fina tiene cotizados en torno a siete años.
Cuando en abril de 2018 se crea la Asociación de Aparadoras de Elche, Fina decidió implicarse, pero, tras salir elegida vocal, descubrió que no compartía los objetivos por los que la mayoría de sus compañeras estaban luchando: mientras ellas luchaban por conseguir una jubilación digna tratando de que se les reconocieran los años trabajados en la economía sumergida, Fina tenía puesto el foco en la profesionalización del sector para que el aparado no desaparezca y sea un oficio de futuro. Posiblemente la diferencia de edad fue importante en los objetivos a perseguir: muchas integrantes de la asociación eran mayores que Fina, que en ese momento tenía 49 años, y estaban cerca de jubilarse. Por eso decidió marcharse para crear la Asociación Ilicitana Maia de Aparadores y Aparadoras, desde la cual lucha por atender a los trabajadores que están externalizados de las fábricas, como las aparadoras, pero también algunos cortadores. Fina no esconde su activismo: "Cuando entro a una empresa lo cuento, lo tengo en mi currículum. Les digo que lo hago porque yo no quiero denunciar; quiero que vendan zapatos, cuantos más, mejor; y cuantos más puestos de trabajo creen, mejor para mí y para todos. Desde la asociación promovemos el trabajo horizontal y la profesionalización para que en un futuro la gente quiera aprender".
Aunque Fina ha trabajado muchos años en casa, le gusta trabajar con compañeros: "Trabajando juntos intercambiamos técnicas de aparado. Si alguien está haciendo algo mal, el compañero puede avisarte; o si algo no sale, te puede ayudar. Trabajar sola es muy duro". Ella considera al empresario uno más: "Somos un equipo y tenemos que trabajar todos en igualdad para que la empresa funcione. Los jefes o los encargados no pueden tratarte mal, porque eres imprescindible. Los trabajadores, si queremos, arruinamos al empresario. No me hace falta denunciar: lo paro todo o le hago la producción mal para que pierda sus clientes. Ahí pierdes tu miedo". Busca una relación con el empresario que sea justa para el trabajador.
La necesidad de organizarse para ser más fuertes y tener más voz es algo que a Fina no se le escapa: "Falta concienciación. Es un camino largo hasta poder llegar a decir: ‘Aquí no se hace ni un par, si no ponéis una solución’. Pero está muy lejos hacer un paro. Cuando se consigue algo, todo el mundo quiere la solución; pero para luchar necesitas apoyos, y mucha gente se mira el ombligo". Existe un convenio del calzado, pero no se aplica en muchos casos: "Nos dicen: ‘Denunciad, denunciad, denunciad’. Pero si no tienes testigos y tu compañero tiene miedo de irse a la calle, estás solo a la hora de denunciar. Hay que tener pruebas". El miedo al despido siempre está presente, pero Fina sí nota una mayor concienciación que hace unos años. "Todo el mundo sabe que no hay derecho. Muchas me dicen que ya no van a trabajar a talleres porque no cumplen con ellas. Pero son mayores, y muchas consideran que para la edad que tienen ya no vale la pena luchar. Hay poca gente joven", se lamenta. En el taller donde ahora trabaja la compañera más joven tiene 44 años.
Fina no ha ha tenido que compaginar el aparado con el cuidado de sus hijos, porque no tiene, pero tuvo que cuidar de sus padres en su vejez: uno sufrió de alzhéimer y otro de demencia senil. También cuidó a su tía, que también se dedicó al calzado, cuando sufrió un ictus: "No reconocía a su hijo, no sabía quiénes éramos; solo hacía una cosa: movía las manos como si estuviera haciendo kioba. No estaba bien, pero lo tenía interiorizado", rememora Fina. "Yo también recuerdo haber soñado con la faena, repasando cómo podría hacerla mejor. Está en tu interior. A mí trabajar me quitaba el estrés". Aunque trabajar en el calzado también ha sido una tortura para otras mujeres: "Mi hermana le tiene manía; ahora es agente inmobiliario".
Cuidar de sus familiares quizá fue la razón que animó a Fina a estudiar atención sociosanitaria. Durante la pandemia, cuando mucho personal sanitario se contagió, tuvo su primera oportunidad de trabajar en residencias de ancianos; cuando lo recuerda se le ilumina la mirada: "Se sorprendían de que fuera la primera vez que trabajaba en ello. Cuidar a personas mayores es un trabajo muy bonito". ¿Si pudiera elegir entre el aparado y el cuidado de personas mayores? "Me gustaría combinar los dos". Considera que está a tiempo de conseguir suficientes años cotizados para jubilarse: "Es formación, hacer cursos y aprender todo lo que pueda aprender. Y cuanta más formación tenga, más posibilidades tengo de trabajar". Le gustaría aprender inglés y no descarta emigrar en busca de oportunidades: "Estoy sacándome el certificado de profesionalidad como aparadora para poder trabajar en cualquier país europeo y, donde se cumpla la ley, allí voy yo".