Un trabajo, dos trabajos, tres trabajos

Desde 'Tiempos modernos' de Chaplin, hasta 'Pastillas de freno' de Estopa, la precariedad laboral, la escasez de trabajo o el miedo a perder el empleo han sido fuente de inspiración permanente en el cine o en la música.

Begoña Piña

“Cuanto más asqueroso y agotador era el trabajo, cuanto más exigía la puesta en juego de mis últimas reservas, tanto mayor fue el desprecio y la humillación que sentí: es algo que no sólo me ha hecho daño sino que, incluso psíquicamente, me ha conformado de modo distinto”. El periodista y escritor Günter Wallrarf, se disfrazó de emigrante turco y pasó años sobreviviendo con los peores trabajos, duros, insalubres, en condiciones inhumanas, y revolucionó Alemania con Cabeza de turco. La precariedad laboral y sus consecuencias –indignidad, vejación, vergüenza, además de enfermedad y miseria, que reveló en su libro– configuraron el obsceno retrato de la realidad que sufren millones de trabajadores hoy.

“Estamos a un paso de la esclavitud del trabajador”, sentenciaba el cineasta David Macián a Público, poco antes del estreno de La mano invisible, adaptación al cine de la novela de Isaac Rosa, otra huella profunda que la situación laboral que se vive en este siglo XXI ha dejado en la literatura. Y es que artistas de muy diferentes disciplinas, apegados a la actualidad, observadores atentos del mundo que hemos construido, se convierten en voces  de denuncia y alarma ante el pavoroso retroceso en los derechos laborales que sufrimos.

Ha pasado un siglo y medio desde la lucha que mantuvieron los mineros del Norte de Francia, trabajadores en condiciones atroces, hambrientos y enfermos, a los que Emile Zola convirtió en los legendarios personajes de su novela Germinal. Hoy, en la Europa moderna hemos vuelto tan atrás que aquellas páginas, ese “pueblo subterráneo de esclavos”, sirven aún de desgraciada inspiración a muchos otros creadores.

Corazón roto

Precariedad laboral e inestabilidad van de la mano. Desde los negrísimos años que vivieron los obreros en el siglo XIX, las cosas habían ido avanzando muchísimo y la mayoría nos creímos que algunos derechos conquistados ya eran intocables. Daniel Blake, el personaje de la más reciente película de Ken Loach (Yo, Daniel Blake), un carpintero experimentado que ha cumplido los cincuenta, descubre la gran estafa del sistema laboral. La burocracia de la Seguridad Social le marea, le utiliza y le humilla, y a él, en palabras del guionista Paul Laverty, “se le rompe el corazón al descubrirlo”.

“Las personas como Daniel Blake, que han pagado siempre sus impuestos, cuando se dan cuenta de que ha sido una trampa, se sienten avergonzados. Ahora tienen que ir a los bancos de alimentos, no tienen calefacción... y sufren en silencio, es un infierno privado. Los pobres dependen otra vez de la caridad, no hay derechos sociales”, señalaba Laverty, guionista de otros títulos en los que el gran Loach arremete contra la precariedad laboral.

Maya y Rosa, protagonistas de Pan y rosas, trabajaban en condiciones de explotación limpiando un edificio del centro de Los Ángeles. Por supuesto, ahí el cineasta británico colocaba la semilla de la lucha y la resistencia. Años antes, entonces con el guionista Rob Dawber, mostró en La cuadrilla las consecuencias de la privatización de los ferrocarriles que llevó a cabo el conservador John Mayor. Vacaciones no remuneradas, ser despedidos a cambios de seguir trabajando como eventuales de una agencia de trabajo temporal, pago según trabajo realizado... Dawber, un trabajador de la British Railways en Yorkshire que murió víctima de una enfermedad laboral, dejó el testigo de este drama humano en manos de Loach.

Miedo a perder el trabajo

La precariedad laboral como fuente de comportamientos egoístas, nada solidarios, y como chispa que incendia el miedo a perder un trabajo, era el foco en el que se centraban los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne en Dos días, una noche, título que hacía referencia al tiempo que tenía Sandra para convencer a sus compañeros de que renunciaran a una paga extra a cambio de que ella conservara su trabajo.

Mucho antes, en 1992, el atinadísimo David Mamet puso en manos de James Foley el guion de Glengarry Glen Ross: éxito a cualquier precio, donde advertía de las lamentables consecuencias que tendría para los trabajadores un sistema altamente competitivo y un mercado deprimido. Algunos de los mejores –Al Pacino, Ed Harris, Jack Lemmon, Jonathan Pryce, Alan Arkin, Alec Baldwin...- quisieron ponerse al servicio de esta radiografía de una sociedad laboral que se acercaba a pasos agigantados hacia el desastre.

Son muchos más los títulos que desde el cine han revelado la precariedad laboral, la han denunciado o han profundizado en sus secuelas, entre otras, naturalmente el paro. Ahí están la inmensa Hoy empieza todo (Bertrand Tavernier, 1999), Mundo grúa (Pablo Trapero, 1999), Los lunes al sol (Fernando León de Aranoa, 2002), Full Monty (Peter Cattaneo, 1997)... Todas ellas, al menos en su intención, herederas de dos obras maestras, la extraordinaria película de Chaplin Tiempos modernos con su obrero metalúrgico agotado, y la insuperable y tristísima Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica.

“Al final del día la campana de la fábrica sopla, / los hombres salen por las puertas con la muerte en sus ojos. / Y será mejor que me creas, alguien saldrá herido esta noche”, cantaba ya en 1978 Bruce Springsteen en Factory. Y no ha sido el único que desde la música ha lanzado gritos de denuncia contra la situación laboral. John Lennon lo hizo en su famosa Working Class Hero y Lou Reed en Don’t Talk to Me About Work. “Es el anochecer de un día duro y estuve trabajando como un perro”, cantaban The Beatles en A Hard Days Night.

En castellano, cantautores como Víctor Jara o grupos como El último de la fila han puesto el acento en la situación laboral. “Una carga de siglos que te aplasta en tu viaje. / A la entrada tu cara ya es un puro carbón. / Trabajo duro, tajo que amarga. En este día / melancolía”. Los hermanos David y José Manuel Muñoz, Estopa, sacaban de su propia experiencia la  letra de Pastillas de freno: “A toda pastilla / Salpicaderos, / Comienza mi pesadilla, / Muy pocos ceros / En mi nomina ilegal / Yo como firmé un contrato / No pudo parar, parar”. Los hay que han dedicado sus temas a los más vulnerables, a los trabajadores que sufren hoy las peores condiciones, los emigrantes