- SANTIAGO BARÁ

23J: emociones, datos, certezas e incertidumbres

José Pablo Ferrándiz Director de Opinión Pública y Estudios Políticos de Ipsos y profesor asociado de la UC3M en el Departamento de Ciencias Sociales

En las últimas elecciones generales celebradas hasta la fecha en nuestro país, las del 10 de noviembre de 2019, se produjo un acontecimiento histórico: por primera vez se constituyó un Gobierno de coalición nacional. España dejaba así de ser la excepción dentro de la mayoría de las democracias liberales y experimentaba a nivel nacional algo que ha  sido habitual en muchos gobiernos autonómicos y municipales: los Ejecutivos compartidos. En aquella ocasión, un gobierno de izquierdas del PSOE y Unidas Podemos.

Cuando escribo estas líneas faltan veinticinco días para el 23J, fecha elegida por Pedro Sánchez para la celebración de las decimosextas elecciones generales desde la  restauración de la democracia en nuestro país. Y la demoscopia electoral indica en estos momentos que el próximo Gobierno de España será, con mucha probabilidad, otro Gobierno de coalición, pero esta vez, conformado por partidos políticos de derecha: PP y Vox.

Los datos de encuestas que manejamos actualmente en Ipsos ponen de manifiesto una mayoritaria pulsión de cambio entre el conjunto del electorado español que facilita que se den las tres condiciones que desde hace un tiempo veníamos señalando como necesarias para que se produzca una victoria electoral de la derecha: que no haya más de dos  partidos compitiendo en ese espacio electoral; que se produzca una desmovilización de una parte importante del electorado de la izquierda; y que haya un trasvase de votos desde los partidos situados en el bloque de la izquierda hacia los de la derecha.

Menor fragmentación de la derecha

La primera condición es ya un hecho y la izquierda no tienen ninguna capacidad de revertirla. La decisión de Ciudadanos de no presentarse a estas elecciones reduce la fragmentación política y electoral en el bloque de la derecha y deja la competencia en manos de solo dos partidos (PP y Vox) que pueden rentabilizar mejor el número de votos en
términos de escaños. Sin sus dos principales atractivos electorales, más de la mitad de los votantes de Ciudadanos ya habían optado, antes incluso de anunciar su ausencia el 23J,
por regresar a la casa matriz de donde partieron allá por 2015: el PP. Algunos otros, los menos, prefieren refugiarse en Vox y una tercera parte opta por la abstención. Ninguno de los partidos de izquierda aparece como beneficiario de la orfandad de este electorado.

Hipotensión electoral en la izquierda

La segunda condición tiene que ver con la menor predisposición a acudir a votar de una parte importante del electorado de la izquierda. Con anterioridad a las elecciones  municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo hablábamos de una desmovilización demoscópica. Las encuestas mostraban una desactivación electoral en este espacio ideológico, pero atribuible a dos cuestiones: una, que las elecciones generales no estaban convocadas y dos, que la izquierda estaba en el Gobierno. En estos casos, cuando el partido al que se suele votar está en el Gobierno y cuando todavía resta tiempo para la celebración de los comicios, la tensión electoral de los potenciales votantes de los partidos gubernamentales suele ser siempre menor (al contrario de lo que sucede con la de los electores de los partidos de la oposición, siempre mucho más movilizados).

No obstante, el resultado de estos últimos comicios autonómicos y municipales ha puesto de manifiesto que esa demovilización, además de demoscópica, era también real. Y  parece haber afectado más al electorado del PSOE que al de la izquierda alternativa (la situada a la izquierda de los socialistas) en contra de lo que los primeros análisis  postelectorales parecían concluir. Los datos agregados arrojaban una menor pérdida de voto de los socialistas que del resto de fuerzas situadas a su izquierda, pero, en realidad, parece haberse producido lo contrario: ha habido un desplazamiento de votantes de esa izquierda alternativa hacia las candidaturas socialistas, y una mayor desmovilización del tradicional votante del PSOE.

En busca de los temas de campaña

Pero ¿por qué se ha producido esa desmovilización? El hecho de que los temas que han dominado la campaña electoral del 28M no hayan sido los relativos a la gestión de los gobiernos autonómicos y locales (un terreno en el que el PSOE se hubiera defendido bien en términos electorales), sino otros de ámbito nacional sería uno de los motivos  principales detrás de esta desmovilización del electorado del PSOE. El PP logró situar en el debate político y mediático cuestiones que dividen la opinión de los votantes socialistas y que, por tanto, desmovilizan a una parte de ese electorado. Temas como, por ejemplo, las relaciones del ahora Gobierno en funciones con formaciones independentistas como
ERC o EHBildu (las menciones a la banda terrorista ETA tenían como objetivo recordar esas conexiones).

Es probable que los populares se vean tentados a repetir esta misma táctica de cara al 23J. No solo para mantener la desmovilización de la izquierda, sino para provocar la tercera de las condiciones: la transferencia interbloques. Cuando la agenda política y mediática ha estado dominada por temas como los indultos a los políticos catalanes presos por el procés; o la derogación del delito de sedición; o la relación del Gobierno con EH Bildu, el trasvase de votos desde el PSOE hacia la derecha (principalmente, al PP) detectado en las encuestas se ha visto incrementado. El punto álgido de este trasvase se alcanzó, según datos del Barómetro del CIS, en febrero de este año, precisamente tras la derogación del  delito de sedición y la reforma del de malversación: casi 700.000 votantes.

El último dato correspondiente al mes de junio situaba esta cifra por encima del medio millón de votos. Revertir estas fugas es el primer paso para que la izquierda pueda, al menos, empatar la contienda electoral el próximo 23J. El segundo es, como ya se ha señalado, movilizar a su electorado natural que hoy por hoy es más tendente a quedarse en casa que a acudir a la cita con las urnas.

Fácil, desde luego, no es. El sentimiento con el que la mayoría de los electores, sean de izquierda o de derecha, afronta estas elecciones es ahora de preocupación: pero una  preocupación movilizadora en el caso de los electores de la derecha (va acompañada de ánimo e ilusión) y desmovilizadora en el caso los electores de la izquierda (va de la mano de la indiferencia y el desánimo). La izquierda debe encontrar la forma de convertir esa preocupación en movilización. Y debe ser no a través del miedo sino a través de la ilusión: se sabe que la izquierda necesita habitualmente un plus de esperanza para activarse electoralmente. Y en estos momentos, este no está presente.

Por tanto, los temas que centren la campaña electoral van a ser decisivos para que cada bloque pueda alcanzar sus objetivos. Pero todavía no parecen tenerlos claramente definidos.

El terreno de las emociones

Así pues, estas elecciones van a volver a jugarse más en el terreno de las emociones que en el de los hechos y la racionalidad. Insisto en que la izquierda tiene que encontrar la que mejor engarce con un electorado preocupado y desanimado. El PP hace tiempo que tiene la clave para tener a su electorado (y, en general, a todo el electorado de la derecha) plenamente movilizado: el “antisanchismo”. Una encuesta de 40dB para El País señalaba que acabar con este, era el principal motivo que manifestaban los electores para votar al PP el 23J. Y en este momento, el PP liderado por Alberto Núñez Feijóo es el mejor medio que parecen haber encontrado los electores de la derecha para conseguir ese fin: acabar con el “sanchismo”.

Pero existen dos riesgos evidentes para la derecha asociados a este planteamiento. El primero es que el PP sea percibido como el único partido capacitado para lograr ese fin y una parte de los actuales votantes de Vox ejerzan el voto útil y acaben votando a los populares. Una canibalización que podría poner en riesgo la mayoría absoluta del PP y Vox. Un ejemplo: si en las circunscripciones medianas (las que distribuyen cinco y seis diputados) Vox pierde terreno y queda por detrás de Sumar, el PP vería incrementado, en la mayoría de los casos, su número de votos, pero no así de escaños. Sin embargo, el sorpasso de Sumar le reportaría al partido de Yolanda Díaz, y, por ende, a la coalición de izquierdas, un número de diputados con los que ahora no cuenta. Suma cero: lo que ganara la izquierda lo perdería la derecha.

El segundo riesgo es el contrario. Que el votante del PP cambie de opinión. Imaginemos que de aquí hasta que se celebren las elecciones las encuestas muestran que la suma del PP y Vox no alcanza para acabar con el “sanchismo”. En este caso, el medio podría ponerse en duda y empezar a cuestionarse el liderazgo de Núñez Feijóo. El líder gallego no está especialmente bien valorado por el conjunto de los españoles. En lo que va de año, y según datos del CIS, Feijóo no ha logrado superar a Pedro Sánchez ni en evaluación media, ni  en confianza por parte de los españoles ni en ser el preferido para ocupar la presidencia del Gobierno. El PP no suele hacer buenas campañas y si la estrategia del “antisanchismo” no le va bien, los nervios pueden volver a aflorar. El plan B de los votantes de la derecha podría ser mirar hacia Vox (ya lo hicieron en la época de Casado cuando las encuestas  situaban al PP siempre por detrás del PSOE).

En definitiva, a menos de un mes de las elecciones, la única certeza que parece existir es que el PP será el partido que obtenga mayor número de votos y escaños el próximo 23J, un dato en el que también coincide el CIS del mes de julio. A partir de ahí, entramos en el campo de las incertidumbres, unas más que otras. Hoy por hoy la mayoría de los indicadores apuntan a que la suma de escaños del PP y Vox superará los 176 escaños que otorgan la mayoría absoluta. Pero en toda democracia existe la incertidumbre ex ante
que se refiere a que el resultado no está predeterminado, esto es, no se sabe quién va a ganar las elecciones. Incluso en los casos en los que las encuestas prevén un ganador
anticipado (como es ahora el caso), siempre existe la posibilidad de que se produzca un vuelco electoral. En este caso, el vuelco significaría que el bloque de la derecha no ha
logrado el objetivo. A partir de ahí, se abriría una puerta a lo desconocido: podría ser la primera vez en España que el partido que queda en primera posición no acabe gobernando.
En todo caso, en la incertidumbre está la esencia de la verdadera democracia. Confiemos en que así sea.

FUENTE: CIS. Elaboración: José Pablo Ferrándiz y Santiago Bará