Hashtags para la primera revolución global
Una izquierda rejuvenecida y cabreada trató de reformular el marxismo desde el propio marxismo en busca de nuevos modos de hacer
El inolvidable Pasolini se filmó su propio mayo cinco años antes de 1968. Con una cámara de 16 mm y un micrófono grabó una encuesta en Italia que se convertiría en un documental llamado Comizi d’amore en el que niños, trabajadoras de fábricas o jugadores de fútbol opinarían sobre esas dos grandes obsesiones del cineasta: sexo y consumismo. Destapó el tabú de la sexualidad justo en el momento en el que el Estado italiano prohibía los divorcios y los burdeles.
Desde la vecina Francia, a Pasolini le llegaban mensajes contradictorios sobre las barricadas, protestas y “orgías vandálicas” con las que amenazaban los estudiantes recién salidos de ver películas de la nouvelle vague en aquel París del 68 que pedía a gritos libertad, igualdad y sexualidad. Francia espoleó, precedió y antecedió un año de revuelta global y primaveras de protestas estudiantiles y obreras desde el Cono Sur hasta Europa, Japón, África y EE UU.
Las ideas inspiradoras brotaron entonces en distintas partes del mundo desde posiciones de izquierda radical: trotskismo, maoísmo y anarquismo. El sujeto revolucionario de la tradición marxista se vio modificado: el varón obrero de la fábrica se veía sustituido por el estudiante universitario de
clase media. Los de la primera línea, no obstante, seguían siendo varones, con las mujeres pisándoles los talones. “En Mayo del 68 hay una crítica profunda a una izquierda tradicional marxista que deja de dar respuesta a muchos problemas y reivindicaciones de colectividades vulnerables y no tan vulnerables”, apunta la profesora de Ciencia Política de la UCM Máriam Martínez Bascuñán.
En realidad, el capítulo francés de la primera revolución global quiso reconfigurar los mandos de un mundo en el que desfilaban los Beatles, el hippismo y las primeras televisiones a todo color pero que seguía estando gobernado por hombres nacidos el siglo pasado, como Charles de Gaulle. Mientras, hubo incluso quien pasó de las manifestaciones y encontronazos con la Policía a la militancia en grupos violentos minoritarios que aparecieron en un momento histórico en el que había, según el periodista Ramón González-Férriz, “una fascinación global por la lucha armada”. No es casual que la primera víctima mortal de ETA se produjera en junio de 1968. Esa izquierda rejuvenecida y cabreada que trataba de reformular el marxismo desde el propio marxismo iba a la caza de otros modos de hacer.
Cuba, inmersa en plena ofensiva revolucionaria y todavía renqueante por el reciente asesinato del Che Guevara, también era un espejo utópico en el que reflejarse. Pero el puño en alto y la mirada la dirigían, sobre todo, a China, inmersa por aquellos finales de los sesenta en los inicios de la revolución cultural de Mao. Todavía no sabían que esa depuración de los cuadros del Partido Comunista Chino acabaría en “una matanza brutal”, como explica González-Férriz: “El maoísmo se vio como una respuesta, algo que el comunismo soviético no logró. Se entendió como una manera de forjar una democracia socialista, diferente a las dictaduras disfuncionales no democráticas que se habían visto hasta entonces”.
La impronta de El libro rojo de Mao caló hondo en Europa. Especialmente en países como Italia, donde se conocían como ‘i cinesi’ a los estudiantes
que protagonizaron las revueltas de aquella primavera. En el caso de España, el reflejo maoísta se evidenció con la fundación del partido Bandera Roja en 1970, procedente de una escisión del PSUC. Y Mao ya lo había dicho antes: una revolución no es como una cena con amigos, o como pintar un cuadro. Es algo mucho más difícil. Adaptado al presente se podría decir que una revolución no es escribir un tuit o viralizar un hashtag. De hecho, #Prohibidoprohibir, #Laimaginacionalpoder hubieran sido buenos hashtags. Pero mayo del 68 no venció.
La profesora Martínez Bascuñán rechaza reducir el movimiento a un conjunto de ismos o ideologías. La efervescencia revolucionaria de aquellos días no pretendía inventar nada, ni siquiera ideologías, pero sí transformar todo lo conocido. “Estos eslóganes muy creativos marcaron una forma de protesta que inspiró otras posteriores”, dice Bascuñán. Al feminismo, por ejemplo, le meció hacia su segunda ola. “Las mujeres que participamos en esas protestas nos topamos con el patriarcado que existía dentro de esos movimientos alternativos”, explica la catedrática de Filosofía Montse Galcerán. La liberación sexual también tuvo un sesgo de género y se planteó, por primera vez, que las relaciones sexuales no tenían por qué ser como los varones querían, por muy de izquierdas que se creyeran. El deseo sexual de la mujer acababa de hacer irrupción en la escena.