Un cráneo con un balazo y los proyectiles asociados a la víctima.- JUAN MIGUEL BAQUERO

Pico Reja y la tierra que devuelve huesos

Más de 1.200 víctimas del franquismo recuperadas de la fosa común del cementerio de Sevilla, una de las mayores abiertas en Europa occidental

Juan Miguel Baquero

Pocas veces la tierra devuelve huesos. Inquieto asiste el cementerio de Sevilla. Como convidado a la entrega de 1.200 muertos. O al desarme de un puzle del terror. Represión y exterminio siembra Queipo en una ciudad sin guerra. El golpista enterrado con honores en una iglesia. Jirones de una matanza, de un desprecio, de un olvido. Agrio resulta lidiar con los espejos de la historia. Pico Reja.

Pico Reja es el nombre de la fosa común que devuelve víctimas del franquismo en la capital de Andalucía. Una tumba gigante que se destapa como paradigma de la desaparición forzada. Una “pesadilla” que enseña todo un “recetario del terror”, dice el equipo arqueológico: cráneos agujereados a balazos, fracturas a golpes, mutilaciones extremas, ataduras con alambre.

Este lugar es, de hecho, un pequeño holocausto. Hasta ahora —los números siguen creciendo— hay 5.512 sujetos intervenidos en total, de los que 1.188 corresponden a “población asesinada” —con evidencias de muerte violenta—, mientras 2.598 son enterramientos normalizados en ataúdes, otros 1.561 a osarios y 165 a “material aislado”, según el último informe de la Sociedad de Ciencias Aranzadi. Quizás la fosa común con más personas exhumadas en Europa occidental desde Srebrenica (Bosnia Herzegovina).

Pico Reja es una de las ocho tumbas colectivas que habitaban el cementerio de San Fernando. Agujeros con más de 4.500 ejecutados por los golpistas. La provincia suma el triple de muertos. Y la región al menos 45.566 desaparecidos, según el Mapa de Fosas de Andalucía. Un tercio de la represión fascista en España. Una cifra que supera el terrorismo de Estado de las dictaduras de Argentina y Chile juntas.

Manos atadas a la espalda como evidencia de muerte violenta.- JUAN MIGUEL BAQUERO

Pico Reja es la sepultura ilegal “de mayor envergadura que se afronta en el conjunto del país, con 671,34 metros de longitud y una profundidad aproximada de cuatro metros”, según el Ayuntamiento de Sevilla. Aranzadi excava la tierra desde enero de 2020. Todavía queda por delante otro año de trabajo. La intervención arqueológica ha sido impulsada por el Consistorio hispalense y cofinanciada (con 1,21 millones de euros) junto a Diputación Provincial de Sevilla, Junta de Andalucía y Gobierno de España.

Recetario del terror

“El recetario del terror incluye disparos que rompen las extremidades pero que no producen la muerte de forma inmediata, impactos en el cráneo, ataduras con alambre y cable eléctrico, sujetos atados entre sí, fracturas simples vinculadas a golpes, personas fallecidas, destrozadas y carbonizadas por explosiones”, explica a Público el director de Aranzadi en la excavación, el antropólogo forense Juan Manuel Guijo. El “recetario del terror”, dice. “Es la realidad de las personas olvidadas, marginadas y asesinadas”, amplía, “la imagen de cientos de víctimas en enterramientos en masa, en su mayor parte enterradas bocabajo”. Una muestra de “la negación de la dignidad a todas las personas depositadas en la fosa y la impunidad e indiferencia con que actúan los vencedores con los indefensos”, afina Guijo.

Pico Reja es “una pesadilla”. Y encarna “lo peor del terror que pueda concebir un ser humano”, en palabras del antropólogo. Un espacio “que propiamente puede llamarse un basurero con forma de triángulo”. La “realidad” viva “de la impunidad que no ha dejado huellas en forma de memoria tanto de víctimas como de una población marginal que se cuenta por miles, con cientos de niños” y “en estos momentos ha superado en cinco veces el total de personas exhumadas en relación a lo previsto”, precisa.

La tierra sigue devolviendo huesos en el cementerio de Sevilla.- JUAN MIGUEL BAQUERO

“No merecía la pena para los vencedores dejar huella documental de quienes estaban en la fosa”. De ahí el puzle que destapa el equipo científico. “Solo hay que imaginarse lo que sería asomarse al borde de esa fosa, con enterramientos recientes cubiertos, con zonas removidas sin dar lugar a que sus ocupantes se hayan terminado de descomponer, con  cadáveres de cientos de niños de muy corta edad conviviendo con desechos de hospitales y del propio cementerio”, refiere.

Luego están “quienes vienen de las cárceles”, en cuyos cuerpos “hay que imaginarse hambre y enfermedad, en forma de procesos agudos que no dejan rastro en el hueso”. Y detalles que apuntan a la clase social de la población asesinada: “Las lesiones de las personas exhumadas definen numerosos problemas de salud, parte de ellas vinculadas a carencias nutricionales cuando el sujeto se encontraba en su infancia”.

"Inocentes, democrátas"

Muertos a tiros. Cuerpos rotos. Malbaratadas vidas. “Pico Reja es donde se inició en Sevilla la ocultación de crímenes de lesa humanidad. Cuerpos de personas inocentes, demócratas, enterradas bocabajo, atadas las manos, sin estar registradas en los libros del cementerio... es dantesco, una barbaridad”, analiza la presidenta de la Comisión por el Derecho a las Exhumaciones, María Luisa Hernández Portales.

Asesinados a balazos. Huesos quebrados. Malgastadas vidas. “Sevilla era muy roja, por eso mataron a tantísimos y crearon un estado de terror. Tuvo que ser muy bárbaro. Toda Sevilla era un campo de concentración. Con las tropas que habían venido de África... Si era ‘Sevilla la roja’, imagina la labor de adoctrinamiento y terror que hicieron”, prosigue.

Francisco Portales Casamar era el abuelo de María Luisa. Está, quizás, tirado en Pico Reja. O entre los 1.200 cuerpos de víctimas exhumados. “Mi abuelo era un buen hombre, maestro de vocación aunque trabajaba en el Ayuntamiento de Sevilla —con destino en el Matadero Municipal—, una buena persona a la que matan de golpe y deja una viuda con cuatro hijos y embarazada, que da a luz al día siguiente del disgusto que le provoca su muerte”, cuenta Hernández Portales.

“En Sevilla hubo una especie de ‘sálvese quien pueda’ y ahí entró lo de ponerse una camisa azul, hacerse falangista, el camuflaje para que no te mataran. Aquí se mataba porque uno te señalase con el dedo”, apunta. Como al abuelo Francisco: “Su hermano, cuando dieron el golpe, ya estaba tonteando con el falangismo, se había metido, e intentó apuntarlo por la fuerza”.

“Y la familia tiene que tirar adelante, 40 años de dictadura, pero llega la democracia y no repara a estas víctimas y así estamos en estos momentos”, enlaza. “En mi casa había miedo, he tenido que esperar que muriera la primera generación, por lo que vivieron, para poder tirar adelante con todo esto. Soy de la generación que conoció la dictadura pero no tenemos miedo, queremos que esto salga a la luz”, sostiene.

Un botón con el emblema de la ciudad: NO-DO.- JUAN MIGUEL BAQUERO

“¿Por qué se ha ocultado todo durante tanto tiempo? ¿Por qué solo se puede abrir la fosa desde 2020? Comprendo que la gente en la dictadura estuviera machacada de miedo, ¿pero por qué siguió así en democracia?”, cuestiona. “El caso de España es particular porque la etapa democrática ha contribuido a este silencio”, un extremo anómalo, “raro, extraño”.

¿Y por qué la memoria histórica es un reclamo “minoritario” en España? “Porque no hay educación en derechos humanos, no hay un relato de lo que ocurrió y sí una mezcolanza de la propaganda franquista que casi prima por encima de la verdad y tiene un altavoz muy ruidoso en los medios, en la calle y ahora también en la política”, resume.

La fosa vive jornadas de puertas abiertas organizadas por la Oficina de Memoria Histórica del Ayuntamiento. Por la excavación han pasado familiares, asociaciones, institutos o la Facultad de Comunicación de la Universidad hispalense. Y uno de los máximos exponentes divulgativos es el documental Pico Reja, dirigido por Remedios Malvárez y Arturo Andújar. La película ya ha sido premiada en varios festivales de cine, con proyección internacional en Múnich (Alemania) o Luxemburgo.

“Sin embargo en Sevilla la mayoría de la población no tiene ni idea de que se está abriendo Pico Reja y no vienen las universidades ni los grandes medios, aunque sí de fuera, desde la BBC a televisiones alemanas o francesas. Es una paradoja, mi mente no da para explicar por qué tanto silencio”, subraya la presidenta de la Comisión por el Derecho a las Exhumaciones. “Y no quiero dejar esta herencia a mis hijos, mis nietas... es una cuestión de derechos humanos”, mantiene.

Historia en los huesos

La historia está en los huesos. Y no es un contrasentido. Un pionero análisis químico revela la presencia de metales pesados en restos óseos recuperados de Pico Reja. La pista final certifica que son 30 miembros de la Columna Minera de Huelva, una parte de los trabajadores que querían parar el golpe fascista hasta que una traición reventó la intentona a las puertas de Sevilla.

Los mineros, con escaso armamento y un puñado de camiones cargados de dinamita, llegan hasta La Pañoleta. Casi tocan Sevilla con las manos. Al frente de la expedición se sitúa la Guardia Civil bajo mando de Gregorio Haro Lumbreras, que adelanta el paso. Dice que ellos entrarán primero... porque ya están a las órdenes del genocida Queipo de Llano. La emboscada hace estallar todo por los aires el 19 de julio de 1936.

“Los disparos causan una explosión enorme. Muere mucha gente, detienen a más de 70, hay cadáveres esparcidos... aquello queda en un auténtico desastre”, recuerda el historiador Francisco Espinosa Maestre. Los capturados acaban muertos a tiros días más tarde, el 31 de agosto. El engaño evitó “cambiar la historia, que el golpe fracasara a las 24 horas, y se pierde esa oportunidad”, sintetiza.

En dos de los grupos de víctimas de Pico Reja — el 33 y 25— aparecen cuerpos mirando al suelo, tiros en la nuca y signos de ataduras. Otras personas, en ataúd, muestran mutilaciones extremas, metralla y fragmentos de granada del Ejército, con el material óseo afectado por fuego y cubierto por una capa de ceniza. Solo una explosión puede causar “tal destrozo en cuerpos humanos”, plantea el equipo de Aranzadi.

La hipótesis salta: ¿son los mineros? La presunción no depende del azar, tiene soporte histórico y arqueológico. ¿Y cómo confirmar que son ellos? El acierto pleno llega buscando nuevos caminos a las mismas preguntas. Aluminio, arsénico, manganeso y cobre... los huesos tienen la respuesta. Porque ahí, en el esqueleto, se acumulan los metales pesados.

“Este estudio químico es una novedad en el panorama de la investigación científica de las fosas de la Guerra Civil española y abre una puerta muy importante, sin duda”, expone a este periódico Fernando Serrulla, antropólogo del equipo de Antropología Física de Aranzadi. Un análisis inédito, pionero: “Hasta ahora, después de revisar casos en todo el mundo, no se ha hecho un estudio parecido”.

Y los huesos contaron la historia. “Las personas que durante toda su vida trabajaron en las minas, bebieron, respiraron y comieron en su entorno sin las medidas de seguridad actuales, pudiendo recibir una transferencia de metales pesados”, explica Aranzadi. La vía analítica confirma la conjetura a través de las pruebas científicas realizadas en la Universidad de Santiago de Compostela.

"Me sacudió por dentro"

“La noticia me sacudió por dentro”, dice Miguel Guerrero, nieto de uno de los mineros, con el  que comparte nombre y primer apellido. “Uno lleva ya años esperando, buscando... tener la certeza de que están allí es muy importante, a ver si culmina con la identificación, aunque eso es más complicado”. Solo “la vía genética”, compleja, puede llevar a la filiación “individual” de los cuerpos, ratifica el médico forense.

“Mi abuelo, Miguel Guerrero González, cuando lo fusilan tenía 41 años. Trabajaba en la Riotinto Company Limited, una empresa tremenda, porque los ingleses dominaban y eran dueños de todo en la comarca”, continúa. Los mineros requisan vehículos y dinamita de los depósitos de las compañías y suman gente en su recorrido a la capital. “El hecho de que vinieran 14 ó 15 camiones indica que venían un grupo importante de personas, quizás 300 ó 400, pero salieron en estampida después del ataque”, lamenta.

“Detuvieron a una serie de gente, allí mismo mataron a algunos, y al resto los fueron matando en los lugares más simbólicos de la resistencia obrera allí en Sevilla”, tras un juicio sumarísimo y colectivo, explica Espinosa Maestre. “En Triana, La Macarena al lado de la muralla, en Ciudad Jardín... fue una matanza simbólica”.

El objetivo de la Columna Minera, frenar en seco la victoria que los golpistas cimentan desde el sur, queda roto por la “encerrona” que evita “cambiar la historia”. Una traición que propicia la Medalla Militar para el guardia civil Haro Lumbreras por “las dotes de mando y pericia militar demostrados al combatir (...) destrozando la columna y recogiendo prisioneros y abundante material de guerra”, como queda publicado en el BOE.

Dos primas, Pilar Comendeiro y Nelly Bravo, viajaban desde Buenos Aires y Nueva Jersey para buscar el rastro de otro minero. “José Palma Pedrero, de Riotinto, encontrado carbonizado en el interior del camión matrícula SE-16991”, leen en el libro La justicia de Queipo del propio Francisco Espinosa. Era la historia que, siendo niñas, oían en casa.

“El día que estalló la guerra, el tío Joselito salió con otros del pueblo a detener a Franco y lo mataron camino a Sevilla. Nunca nos entregaron el cuerpo ni nos dijeron dónde estaba enterrado. Mi madre se volvió loca”, contaba Pilar a este redactor hace más de un lustro. Relatos compartidos, paralelos, repetidos en un país sembrado de fosas y desmemoria. Un lugar donde la voz de las familias sigue firme. “Nunca nos entregaron el cuerpo”. Aunque a veces la tierra devuelve huesos.