.- Lluïso Llorens

Josep-Antoni Ybarra: "Hay 17.000 mujeres que han trabajado años como aparadoras y ahora no tienen nada"

Josep-Antoni Ybarra es catedrático de Economía Aplicada de la Universitat d’Alacant y autor de uno de los escasos estudios sobre el modelo industrial del zapato en Elche y las comarcas circundantes. Un mundo que conoce a fondo y no solo por motivos académicos, sino también familiares, ya que él mismo es hijo de aparadora.

Joan Canela

¿Qué tiene de especial la industria del calzado respecto de otras?

Hay una parte del proceso productivo que es muy difícil de mecanizar y, por tanto, es muy intensiva en trabajo. Concretamente la costura de las piezas ya cortadas y después hacer la forma del zapato usando la horma. Es lo que conocemos como el aparado.

¿Siempre ha dependido de mujeres?

No. Esta ‛tradición‛ empieza después de la Guerra Civil, ya que antes de este momento también hay aparadores hombres, como en América Latina, donde también es un oficio mixto. En la zona de Elche se considera un trabajo esporádico, que se puede hacer en casa, aunque en épocas se hace en la fábrica, y que depende de un ejército de mujeres. Las aparadoras son la espina dorsal de la industria del zapato. Sin ellas toda esta industria no existiría.

Y al mismo tiempo son las menos beneficiadas de esta economía, ¿no? Con altos índices de economía sumergida.

Sí. Aunque no hay datos exactos sobre el volumen de esta economía sumergida porque nadie se ha molestado en estudiarlo. Mi estudio es de hace veinte años, pero nadie ha tomado el relevo. Lo más reciente es una encuesta, encargada por el Ayuntamiento de Elche en 2018, sobre cómo la gente interpretaba o asumía la economía sumergida. El resultado es que un 82% de la ciudadanía la asumía como un hecho cotidiano. Lo criticaba, pero convivía con esto.

¿Cómo se llega a esta situación?

Primero hay que entender la estructura empresarial del zapato, basada en un universo de microempresas que se especializan en una parte muy concreta del proceso productivo. Son empresas interdependientes y que a la vez tienen una feroz competencia entre ellas, aunque después el proceso industrial esté organizado y centralizado por dos sectores concretos: los que hacen el diseño y las comercializadoras. El resto cogen los encargos y hacen el trabajo, y como son pequeñas pueden ser muy flexibles en los pedidos. Y si la cosa va mal cierran la empresa, dejan las cotizaciones a la Seguridad Social y Hacienda en impagos y los salarios se cargan al Fogasa. Quienes sí cobran son los proveedores y los bancos, básicamente porque cuando haya que volver a montar la empresa habrá que pedir más material o créditos.

Pero a partir de los 80 hay un cambio.

Sí. Hacia mediados de la década el PSOE de Solchaga empieza a regular todo el tema de los contratos a tiempo parcial, los convenios, etc. Entonces el trabajo de las aparadoras vuelve a salir de las fábricas hacia las casas, los garajes, pequeños talleres clandestinos… A las mujeres se las estructura en la calle de forma consciente y, naturalmente, esto solo podía funcionar porque no había otras alternativas laborales. A partir de este momento empieza la expansión de la economía sumergida, que no solo es una cosa de Elche, sino que se extiende mucho más allá, por pueblos como Elda o Petrer, hasta Lorca y Yecla en Murcia, pasando por toda la Vega Baja. Y lo que era un trabajo esporádico se convierte en uno estable, aunque sea sin contrato. Aunque el convenio del zapato permite el trabajo a domicilio, esto no ha ayudado a regularizar está situación.

¿Qué consecuencias ha tenido para las aparadoras?

La más sangrante es que se calcula que hay 17.000 mujeres que han trabajado años como aparadoras y ahora no tienen nada. Ni derecho a paro ni una pensión. Y lógicamente están muy cabreadas. En los últimos años han salido diferentes asociaciones, pero no ha acabado de funcionar.

¿Y en términos de salud? Cuando entras en una zapatería siempre hay un olor muy fuerte, e imagino que no será lo mismo trabajar en una fábrica que en un local sin la ventilación adecuada u otras medidas de seguridad.

Este olor es el cemen, la cola para el aparado, y su uso continuado tiene efectos tóxicos, efectivamente. Hace unos treinta años murió una tía mía de una enfermedad en la que la sangre se le hacía agua. Es una enfermedad derivada del contacto con el cemen que no es masiva, pero sí relativamente entre las aparadoras. El cemen también produce fuertes dolores de cabeza. Desde la Universitat d’Alacant se han hecho estudios sobre estos efectos y son aterradores. Después hay otros más posturales como dolores de columna o en el metacarpio, que nunca se reconocen como enfermedades profesionales, aunque sea obvio.

Todo esto en las fábricas se ha ido vigilando y mejorando de forma paulatina, con material de protección, turnos, etc. Pero en las casas no solo es que la gente ahorre en los equipos, sino también que está trabajando en las cocinas, con los chiquillos en medio de las máquinas y las colas.

Toda esta zona era muy industrial, con un fuerte tejido empresarial en juguete, textil y otros, y sufrió como pocas las deslocalizaciones a terceros países, especialmente Asia. ¿Podríamos decir que el calzado optó por una especie de deslocalización interna?

Bueno, es que el perfil empresarial del sector del zapato no tiene nada que ver con el del juguete o el textil. Hasta donde yo he visto, estos son gente comprometida con la innovación y mucho más dinámica. De los empresarios del zapato se dice que son emprendedores. Bueno, algunos habrá, pero yo he visto mucho especulador. Y siempre han optado por la vía más fácil, o sea abaratar precios a costa de precarizar la mano de obra, en vez de modernizarse.

Pero usted mismo señalaba que era una industria intensiva en mano de obra, difícil de mecanizar…

A ver, lo voy a contar con un ejemplo. ¿Te gusta esquiar? Cuando vas a esquiar usas como mínimo cinco pares de zapatos diferentes: zapatillas deportivas, las botas de esquí, zapatillas de ducha, botas de montaña, los descansos… Hay muchos tipos de zapatos y cada tipo tiene su complicación y ofrece sus oportunidades. Tienes muchas alternativas. ¿Crees que los zapatos italianos que valen 200 euros se hacen de la misma forma? ¡No tiene nada que ver!

Los zapatos de Inditex se fabrican en Elche, son muy baratos pero a la mínima se rompen. Pero si piensas en unos zapatos de calidad, el trabajo que generas es muy diferente. Se puede comparar con la agroalimentación. Tú puedes producir carne de calidad en pequeñas explotaciones para el comercio local o puedes tener macrogranjas para exportar masivamente a China al menor precio posible. Lo que genera un modelo u otro es muy diferente. Y esto es una lástima.

¿Una lástima?

El modelo Elche de ciudad-fábrica es impresionante. ¿Sabes por qué se concentra allí toda la industria del calzado? Porque todos los proveedores están allí. Es posible encontrar la goma más específica o el hilo más raro o la pieza más compleja. Y lo mismo con los trabajadores más especializados. No se trata de una gran fábrica montada por una multinacional extranjera que en cualquier momento puede cerrar e irse, sino de todo un ecosistema donde todas las empresas trabajan las unas para las otras. Se retroalimentan.

Entonces, ¿qué necesitaría?

Nunca se ha estructurado. Ni las empresas ni las instituciones han hecho un esfuerzo para regularlo e impulsarlo y han dejado que prevaleciera este sistema pirata. Pero trabajándolo bien, promoviendo la cooperación, la creatividad y la cohesión, es una riqueza impresionante.