Elena San Martín.- GORKA CASTILLO

Elena San Martín: "Han comenzado a levantar la memoria de una comarca que vive sobre los muertos"

Descendiente de una familia exterminada en Cuevas del Valle

Gorka Castillo

Su abuela Baldomera Castelo Blázquez fue la única superviviente de una familia entera eliminada por las tropas franquistas que tomaron Cuevas en septiembre de 1936. Salvó su vida y la de su hija lactante Juana Antonina de milagro pero quedaron condenadas a huir del pueblo, que era como huir una y otra vez de la muerte. Encontraron refugio en Euskadi, en Vitoria. Allí nació Elena San Martín, una historiadora que refuerza cada día un compromiso inquebrantable con la memoria histórica. Le perturban muchas cosas pero sobre todo el martirio al que sometieron a su tía abuela Marcela. Perdidos tras el exilio sus lazos familiares con Cuevas, indagó en los libros hasta contactar con gente como Santos Jiménez, Aurora Fernández y Enrique Guerra. Esta primavera regresó al pueblo como testigo de la exhumación de dos fosas y retornó a la capital vasca con un cierto optimismo en los ojos que no ocultaba la fatalidad de un recuerdo tremendo.

Hace 30 años usted intentó que su abuela Baldomera volviera a reencontrarse con Cuevas del Valle pero fue imposible. ¿Qué ocurrió?

Dijo que no quería ver a los asesinos de su padre, de su madre, de su hermana mayor Marcela, de un hermano... Se negó en redondo. Todos la entendimos y la arropamos porque aguantar lo que aguantó sin volverse loca no está al alcance de cualquiera. Yo, desde luego, no habría soportado tantas desgracias. Pero ella era un pedazo de mujer. Se fue de Cuevas, vino a Vitoria y rehízo su vida sin olvidar a su familia. De hecho, viviendo ya en Vitoria intentó liquidar los pocos bienes de la familia Castelo en Cuevas para proveer a los hijos de Marcela pero no salió bien. A menudo nos contaba las últimas palabras que le dijo su madre, Antonina, antes de que la mataran: “Hija, cuida siempre de esa niña”. Aquella niña era mi madre. Así lo hizo pese a las complejas circunstancias personales que tuvo. Falleció en 2001 pero me acuerdo mucho de ella. En mi memoria ha quedado como una mujer fuerte, con un sentido del humor increíble, que disfrutaba cantando y bailando, y que jamás guardó silencio. A nosotras, por ejemplo, nos ocultó muy pocas cosas de lo que vivió en Cuevas.

¿Qué les ocultó?

Nos ocultó que a los Castelo Blázquez les mataron porque eran de izquierdas y por defender la República con las armas. No es que aquello fuera un secreto familiar pero prefirió ser discreta en un momento en el que aún vivía Franco. Ella decía que había muchas envidias en el pueblo, algo que sucedió, pero no que la política estuvo mezclada. Otra cosa que me llamó mucho la atención de mi abuela era que tenía pavor a los magrebíes, “a los moros”, decía ella.

¿Por qué?

Porque fueron los primeros que entraron en Cuevas con las tropas franquistas y los que recibieron carta blanca para hacer lo mismo que los españoles les hicimos a ellos. Auténticas salvajadas. Mi abuela les tenía pánico. Cada vez que veía un chico magrebí por Vitoria, temblaba.

¿Hay algo que quedó pendiente en la relación con su abuela?

Sí, por supuesto. Me arrepiento de no haberla grabado. Cogí muchas notas y hasta dibujé un cuadro genealógico con la cantidad de datos que me aportó, pero no registré ni una sola de nuestras conversaciones. Sin embargo, tuvo la habilidad de despertarme la curiosidad sobre aquel pasado y hoy soy historiadora.

¿Cómo empezó la búsqueda?

Por internet. Busqué ‘Cuevas del Valle’ y descubrí que un tal Santos Jiménez había publicado una novela sobre lo ocurrido en el pueblo. Así que le escribí y le comenté que estaba muy interesada en esas historias porque mi abuela era Baldomera Castelo Blázquez. Buf, se emocionó muchísimo y me invitó a visitar el pueblo. Seguí investigando porque yo quería datos y nombres. Encontré otro libro, el del catedrático de Historia Enrique Guerra y Aurora Fernández, que es más científico. Eso fue determinante para mí porque hablaban de mi familia. Tiempo después me llamó Aurora para decirme que iban a comenzar las exhumaciones empezando por la fosa donde creían que estaba mi tía abuela Marcela, pero que necesitaban que un familiar estuviera presente e hiciera una serie de papeleos. Y como el resto de familiares no mostraron mucho interés pues me metí en ello.

¿Qué sensaciones le produjo la exhumación?

Una inmensa emoción. Me quedé un poco aturdida. Cuando empezaron a aparecer los restos, la posición del cuerpo sabiendo las torturas que le infligieron... Se veía la suela de un zapato y luego sacaron un mechón de pelo negro atado a un prendedor. En fin, me produjo una impresión brutal. Cuando confirmaron que aquellos restos eran de una mujer, todos exclamamos: “¡Marcela, Marcela!”.

En el punto casi exacto del pinar que años antes había marcado Francisco Fernández con su bastón.

Así es, aunque, según Francisco, en aquel lugar enterraron a cuatro hombres y a Marcela. Y no fue así. Había dos fosas. En una dos hombres y en otra muy próxima, posiblemente Marcela. Lloré mucho. Estamos a la espera de las pruebas de ADN para confirmar que se trata de mi tía abuela, pero aunque no sea ella para mí han empezado a levantar la memoria de una comarca que vive sobre muertos. Así se lo dije a un vecino.