Al mal curro, mala cara... y peor salud
Lunes por la mañana, pasan las 9:30 horas. Suena el teléfono. Una joven del departamento de comunicación y márketing de...
Lunes por la mañana, pasan las 9:30 horas. Suena el teléfono. Una joven del departamento de comunicación y márketing de una gran empresa descuelga desde su cama. No puede ser, le están gastando una broma. Que no, que hoy es domingo, no es lunes. ¡Mierda! ¡Es lunes! Efectivamente, era lunes y esta joven, desorientada, a toda prisa, comenzaba una nueva semana laboral.
Esta anécdota, que sugiere que cuando una persona trabajadora está sometida a un alto nivel de estrés, ansía más tiempo libre y puede llegar a desorientarse, nos la cuenta Diana. Es actriz y va a formar parte de una producción para la próxima temporada de uno de los principales teatros públicos de Madrid. En el proceso de creación de esta obra, el equipo artístico tiene que desarrollar una serie de entrevistas a distintas personas acerca de cómo hoy llenamos, de forma exagerada, nuestro tiempo de actividades para sentirnos útiles, valoradas. El reconocimiento laboral tiene mucho que ver con esto.
“Un sociólogo al que entrevistamos nos contó que personas a las que él había entrevistado para su tesis, que trabajaban en consultorías para grandes empresas, tenían pérdidas de memoria, se desmayaban en el trabajo... Nos contó que un señor llamó a su mujer desde el coche, camino al trabajo, porque no sabía qué estaba haciendo allí, quién era, ni dónde estaba”, prosigue Diana.
Sonia es una joven música que participó hace unos meses en un grupo de discusión organizado para una investigación universitaria en Madrid sobre la precariedad laboral en la juventud. Nos narra algo de lo que vivió aquella tarde. “Fue una opinión generalizada que el nivel de incertidumbre que vivimos ha disparado nuestros niveles de ansiedad, lo que se traduce en peor calidad del sueño, nerviosismo, una continua necesidad de evasión consumiendo series, redes sociales, alcohol o drogas”, recuerda.
“Algunos compañeros hablaron de cuadros depresivos que relacionaban con la ruptura de sus expectativas profesionales, éramos ocho personas y la mitad habían recurrido a ayuda psicológica”, prosigue Sonia, añadiendo: “A nivel físico, y hablando sólo en mi caso, creo que la ansiedad se ha juntado a que, cuando estoy parada, mi vida es el doble de sedentaria".
El hecho de no tener rutina o de tener demasiado tiempo libre ha provocado que no me permita disfrutar de ese tiempo libre y paso horas delante del ordenador enviando currículums”. Ahora Sonia tiene trabajo, precario, por lo que fue seleccionada como muestra para esta investigación. Luis Gimeno es el responsable del grupo de desigualdades e inequidades en salud de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria. Desde este grupo estudian cómo influyen los determinantes sociales en los pacientes. Nos describe algo curioso: en momentos de crisis económica y social, a corto plazo, disminuye la mortalidad, mientras que a medio y largo plazo, aumenta. “Esto es porque, en un primer momento, hay menos accidentes laborales y también de tráfico, al haber menos trabajo, la gente se desplaza menos”, argumenta.
“Por otro lado, y esto es muy preocupante, ya sabemos de otras crisis que a largo plazo, sobre todo si aumenta la desigualdad social, como en España, la salud empeora muchísimo, sube el cáncer, infartos, bronquitis crónica…”, advierte Gimeno de lo que puede venir en los próximos 10, 15 o 20 años. “Los estilos de vida menos saludables concentran este tipo de enfermedades. Por ejemplo, donde más obesidad infantil hay es en las familias empobrecidas. Los niños y niñas obesas tendrán muchos más problemas de salud dentro de unos años. Además, las personas pobres son las que más fuman, menos deporte hacen o peor alimentación tienen”, añade. Por otro lado, Gimeno asegura que, en el corto plazo empeora rápidamente la salud mental: “En España se ha visto cómo se ha aumentado el consumo de antidepresivos y ansiolíticos con la crisis, porque muchas veces damos una solución médica a un problema social”. Y recuerda las recomendaciones de la OMS para incidir en que “no debemos ni medicalizar ni psicologizar lo social, la OMS dice que los principales determinantes de la salud son sociales y sociales deben ser también las soluciones”.
Numerosos son los trabajos académicos y periodísticos que han reflejado la estrecha relación entre la vulnerabilidad laboral y la salud. Destacamos, entre otros, los de Joan Benach, de la Universitat Pompeu Fabra. Una vulnerabilidad laboral que, más allá de la precariedad, temporalidad del empleo o el desempleo, tiene que ver con otras variables, como la inseguridad en el trabajo, las condiciones salariales y también con otros factores intrínsecos que condicionan la salud.
Cada vez más, aunque quizás no tanto como se debía, se busca otorgar una comprensión científica a esta relación entre condiciones laborales y salud. Mireia Julià es integrante de un grupo que investiga las desigualdades en salud y condiciones laborales integrado en el Departamento de Ciencias Sociales y Políticas, precisamente, de la Pompeu Fabra. “Vemos cómo las condiciones de empleo y ocupación, es decir, el paro, la precariedad laboral y el trabajo informal, pueden afectar a la salud”, explica. Prosigue: “Hicimos un cuestionario en 2005, precrisis, después lo repetimos en el 2010, en plena crisis, y a través de otras encuestas hemos conseguido datos en el 2015 que estamos analizando”. Estas investigaciones se centran en conocer cómo afectan estas variables relacionadas con el ámbito laboral a la salud mental y a la salud autopercibida, esto es: cómo creen que se encuentran de salud las personas investigadas.
“La gente con mayor precariedad tiene más del doble de problemas de salud que aquella que no sufre precariedad laboral; además, las mujeres, la juventud y las personas inmigrantes sufren más precariedad”, confirma esta investigadora catalana. “Donde más impacto tiene el desempleo es en la salud mental, me refiero a alteraciones de bienestar mental, no me refiero a que todo el mundo tenga una enfermedad diagnosticada”, asegura Julià, que concreta: “Esto se refleja en si la persona se ha visto más triste, si no puede realizar tareas como antes o ha sufrido mentalmente cambios de situación”.
Tanto Julià como Gimeno advierten, también, de que una existe una relación entre la crisis social y económica, y por ende laboral, con un aumento de la tasa de suicidios. “Los casos más mediáticos y visibles son los desahucios, esa gente que se suicida antes de perder su casa, también hay factores derivados de la precariedad laboral que pueden influir”, comenta Gimeno. “Han aumentado los suicidios, no se puede decir que la crisis sea la causa, pero hay una asociación de un aumento de los suicidios en todos estos años”, confirma Julià.
El responsable de salud laboral de CC OO, Pedro Linares, cree que uno de los factores que hace empeorar la salud en relación a motivos laborales es que el actual e inseguro mercado laboral, así como las altas tasas de desempleo, que las personas trabajadoras tengan miedo de poner en riesgo su puesto de trabajo. “Se asumen mayores cargas de trabajo y, sobre todo en las actividades más físicas, se derivan problemas de esto, muchas del aparato muscular y esquelético”, describe.
El falso mito del absentismo
“Tenemos contrastado que mucha gente trabajadora hace dejación de derechos ya reconocidos por este miedo, van a trabajar enfermos, en contra del falso mito creado sobre el absentismo, no se llegan a cumplir las bajas y se reincorporan al puesto de trabajo antes de que finalicen estas”, añade. Las reformas laborales han ido otorgando más poder unilateral al empresario, que tiene una alta capacidad de establecer las condiciones de trabajo, las jornadas o diseñar los turnos de descanso.“Esto afecta mucho desde el punto de vista psicosocial, durante la crisis se ha incrementado el consumo de psicofármacos, encontramos muchos más problemas de ansiedad que estadísticamente no son reconocidos como accidentes de trabajo o enfermedades profesionales”, explica este sindicalista.
Linares recuerda que las enfermedades profesionales actualmente reguladas como tales son aquellas en las que hay presunción de laboralidad. Para ello, hay un catálogo de enfermedades determinadas por actividades. “Así, a un profesor se le puede reconocer como enfermedad profesional una patología relacionada con las cuerdas vocales”, pone como ejemplo. “Este catálogo es amplio, pero no exhaustivo”, advierte el de CC OO. Además, se consideran también enfermedades como consecuencia del trabajo aquellas que no tienen la catalogación de enfermedad profesional, pero se les puede establecer una causalidad. De este modo, se declaran como accidentes del trabajo las que se dan en lugar y tiempo de trabajo. “En cuanto a las enfermedades mentales, muy poquitas son declaradas como accidentes o enfermedades profesionales, no se contemplan en ese catálogo”, dice Linares.
“La propia Organización Internacional del Trabajo las reconoce, desde el sindicato siempre hemos requerido que se tiene que mejorar en este aspecto e incluirlas, pues hay una gran carga en el nuevo marco de relaciones laborales”, añade, y prosigue: “Cada vez es más difusa la línea que separa el trabajo de lo que no es trabajo, eso hace que los derechos laborales también sean cada vez más difusos, eso genera estrés, por ejemplo”. Una joven que se confunde de día y piensa que es domingo cuando es lunes, un señor que llama a su mujer de camino al trabajo porque no sabe quién es ni dónde está, un grupo de personas jóvenes precarias que, en la mitad de los casos, han solicitado ayuda psicológica, una joven música que, cuando no tiene trabajo, lleva una vida sedentaria, pegada al ordenador, enviando currículums… No son reacciones normales; no son vidas normales. Son comportamientos que, casi con total seguridad, no aparecerían si existieran mejores condiciones laborales, que en
el fondo redundarían también en una mejor calidad de vida.