Opinión

Gerardo y la noche

Virginia P. Alonso Directora de Público

26 de diciembre de 2022

Como ayer contigo fui, / hoy contigo también voy; / que no sería quien soy /
si no te siguiera a ti.
Mi mano y mi corazón, / ¡contigo!, que Asturias grita, / como ayer: ¡Viva el Nalón /
y viva la dinamita!
Rafael Alberti (1963)

El pasado junio viajé a Oviedo invitada por Diego Díaz, director de Nortes, el último medio regional en asociarse con Público. Diego quería que asistiera a su asamblea anual de suscriptores, pero la visita acabó resultando más fructífera de lo que imaginé en aquel tren Alvia, cuya entrada en Asturias dibuja uno de los más bellos y bucólicos trayectos del ferrocarril español (con la maravilla añadida de que no hay cobertura).

Allí nos reunimos con distintos líderes de grupos políticos y sindicatos asturianos, entre otros. Hablamos de los sesenta años de la Güelgona, de los históricos militantes comunistas Anita Sirgo o Vicente Gutiérrez Solís, del estado actual de las cuencas mineras y de la sangría demográfica que en nada dejará Asturias por debajo del millón de habitantes (el 1 de enero de 2022 tenía 1.006.193 ciudadanos según los datos del INE).

Fueron conversaciones fugaces en una visita relámpago, pero suficientes para vislumbrar la complejidad de este territorio, los retos que tiene por delante y empezar a darle vueltas a un proyecto conjunto que resultó en el embrión de las páginas que tienen ahora en sus manos (o ante sus ojos).

Como no podía ser de otra manera, las mujeres, que tan relevantes fueron para el éxito de aquella Güelgona, tienen un papel preponderante en este recorrido periodístico por la historia minera de Asturias, que lo es también de la lucha de la clase trabajadora por su dignidad. Pero es difícil hablar de dignidad, de clase trabajadora y de Asturias sin detenerse en una persona concreta: Gerardo Iglesias.

Iglesias tenía casi 17 años en aquella primavera de 1962 en la que se sucedieron una serie de protestas en Asturias que lograron frenarle los pies al franquismo y condicionar la gestión de conflictividad laboral posterior no solo en las cuencas, sino en toda España.

A las pésimas condiciones de trabajo y salariales de los mineros se sumaba un segundo malestar, en este caso político. Tras el fin de la guerra, los montes asturianos habían albergado resistencia armada; makis y guerrilleros que aguantaron gracias al apoyo de vecinos con los que después se cebó la represión franquista. Muchos hijos de estos represaliados participaron y fueron parte del éxito en la Güelgona. Uno de ellos era Gerardo Iglesias.

Para entonces, llevaba dos años trabajando en la mina, desde los 15; a los 16 ya era picador. Cuando el régimen se toma la revancha de la Güelgona, Iglesias es detenido y sufre durante días las palizas del inspector Pascual Honrado de la Fuente, uno de los verdugos que rodeaban a Claudio Ramos, comisario de la Brigada Político Social en Asturias. Sería solo su primera detención; los años de prisión llegarían después.

"A mí nadie me pidió perdón por apalearme en comisaría ni por mis años en la cárcel", lamentaría en una entrevista concedida a Público en 2015. Tal vez por eso se sumó a la Querella Argentina y, ya fuera de la política, se convirtió en uno de los rostros más reivindicativos de la memoria democrática en España. De hecho, llegó hasta el Tribunal Europeo de Derechos Humanos en busca de justicia después de que el Tribunal Constitucional rechazara su recurso de amparo por no ser atendida su denuncia en la justicia ordinaria por las torturas policiales que sufrió. El TEDH también dijo que no podía hacer nada por las víctimas del franquismo.

Su militancia comunista le costó en varias ocasiones el despido de la mina y acabó liderando el Partido Comunista asturiano cuando este tenía unos 10.000 afiliados en la tierrina. Entre 1982 y 1988 coge las riendas del PCE como secretario general en el peor momento de su historia en democracia, con sólo cuatro diputados en el Congreso y tras la renuncia de Santiago Carrillo. Y en 1986 es uno de los impulsores del nacimiento de Izquierda Unida. La aventura en la política activa nacional duraría poco, pero en ese breve espacio de tiempo vivió cómo Santiago Carrillo se refería a él como "traidor" y cómo Felipe González y Alfonso Guerra intentaban desdibujar su imagen a base de retratarlo como "un borracho".

Después llegó la retirada... y la sorpresa, sobre todo en tiempos de puertas giratorias y de explotación, en muchas ocasiones obscena, del rédito personal a partir de la actividad político-pública. Gerardo Iglesias dejó todos sus cargos en 1989 y regresó a la mina, a su puesto de picador, donde poco después sufrió un accidente que lo tiene postrado en una silla de ruedas con una lesión en la espalda y terribles dolores que duran ya tres décadas.

Así es como vive, jubilado, con 77 años, en un piso de un barrio popular de Oviedo. Y desde las dos ruedas de su silla es desde donde ha emprendido la que posiblemente sea su última cruzada: la denuncia del "abandono" que dice sufrir por parte de la sanidad pública. Desde enero de 2022 espera una nueva intervención quirúrgica que aún no tiene fecha. Ha recurrido hasta al Defensor del Pueblo en un intento de visibilizar su situación "y la de mucha gente que se encuentra en mayor o menor grado marginada" a consecuencia de la "deshumanización" de la sanidad pública, la falta de cobertura de plazas y un "intento de ir privatizando poco a poco", según sus propias palabras.

En un país tan dado a olvidar, sirvan estas líneas para reivindicar a una de las figuras más relevantes del sindicalismo y el comunismo en Asturias y en España, a quien desafió el refrán asturiano "En casa'l probe siempre ye de nueche" (en casa del pobre siempre es de noche) a base de prender la llama de los derechos y la dignidad. Aunque la noche nunca haya dejado de acecharlos.