Opinión

España en el diván

Alana S. PorteroHistoriadora, escritora y directora de teatro. Autora de ‘La mala costumbre’ (Seix Barral)

13 de julio de 2023

“Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, dice Agrado, prostituta y excamionera trans en la película Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar. Y cuando recuerdo aquella escena pienso que a mí me gustaría sentar a España en el diván, sentarnos a todas y cada una de las personas que la componemos y preguntarle,  Preguntarnos, si esta España democrática cuarentona se parece en algo a sí misma, a sus sueños, a lo que creíamos que iba a ser de mayor.

Pongo el nacimiento ahí, con la recuperación de la democracia, porque deseo de todo corazón que así sea, que no seamos una nación vieja y achacosa que sueña con imperios y  puños de hierro militares. Entiendo el fetiche y no soy ajena a las estéticas victoriosas y relucientes, haber dedicado mis años académicos a la Edad Media no fue casualidad, aquí  donde me ven, roja y tirando a desviada, tengo mis pulsiones cortesanas a flor de piel y aprecio más que nadie un buen caballo rampante en gules sobre campo de azur. Pero estas veleidades estéticas o estos amores por las narrativas de conquista y dominación no pueden, ni deben, conformar la espina dorsal de un país, de una nación. Sirven, en todo caso, para atesorar obras de arte flamoyantes, retratos de espíritus del pasado muy bien compuestos y poco más.

La historia se reescribe continuamente, acorde a los tiempos y paralela a la investigación, que cuenta cada vez con mejores medios. Esto, de forma inevitable, despierta voces que  quedaron enterradas debajo de la gloria de los vencedores y es de justicia, un gesto de caballerosidad de quien se tenga por tal, enfrentarse a esas contradicciones y reconocer que lo que algunos entienden por gloria —aquí ya me desmarco— suele estar cimentado sobre mucho dolor.

A la historia, a los amigos, a los enemigos, a los amores y a una misma conviene mirarlos de frente, a los ojos, y estar dispuestos a soportar toda pasión que nos venga con la mirada de vuelta, por alta o baja que sea.

En mi diván, España es ese padre conservador, hijo de militares, al que el niño le sale maricón y se lo toma muy a pecho, retirándole la palabra y negándole la genealogía un par de años pero que, pasado un tiempo prudencial, termina llorando en la boda del muchacho y abrazando al yerno como a otro hijo ganado para su casa. No le hacen gracia las muestras de cariño durante la paella de los domingos, pero será el primero en defender a su prole donde toque, en la barra del bar, en la junta de vecinos o en las reuniones familiares.

No somos un país fácil y tenemos la perspectiva de pasado sueltecita para la gloria pero nos dan mucho miedo los fantasmas y las heridas sin cerrar. Ese padre rígido, a veces borrico pero tierno, se ha equivocado muchas veces y ha hecho daño, pero termina por aprender, por encontrar la veta de bondad y de belleza que tiene, una vez realizado ese camino no suele volver atrás.

Pero hay otras Españas.

Negar la realidad no va a cambiarla y ese giro a la sinrazón, esa vuelta atrás se extiende por nuestras tierras y nuestras vecinas como brea, también somos ese país, colonialista,  voceras, permeable al odio y capaz de derramar sangre en su propio árbol genealógico. A esa España que suelta espumarajos por la boca y amenaza a quien se le cruza también   hay que mirarla a los ojos y ponerle límites. No es fácil, da miedo, tiene experiencia en esto de erradicar lo que no le gusta, pero nosotros, nosotras, que intentamos no ser así, también somos nación, no somos invitados e invitadas, no estamos aquí de prestado. Somos hijas de esa oscuridad y la llevamos dentro pero también de los desaparecidos en las  noches sin luna, de las rapadas, de las leyes de peligrosidad social, de los movimientos obreros, de las redes vecinales, de las que migraron por un futuro mejor y nos bendijeron la piel con cultura y melanina, de las luchas sindicales, de la clandestinidad, del arte que besaba en los labios a España desde el exilio, de las que se han deslomado a fregar, de los que  dejaron el colegio a los diez años y no han conocido más que ser tratados como bestias de carga. También de quienes reniegan de lo español y están deseando quitárselo de  encima.

Esa España que somos es orgullosa, contradictoria, escandalosa, sabe resistir, es divertida, firme, peleona, imperfecta y buena. Capaz de contagiar su dignidad a quien tiene al lado.  Capaz de enfrentarse al odio sin dar pasos atrás. Capaz de cumplir los sueños que un día este país, esta tierra, tuvo para sí misma. Sueños en los que caben esos padres  rígidos que, una vez que entienden que el amor y lo que tenemos en común, lo pueden casi todo, jamás participarían de una España que no se entiende a sí misma y que confunde fetiche con política. No somos un país fácil, pero somos mejores que este ruido y esta furia que pretende instalarse de nuevo entre vecinas, padres, hijas, hermanos y desconocidos. Que no se nos olvide.